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'Doctor Uriel', la hazaña de un médico republicano en el bando golpista

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Pablo Uriel Díez tenía apenas 22 años cuando terminó la carrera de medicina. En 1936, su mayor preocupación era estar a la altura de su expediente, aunque fuese haciendo una sustitución en un pequeño pueblo de La Rioja. Hasta que un día de agosto recibió una carta de Zaragoza que le instaba a presentarse en la Caja de Recluta, advirtiéndole que de no ser así "se le irrogará el consiguiente perjuicio".

Así arranca Doctor Uriel, la historia de un médico encarcelado por rojo antes de pisar el campo de batalla, obligado a servir como médico en el bando golpista durante el asedio de Belchite y preso de los republicanos en el Monasterio del Puig poco después. Sus vivencias fueron adaptadas en tres cómics: Un médico novato, Atrapado en Belchite y Vencedor y Vencido entre 2012 y 2016.

Astiberri publica ahora la historia completa en una edición integral cuyo primer tomo ganó el Premio Internacional Fnac-Sins Entido de Novela Gráfica en 2013. Este empujón le dio al reputado dibujante Vicent Llobell (también conocido como Sento) la oportunidad de dedicar cuatro años de su vida a construir y dibujar 432 páginas de memoria histórica. El propio Sento ha vivido la hazaña como un reto, pero también como una responsabilidad asumida con entusiasmo. Pablo Uriel era su suegro y esta es su historia.

De la facultad a la celda

A mediados de los setenta, Sento conoce a Elena Uriel en la Facultad de Bellas Artes de Valencia. Allí empiezan una relación que dura hasta hoy. Este cómic arranca entonces, hace cuatro décadas, cuando la joven le presentó a su padre, Pablo Uriel, y le enseñó unos raídos papeles. El futuro suegro de Sento fue médico de campaña durante la Guerra Civil y escribió todo lo que vivió.

"Eran unas hojas muy fuertes que me marcaron, me causaron una gran impresión. Pero pasa que la vida mancha mucho y de joven todo parece urgente. Vas muy deprisa", cuenta Sento.

Tardaría muchos años en decidir abordar el relato que seguía atrapado en aquella documentación cada día más maltrecha. Hoy el dibujante tiene 63 años y Pablo falleció hace dos décadas. "El tiempo pasa y ahora te arrepientes de no haber hablado más con las personas que tenían grandes historias que contar", reflexiona el dibujante.

En 1988 el doctor publicó sus memorias en una pequeña edición de un libro titulado No se fusila en domingo, que reeditó Pre-textos en 2005. De la ingente documentación y el relato de aquellas páginas se forma la materia prima de la que surgen los dibujos de cada viñeta de este cómic.

"Es lógico pensar que si hubiese estado a mi lado le habría hecho un millón de preguntas, pero puede que también eso mismo me hubiese bloqueado. Quién sabe", cuenta el dibujante, diseñador y docente valenciano.

El inicio de esta aventura narra un período relativamente corto: el tiempo que Pablo estuvo preso en la prisión militar de Zaragoza. Doctor Uriel es un cómic de lectura ágil que durante su primer tercio es un drama carcelario intimista sobre un hombre lleno de miedos y esperanzas. También es la historia de su hermano, fusilado mientras él corría una suerte bien distinta: sería uno de los pocos supervivientes de una purga que se repetía diariamente y que sumía a los prisioneros en un estado de angustia.

Esta sensación Sento la dibuja: "Quería un estilo rápido. No me refiero a ser rápido como dibujante, sino que transmitiese una sensación de urgencia en el lector. De inquietud. Las escenas se suceden cada cuatro o cinco páginas y eso le da un ritmo a la historia ciertamente angustioso porque es como me imagino que debía sentirse Pablo: prisionero sin saber si le iban a fusilar, si le iban a liberar…", describe el autor.

Campo de batalla y experimentación

Superadas las 150 páginas, Doctor Uriel entra en una nueva fase: la que corresponde al tomo Atrapado en Belchite. "Yo creo que la historia pedía esa división", opina Sento. "En las memorias de Pablo eso quedaba claro: había una primera etapa que abarcaba desde el golpe de Estado a la represión brutal con ejecuciones sumarias. Y una segunda etapa en la que se da la paradoja de que está más seguro en la guerra que en la retaguardia, debido al clima represor de la Zaragoza de la época. Ahí se desarrolla el alférez Uriel”.

En la localidad zaragozana el joven médico se enfrenta con la guerra en su versión más descarnada. El cómic desarrolla un personaje de alcance heroico, que se enfrenta con resignación pero nunca hastío a lo que le ha tocado vivir. Por azaroso destino, había pasado de ser un prisionero rojo a un médico en el bando golpista. "Es un héroe anónimo. La diferencia con tantos otros en la guerra es que tenemos la suerte de que él lo escribió todo. Era mi suegro, y yo soy dibujante. Así que me tocaba dibujar esta historia", narra Sento.

Para el dibujante, lo más interesante de las memorias del médico no es tanto la crudeza de la batalla como el tono con el que la describe. "Pablo adopta una posición de testimonio: en sus textos no hay reproches, insultos ni pretende saldar cuentas pendientes con nadie. Creo que esta visión se la da, en parte, su profesión: él ve que la guerra es una enfermedad con la que hay que acabar".

Durante el conflicto, el cómic acelera su ritmo alterando escenas de pura narrativa bélica con partes de un lirismo increíble. Y donde antes predominaba el blanco y negro, la viñeta se tiñe de rojo. "En parte intencionado y en parte surge del fluir de la historia. Cuando trabajas cinco años en una obra, cambia ella misma. A mí me fascina eso del cómic: es un ente vivo", describe Sento.

A su vez, la narración se también tiñe de gravedad. "Lo más impresionante era la sed que traían todos los heridos",  describía el propio Uriel en una carta que se puede ver en el anexo del cómic, "incluso en época normal, el herido siempre tiene sed, pero aquellos días en que la sed era universal, la angustia con que pedían agua llegó a ser para nosotros una obsesión".

De nuevo preso, de nuevo libre

El 6 de septiembre de 1937 Belchite fue tomada por el Ejército republicano. El doctor Uriel llevaba uniforme franquista, a pesar de que había pasado tres meses en prisión por no serlo, y de que había tenido que sufrir el fusilamiento de su hermano por la misma razón. Así que le encarcelaron de nuevo.

Es entonces cuando la narración deja la acción para abrazar el drama más puro. Una última etapa de la aventura que también supuso la definitiva reinvención de Sento como autor.  "Empecé Doctor Uriel tres veces. Hasta ese momento mi estilo estaba muy domesticado por el mundo de la publicidad, era un dibujo muy expresivo destinado, en gran medida, a vender y transmitir mensajes positivos. Así que me di cuenta de que mi estilo no me servía. Me tuve que inventar".

Pablo Uriel también se tuvo que reinventar tras sobrevivir al infierno. Tras la guerra se instaló en A Coruña, donde contrajo matrimonio con Cecilia, la madre de Elena. Trabajó primero en un dispensario antituberculoso, y luego montó su propio consultorio radiológico en el que ejerció su profesión durante cuarenta años de manera ininterrumpida. Falleció en Valencia en 1990, pero sigue vivo en sus memorias y en las viñetas de Sento Llobell.

La mera existencia de una novela gráfica del volumen, profundidad y calidad de Doctor Uriel es buena prueba de que el cómic goza de buena salud en nuestro país. Es una herramienta más que válida con la que reflexionar sobre nuestro pasado reciente y Los surcos del azar de Paco Roca, La Guerra Civil Española de Paul Preston dibujada por José Pablo García, o La serpientes ciegas de Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí son sólo algunos ejemplos.

Sento cree este hecho no se trata de algo generacional sino de algo natural. "Creo que tiene más que ver con la consolidación de la novela gráfica en el mercado del libro, es un formato más adecuado para los relatos extensos", opina. 

Según él, "si estuviéramos en EEUU, la Guerra Civil española sería un género, como el del oeste o el género negro", no sin antes añadir que, en el fondo, su obra trata un tema universal: "La guerra es un tema cercano a todo el mundo. En España durante la dictadura solo había una versión oficial de la guerra. En la democracia temprana los pactos de amnistía y perdón aconsejaban no insistir en el tema del criminal golpe de Estado y sus sangrientas consecuencias".

"Ahora, poco a poco, van desapareciendo los últimos supervivientes de aquella España democrática y moderna del 1931. Personalmente, creo que les debemos algo a aquella generación admirable", concluye el dibujante valenciano. En el fondo, todos seguimos en deuda con personas como el doctor Uriel.


¿Y si John Wayne fuera una mujer?

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En 1985 el MoMA de Nueva York realizó una ambiciosa exposición que quería ser una instantánea del arte del momento. En ella había solo 19 mujeres frente a una aplastante mayoría de 150 hombres. El hecho provocó uno de esos revulsivos tan interesantes que hacen avanzar cualquier arte: desde el activismo nació como respuesta el colectivo Guerrilla Girls, que mediante el humor y el manejo de los códigos de las más actuales corrientes artísticas ha dedicado más de treinta años a denunciar la constante obliteración de la mujer en el mundo de las artes.

Felice House cita a Guerrilla Girls como un referente cuando habla de su último y más celebrado trabajo: Re•Western, una colección de pinturas con las que reimagina famosas películas del Oeste y en las que Clint Eastwood o John Wayne son sustituidos por mujeres. La exposición ha impactado en su Texas natal como una bala.

Además, esta colección de obras ha llegado en un momento en el que la imagen de este Estado norteamericano quedó cuestionada por dos de las más celebradas películas del pasado año -Animales Nocturnos y Comanchería-, pintaban una Texas misógina hasta la médula. Ella es consciente, como lo era Guerrilla Girls en el 85, de que el arte no es independiente de su contexto social. Y en el contexto en el que estamos es palpable la pugna por reimaginar iconos y crear nuevos relatos que derriben prejuicios ancestrales.

El wéstern como terreno fértil para el feminismo

Felice House no hubiera empezado a trabajar en Re•Western si no fuese una enamorada del género. "Pero me perturbaban los papeles asignados a las mujeres en las películas clásicas del wéstern. Así que en lugar de descartar el género, lo usé para iniciar un diálogo", cuenta la artista a eldiario.es.

Es un lugar común decir que el wéstern es un género históricamente ligado a la representación de la masculinidad. Menos común es reivindicar a la Joan Crawford de Johnny Guitar, cuya redención sólo es posible si viene dada por los brazos de un hombre, o a la Jennifer Jones de Duelo al sol, cuya fortaleza es utilizada como toque de sensualidad para sus coprotagonistas. Aunque es difícil negar que ellas fueran pioneras en empuñar el revólver en el género, años de cine y pistoleros han inclinado mucho la balanza a favor de ellos. Hacia ahí apunta, justamente, Re•Western.

"Para crear la serie, cogí algunos de los papeles masculinos más icónicos en películas clásicas del wéstern y los replanteé dándole una vuelta de género", cuenta Felice House. "Este nuevo planteamiento apunta a la disparidad entre género y poder y su reflejo en nuestra  cultura". Con el simple ejercicio de darle la vuelta a la tortilla, "se pone en relieve a quién se le está asignando poder, y a quién se le ha negado siempre".

Re•Western es una reflexión sobre la capacidad de crear estereotipos y narrativas si se configuran a base de imágenes. En su caso son personajes masculinos en el género cinematográfico más plagado de ellos. Por eso, cada uno de sus retratos remite directamente a películas como Solo ante el peligro, El bueno, el feo y el malo, Centauros del desierto o El tren de las 3:10.

Todos son clásicos, pero sus inspiraciones llegan hasta la actualidad. A la pintora le encanta Westworld: "Cuando empecé a verla me horroricé al pensar que el papel de las mujeres no hubiera cambiado desde la película original. Hasta que me di cuenta de cómo ganaban en conciencia y evolucionaban, y me cautivó completamente", confiesa la artista.

Lo resumía bien la periodista Henar Álvarez en un artículo: "Debajo de todos esos sombreros de cowboys y de la carne artificial, se esconde la historia de la humanidad desde el punto de vista femenino, ese que siempre se olvidan de enseñar en los libros de texto. Aparenta ser una distopía pero no veréis en televisión nada que sea tan actual". Westworld podría ser a las series lo que Re•Western al arte.

El arte es una lucha contra la obliteración

Por desgracia, si comparamos el audiovisual con el arte de galería, la representación de la mujer cambia. De nuevo, la artista admite que Guerrilla Girls explica la representación de la mujer en el arte contemporáneo mejor que nadie, citando su famoso cartel del 89 que se preguntaba si tenían que estar desnudas las mujeres para entrar en el Museo Metropolitano de Nueva York: menos del 5% de los artistas expuestos en la secciones de arte moderno eran mujeres, pero el 85% de los desnudos eran femeninos.

Decía Rebecca Solnit en Los hombres me explican cosas, que el feminismo de los ochenta se particularizó por atreverse a "señalar que el sexo también era una escena de poder". Sin embargo, desde la lucha del arte feminista de los ochenta hasta este Re•Western corre un claro hilo conductor: la preocupación por quién ostenta dicho poder, quién se asume como icono y quién domina la escena.

"Hay infinitos ejemplos de la mercantilización de las mujeres en la historia del arte y específicamente en la pintura. Sin ir más lejos El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli era una pintura del boudoir, pensada para colgar en las habitaciones privadas de los varones", reflexiona Felice. Aunque para ella no es tanto que "el arte contemporáneo del retrato haya dado pasos atrás, sino que podemos dar muchos más pasos adelante. Por eso me inspiran artistas como: Paula Rego, Jenny SavilleKehinde Wiley o Alice Neel".

El retrato, en su opinión, es una rama artística que tiende a pintar a las mujeres de una manera menos sexualizada que el arte mercantilista genérico "porque el propósito histórico de un retrato es resaltar el estatus, la riqueza o la posición social de quien era retratado". Pero eso no significa que "durante siglos los hombres hayan creado pinturas de mujeres para un público masculino". Por suerte, "hoy las mujeres están creando imágenes de mujeres que representan más plenamente nuestras vidas y experiencias. El movimiento Women Painting Women es un ejemplo de herramienta importante para destacar a las mujeres artistas que trabajan en la tradición figurativa”, explica House.

Para ella, igual que para Solnit, la batalla se juega en todos los ámbitos, por supuesto también el artístico. "Creo que la expresión ‘eres lo que comes’, no se aplica solo a la comida sino a todo tipo de imágenes visuales. Algunos alimentos e imágenes nos mantienen en pie, pero otras nos enferman".

Cambiar la idea de género pasa por imaginar de nuevo la imagen que de cada uno de ellos tenemos. Ese ejercicio también se hace desde el arte contemporáneo, creando nuevos imaginarios feministas con los que empoderar a la mujer. Por eso, parece que tanto una historiadora como Rebecca Solnit como una artista como Felice House coinciden en que sólo estamos empezando. "Que se hayan transformado tantas cosas en las últimas cuatro décadas es algo increíble, que todo no se haya cambiado definitivamente no es ninguna señal de fracaso", decía la primera en su famoso ensayo sobre el mansplaining. "Hemos recorrido un largo camino pero hay un largo camino por recorrer", concluye la pintora.

La obsesión escondida tras 'La gran ola de Kanagawa'

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Los días en que la polución de Tokio deja respirar a sus habitantes, el monte Fuji se dibuja claro en la lejanía, a 100 kilómetros de la capital. Para muchos no es más que una elevación de 3.776 metros de altura, situada entre las prefecturas de Shizouka y Yamanashi y rodeada de lagos. El volcán -cuya última erupción se produjo en 1707- con un cráter de 200 metros de profundidad y 800 de diámetro es otro paisaje de postal de la isla, exótico si se quiere. Una atracción para turistas. Pero para los japoneses es mucho más que un accidente de la geografía: es un lugar de peregrinaje, un sitio sagrado.

También lo era para Katsushika Hokusai, gran maestro del ukiyo-e, que pintó innumerables versiones de aquel macizo que para él estaba dotado de una belleza inaudita. El ukiyo-e, también conocido como el arte de la estampa japonesa, es una de las mayores expresiones artísticas de la historia nipona: grabados en madera que solían representar escenas de teatro o paisajes allá por el siglo XVII. En esta disciplina, Hokusai destacó tanto como le dio su larga carrera.

La editorial Sans Soleil publica ahora Cien vistas sobre el monte Fuji, un libro de ilustraciones de tres volúmenes publicado originalmente en 1834. Es una obra maestra sobre este tipo de arte y también, una de las más curiosas de su autor, hoy reivindicado y respetado en todo el mundo.

Un artista con mil nombres

Katsushika Hokusai nació en 1760 en Tokio. Aunque entonces ni el artista ni la ciudad se llamaban así: el primero era Tokitaro y la segunda se conocía como Edo. Él era hijo de un fabricante de espejos y creció en el seno de una clase social poco valorada. En aquella época, los artesanos estaban peor considerados que los comerciantes, muchos menos que los agricultores e infinitamente menos que los samuráis. Si quería progresar económicamente en la sociedad de su tiempo, alguien como él tenía lo tenía muy difícil.

Empezó como ayudante en una librería y consiguió progresar gracias a la literatura. En las ilustraciones y las portadas que acompañaban los libros el joven Tokitaro vio un mundo por descubrir y empezó a copiar lo que veía. Entonces se cambió el nombre a Tetsuzo y comenzó su carrera en el mundo del arte como horishi, las personas encargadas de tallar las planchas de madera sobre las que después algún artista pintaría sus ukiyo-e.

A los 18 años logró entrar como aprendiz en una prestigiosa academia de grabados donde su mentor le volvió a bautizar. Pasó a llamarse Katsukawa Shunro y empezó a firmar y vender sus primeras obras. Ni su puesto en la academia ni el nombre le durarían demasiado: en 1794 ingresó en una escuela de ilustración y se convirtió en Sori, nombre con el que conseguiría una gran fama gracias a lo bien que se vendían sus obras de encargo, en especial las de carácter erótico.

Aunque también sería conocido como Taito o Iitsu, su gran reconocimiento llegó cuando tomó el nombre de Hokusai, el cual adoptó cuando ya gozaba de una posición económica holgada que le permitió ir por libre y ganarse la fama de genio bohemio. Sus ukiyo-e creaban escuela entre sus contemporáneos y él, se jactaba de vivir para grabar y de ser capaz de proezas que otros ni soñaban. Entre ellas se cuenta que pintó un retrato de un monje zen en un papel de una superficie de doscientos metros cuadrados, o que hizo cuadros de golondrinas sirviéndose únicamente de un grano de arroz. Hoy resulta fácil imaginarlo como un artista de la performance más irreverente, así que en el Japón de su tiempo la fama bastaba para que sus obras triunfasen.

Más allá de La gran ola de Kanagawa

En el apogeo de su carrera publicó su primer tratado de amor a la montaña sagrada: la serie Treinta y seis vistas del monte Fuji, un auténtico éxito que muchos señalan como obra cumbre de la historia del arte nipón. En esta colección de paisajes, se encontraba la composición La gran ola de Kanagawa, obra que popularizaron algunos coleccionistas franceses a mediados de 1870 y que pintores como Van Gogh o Monet llegaron a idolatrar. No en vano, hoy en día resulta una de las imágenes más reconocibles del mundo.

La colección, además de procurarle un incontestable renombre como paisajista, tuvo un impacto irreversible en el arte: hasta entonces la representación del monte Fuji solo había gozado de salud en la literatura. "En el mundo artístico no fue un tema muy popular hasta la época de Hokusai y la irrupción del paisaje como género del ukiyo-e", describe en el prólogo del libro David Almazán, doctor en Historia del arte, antropólogo y profesor de Arte de Asia Oriental en la Universidad de Zaragoza.

Sin embargo, a la sombra de aquellos paisajes en color, Hokusai realizó otra colección perfeccionando su concepción del paisaje como parte inseparable del quehacer cotidiano. Profundizando en lo que sentía por la montaña y su imponente figura. En 1834 publicó el primero de los tres volúmenes de Cien vistas del monte Fuji, un libro ilustrado en blanco y negro que proponía un viaje fascinante compuesto de 102 imágenes.

"Recurrió al formato libro porque era mucho más versátil y apropiado para mostrar su capacidad creativa", cuenta Almazán.  Así, las variaciones paisajísticas que proponía una y otra vez eran tanto una expresión de su obsesión por el volcán como por la excelencia en sus pinturas. Algo que no escondía, pues Hokusai "reconocía esta obsesión perfeccionista y se definía como un loco por la pintura".

"Para ver los paisajes en color ya estaban las estampas de Treinta y seis vistas..." explica Almazán, "sin duda Cien vistas del monte Fuji tenía una concepción diferente, en la que se prescindía del color para explorar las posibilidades estéticas de la reducción cromática en el paisaje".

De esta se infiere una natural herencia en la fotografía en blanco y negro del siglo XX. No por su habilidad para el manejo de la limitada paleta, de las sombras y los movimientos, sino por su mirada social. Cien vistas del monte Fuji, es una obra muy atenta al retrato de lo cotidiano. En otras palabras, un increíble álbum de 'fotos' del Japón de la época.

"La escenas muestran una naturalidad asombrosa. Hokusai es capaz de retener las imágenes que sus atentos ojos ven y plasmarlas con el pincel con gran precisión hasta el menor de los detalles", explica David Almazán. A los pies del monte Fuji se tejen en esta obra las vidas de campesinos, pescadores, buscavidas, viajeros, samuráis y hasta deidades. Todo, con el volcán tan presente como lo ha estado en la historia de Japón.

La leyenda de la montaña de nombre incierto

El origen del nombre de la cima que obsesionó a Hokusai sigue siendo hoy motivo de discusión. La mayoría coincide en que Fuji proviene de la palabra inmortalidad (不死 fushi). Pero debido a que puede escribirse de varias maneras también puede provenir de conceptos como la abundancia o la grandeza.

En todo caso, el volcán es sinónimo de algo inmenso y la leyenda cuenta que se originó, como tantos otros mitos orientales y occidentales, por un amor no correspondido. Todo empezó cuando un viejo campesino descubrió a un bebé surgido del tallo de un bambú que se acabaría convirtiendo en una joven de belleza extraña e hipnótica. Tanto, que comerciantes, nobles y príncipes de todo el país quisieron pedir su mano.

El rumor de su belleza era tal que el mismo emperador quiso casarse con ella, pero cuando la conoció, esta le contó que provenía de la Luna y que no estaba destinada a ser propiedad de nadie. Un día, la joven volvió a su hogar junto a las estrellas y dejó al emperador el elixir de la vida eterna. Cuando este asumió su partida, escaló la montaña que más cerca de la Luna le permitía estar y esparció sobre su cima el elixir, que provocó el cráter del conocido volcán.

La historia -fundacional en su país-, nos puede sonar gracias a la obra maestra que el animador Isao Takahata dirigió en 2013: El cuento de la princesa Kaguya. La belleza de Kaguya es la misma que impresionó a Hokusai y que hizo que volviese sobre ella el monte Fuji una y otra vez. Dibujar la montaña era otra manera de alcanzar la perfección, o de acercarse a ella. Tal y como el emperador quiso acercarse a la Luna, sin conseguirlo jamás.

'Ghost in the Shell': ¿ha aprendido Hollywood a adaptar animes?

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Hace tan solo unos días, llegaba con polémica el tráiler de la adaptación norteamericana de Death Note, uno de los animes más populares en Occidente en lo que llevamos de milenio. La mayoría de las críticas en las redes sociales se centraba en la traducción en rostros norteamericanos de personajes puramente asiáticos. Algo que se ve lógico en la industria, pero que está poco aceptado fuera de ella.

Antes de la controversia en torno a Death Note, vino la de Alita: Ángel de combate, clásico anime de los noventa con Robert Rodríguez como elegido para llevar a cabo la adaptación al inglés. Y previamente ya se debatía sobre la versión de Akira, proyecto maldito que ha pasado por las manos de Christopher Nolan, Jaume Collet-Serra o incluso George Miller.

Con Ghost in the Shell también ha habido tiempo para poner el grito en el cielo por el whitewashing sufrido por el personaje protagonista de la película: la mayor Motoko Kusanagi interpretada por Scarlett Johansson. Lo curioso, en este caso, es que el argumento de Ghost in the Shell: el alma de la máquina se pliega absolutamente a explicar el susodicho whitewashing (cuando se sustituye en el reparto a un personaje asiático, latino o afroamericano por un actor blanco y anglosajón), convirtiéndolo en una parte fundamental de su trama.

Sea como fuere, la película es la síntesis de una industria que busca construir nuevos referentes en el relato animado japonés. Hollywood cada día encuentra una estrategia distinta para vampirizar productos culturales ajenos.

Ser o no ser un remake: el caso Ghost in the Shell

¿Dónde se encuadra El alma de la máquina en el universo Ghost in the Shell? Pues siendo sinceros, no está del todo claro. De entre la sopa de términos lo adecuado sería hablar de un reboot de la película de 1995, pero alterando significativamente el argumento de aquella. Tanto, que se podría ver como un punto de partida del que luego pueda nacer una saga hollywoodiense.

El universo de Ghost in the Shell (GitS en adelante) es complejo y enrevesado: los largometrajes son solo una pequeña parte de un mundo que cuenta con series, ovas (producciones de anime en vídeo dirigidas al ámbito doméstico), videojuegos, reimaginaciones y remakes. A grandes rasgos se podría resumir de la siguiente manera: todo parte del universo creado por el maestro del cyberpunk Masamune Shirow, autor del manga original y de otros títulos tan representativos del subgénero como Dominion Tank Police o Appleseed. De su obra surgen tres cosmogonías distintas.

Las primeras y más conocidas son las dos adaptaciones cinematográficas dirigidas por Mamoru Oshii: la película original de 1995 y su continuación, GitS 2: Innocence. Ambas forman un todo narrativo con subtramas conectadas y desarrolladas en la misma línea temporal.

La primera –protagonizada por la mayor Kusanagi– cuenta la historia de la Sección 9, un departamento del Ejército especializado en terrorismo cibernético, y su caza a un hacker apodado ‘El titiritero’. La segunda arranca donde lo dejó la primera, centrándose en el personaje de Batou, el compañero de andanzas de la mayor, que investiga una serie de robots hackeados que asesinan a sus acompañantes humanos suicidándose después.

Además hay otro universo basado en el original del manga de Shirow pero con un argumento completamente distinto a las películas de Oshii. Hablamos de la serie GitS: Stand Alone Complex, una obra que cuenta con dos temporadas de 26 episodios, dos ovas que resumen cada temporada y una película a modo de epílogo. Este universo se centra en los casos de la Sección 9 y su evolución, asentándose en el thriller procedimental y el espionaje.

Y por si hacía falta rizar el rizo aún más, existe otra forma de comprender GitS. Arise es un entramado narrativo que se desarrolla a través de cuatro ovas, una serie de 10 episodios y una película llamada GitS: The Rising

Parecidos razonables y diferencias irreconciliables

El alma de la máquina es un curiosísimo ejemplo de apropiación cultural: adapta la película en la que se basa, pero solo como marco estético. Está lejos de ser una traslación de la película de animación realizada con actores de carne y hueso. La película de Mamoru Oshii no es un molde narrativo para Rupert Sanders, sino un lienzo sobre el que calcar. Y, para ser sinceros, el resultado es más que notable pues su atención por la puesta en escena y la recreación detallada del universo de Oshii cuentan con un buen puñado de imágenes perdurables.

Sanders se revela en esta adaptación como un orfebre de la imagen ocupado en pensar varias veces cada plano y dejar claro que captar la esencia poética de la original le importa más bien poco. Por el contrario, asume el riesgo de ser irrespetuoso para proponer un argumento más accesible y masticado que el original; la historia del pasado de la mayor, el personaje interpretado –de forma bastante convincente– por Scarlett Johansson.

No encontraremos en ella la cantidad de referencias filosóficas y cuestiones de fondo que convertían al filme de 1995 en un ensayo futurista. Pero sí un blockbuster algo menos convencional, que respeta sus fuentes sin seguirlas al pie de la letra.

El fan podrá descubrir semillas de otros universos de GitS. Véase la secuencia de acción de las geishas, homenaje al asalto con el que arranca la primera temporada de la serie Stand Alone Complex. O el diseño del personaje de la doctora Dahlin, igual que el de la misteriosa médico de GitS: Innocence. Sin olvidar que Kuze, el extraño personaje de Michael Pitt, es también el nombre de uno de los villanos de la segunda temporada del anime, un líder de los refugiados.

El novicio podrá asomarse a la mitología creada por Shirow e internacionalizada por Oshii sin temor a perderse. Esto no es más que una oportunidad para descubrir un complejo universo creativo que va más allá de este filme. La película está llena de reflexiones más que actuales sobre la sociedad contemporánea abocada a un futuro robotizado, un futuro oscuro pero a la vez esperanzador.

Una película de culto absoluto

Hasta 1995 el anime vivía una época de asentamiento con escasos sobresaltos. Triunfaban series cuyo riesgo formal no pasaba de lo accesorio, siguiendo el éxito heredero de la fantasía (Sailor Moon o Nadia, el secreto de la piedra azul) o la comedia romántica y costumbrista (Chibi Maruko-chan o Shin Chan).

Pero ese año empezarían a cambiar muchas cosas: se estrenó Neon Genesis Evangelion, una revolución en múltiples sentidos, el estudio Madhouse fichó a Satoshi Kon, pronto adalid del nuevo cine de animación nipón y… se estrenó Ghost in the Shell dirigida por Mamoru Oshii.

La película supuso un antes y un después en la industria por muchos motivos. Por una parte, hizo despegar al estudio Production I.G., uno de los de mayor envergadura del panorama actual que, sin el filme de Oshii, posiblemente seguiría haciendo productos de encargo para terceros. Por otra, su técnica daría como resultado nuevos procesos de animación basados en la combinación de gráficos realizados mediante ordenador, con acetatos y bocetos de animación tradicional.

Y por si fuera poco, su narrativa pausada llena de constantes y largas conversaciones de calado filosófico sobre la evolución de la especie humana, tendría una sombra muy alargada en el anime contemporáneo. Hoy, a pesar de tener nada menos que 22 años, GitS no ha envejecido un ápice en fondo ni en forma.

Ghost in the Shell, más que un filme, es una reposada reflexión rodeada de robots y pistolas. El relato se asienta en la tradición de la ciencia ficción especulativa más críptica y, por ello, menos caduca. Aquella que, como Ray Bradbury, no pretende describir el futuro, sino prevenirlo.

Con ella, Mamoru Oshii cambió la industria sin pretenderlo, e inevitablemente atrajo las miradas de Hollywood. Más de dos décadas después, esta adaptación abre una pequeña senda para la industria, basada en el respeto a las fuentes y la ambición visual. De momento queda mucho camino por recorrer. Mientras, seguiremos a la espera de la gran adaptación del anime hollywoodiense si a alguien le queda paciencia.

'Hunt for the Wilderpeople', una de las mejores comedias que NO ha pasado por nuestros cines

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Los caminos de la distribución cinematográfica son inescrutables y a través de ellos a nuestras salas llegan unos títulos y otros no. Ante la imposibilidad de estrenar comercialmente todo el cine que se mueve en el mercado, el espectador inquieto suele buscar constantemente alternativas a la lógica de los multicines en plataformas de VOD que a veces, solo a veces, nos dan un respiro. Pero otras... ni así.

Es el caso de Hunt for the Wilderpeople, una comedia indie neozelandesa que el pasado año se movió estupendamente por el circuito de festivales de medio mundo coleccionando críticas positivas. Algo que no le ha servido para hacer taquilla, pues sus datos son tan discretos que nadie diría que resulta ser uno de los títulos más comentados del año pasado.

Esta película dirigida por Taika Waititi llega a nuestro país con el nombre de Hunt for the Wilderpeople, a la caza de los ñumanos, directamente a dvd editado por Sony Pictures. Con todo, resulta ser un soplo de aire fresco en la comedia indie que la temporada pasada estuvo marcada por filmes como Don't Think Twice de Mike Birbiglia, Wiener-Dog de Todd Solondz y la más destacada de todas: 20th Century Women de Mike Mills. Adivinen cuantas se han estrenado en nuestras pantallas. Exacto, ninguna.

Hacia rutas (casi) salvajes

Ricky Baker es un niño de doce años al que han echado de cada casa de acogida en la que ha vivido. Un día, es adoptado por Bella y Hec, una pareja que vive en una pequeña granja en mitad de la más imponente naturaleza neozelandesa. Tras un tiempo de adaptación a su nueva familia y entorno, un accidente le hará percatarse de que aquello que más teme no es vivir sin las comodidades de la vida urbana. Entonces emprenderá un viaje sin retorno por la naturaleza que le rodea.

Consciente de que su historia no tiene en la originalidad un gran aliado, Hunt for the Wilderpeople opta por mostrarse sincera en todo momento. A medio camino entre Hacia rutas salvajes y Moonrise Kingdom, su apuesta por acercarse al espectador mediante la hilaridad y la simpatía funcionan hasta el punto que todo nos resulta familiar pero refrescante. La producción es una especie de paradoja cómoda en la que su realizador, el neozelandés Taika Waititi, echa el resto sin mirar atrás.

Así, pronto nos descubrimos siguiendo las aventuras de un niño que se cree macarra, pero que escribe haikus cuando se siente mal. Que quiere convertirse en gánster, pero que se siente fascinado por la ornitología. Le acompaña un duro cazador -estupendo Sam Neill-, que sabe pescar una anguila sin anzuelo y con la pierna rota, pero es incapaz de leer. Personajes llenos de contradicciones en un entorno que no entiende de nada de eso.

"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido", decía Henry D. Thoreau en las primeras páginas de su mítico Walden. Fiel al poeta y filósofo estadounidense, Waititi entiende que los imponentes montes neozelandeses -lo salvaje-, es un escenario fértil que no sirve sino para sentirse vivo.

La vida gansta, la vida mejor

"I didn't choose the skux life, the skux life chose me", repite como un mantra Ricky Baker. La frase bien podría traducirse del neozelandés urbano al castellano urbano como "Yo no elegí la vida gansta, la vida gansta me eligió a mí", y lejos de quedarse en un gag, sintetiza una de las razones que convierten este film en una pequeña joya.

Hunt for the Wilderpeople sabe que es una comedia moderna y, como tal, es inevitablemente complaciente con el espectador del siglo XXI. No reniega de los referentes de la cultura pop actual, ni de su lenguaje, y llena de referencias una alegato a favor de la vida salvaje y nómada.

En contra de la escuela atemporal y expedita de Wes Anderson, su estética premeditadamente kitsch es absolutamente actual. Y, además sirve para encapsular gags sobre Terminator y El señor de los anillos sin que se le noten las costuras. Taika Waititi es consciente de que  las formas no hacen al mensaje y que un pastiche puede decir más que un producto que intenta sorprender forzadamente.

No sirva esto para pensar que su película no tiene cimientos. Como casi todas las buenas comedias, es el drama lo que mueve su desarrollo: más allá de la superficie cómica, es la superación de la pérdida y la dificultad de abrirse a un ser querido cuando se está herido, lo que se juega en el bosque. Ricky Baker, un personaje absolutamente entrañable gracias a la interpretación del joven Julian Dennison, recorre las montañas para encontrarse a sí mismo, y encontrar a alguien que le acepte así.

Taika Waititi y la caza del talento indie

Parece que de un tiempo a esta parte, la industria se ha  llenado de ojeadores que van a los festivales independientes como un cazatalentos a un partido de básquet. Observan, apuntan y luego fichan a talentos independientes para seducirlos con el dulce aroma del blockbuster.

El reciente caso de Jordan Vogt-Roberts, director de una película de gran presupuesto como Kong: La isla calavera, es uno de los ejemplos más significativo. Este realizador arrancó con otro relato de la llamada de lo salvaje -The Kings of Summer- y ahora ya se perfila como director de la esperada adaptación hollywoodiense de la saga de videojuegos Metal Gear Solid.

En lo que respecta a Taika Waititi, hace cinco años le conocían más bien pocos, pero hoy es uno de los talentos más codiciados de Hollywood. Después de años realizando cortometrajes y moviéndose por la televisión neozelandesa, probó suerte con un film llamado Boy, un debut que cayó sin levantar demasiado polvo en Sundance allá por 2010. Sin embargo, su gran reconocimiento llegó con Lo que hacemos en las sombras, comedia vestida de falso documental que narraba los avatares de un grupo de vampiros que compartían casa.

La película le valió multitud de premios -entre ellos el del Público en Sitges- y fama de realizador original. De hecho, a pesar de ser una revisión apócrifa de la belga Vampires, Lo que hacemos en las sombras resultaba ser una comedia insólita por su habilidad en el tono. Aunque si bien su energía se desinflaba pasado el efecto sorpresa, se veía en ella un realizador a punto de florecer.

Con todo, este mismo año le veremos capitaneando un blockbuster con el sello de Disney, Thor Ragnarok, tercera aventura del Dios del Trueno de Marvel protagonizada por estrellas como Chris Hemsworth, Cate Blanchett o Anthony Hopkins. Veremos si para entonces su talento sigue intacto. Mientras tanto, nos quedamos con su película más conseguida: Hunt for the Wilderpeople, a la caza de los ñumanos, una de las mejores comedias que no han pasado por nuestros cines últimamente.

Tres clásicos ilustrados que estarán siempre por redescubrir

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Los clásicos lo son porque no envejecen. Son literatura al margen de un tiempo que cada día parece consumirse más rápido. Escapan de modas eternamente cíclicas y sobreviven a cualquier best seller. De hecho, ellos son los grandes best sellers, títulos que siempre se mantienen en las librerías.

De un tiempo a esta parte más aún, pues vivimos una particular época de esplendor para el clásico literario en la era de la imagen. Hablamos del fenómeno de reeditar libros acompañados de excitantes ilustraciones de nuevos y viejos artistas. Libros sin derechos de autor que viven una eterna juventud en manos de artistas que los transforman, les dan nuevos significados y los convierten en interesantísimas piezas del arte de editar.

No en vano florecen proyectos editoriales por doquier, en ocasiones pequeños y no se sabe muy bien cómo financiados, que apuestan tanto por el talento joven como por el de toda la vida para crear colecciones de las que ponen los dientes largos.

Hay editoriales que han encajado el clásico ilustrado con otras estrategias de publicación como es el caso de Nordica LibrosLibros del Zorro Rojo, El Reino de Cordelia o Alianza Editorial. También las hay que han abanderado este campo como si les fuese la vida en ello, como el caso de Tres Hermanas o de Sexto Piso. Sea como fuere, entre tantísima bibliografía pendiente e innegablemente interesante, rescatamos tres títulos ilustrados que siempre están dispuestos a ser (re)descubiertos.

Las aventuras de Huckleberry Finn
Mark Twain ilustrado por Pablo Auladell

Considerado uno de los mejores libros de la historia de la literatura universal, la obra de Mark Twain sigue vigente pasen los siglos que pasen. Más cuando resulta antídoto perfecto en tiempos de ira y auge del odio al diferente. Un libro sin edad protagonizado por un niño y un esclavo que aborda la exclusión social, el mito del eterno paria, el maltrato infantil y la larga sombra de la esclavitud sobre la sociedad norteamericana contemporánea con tanta sencillez que siempre parece haberse escrito ayer.

Suele pasar con Twain, cuya prosa resulta tan atemporal y afilada que uno se lo imagina hoy siendo también un tuitero de éxito sin demasiada dificultad. Cada poco tiempo, una nueva edición de este libro devuelve la obra de Twain a las portadas de los periódicos debido a que alguna incauta editorial censura parte de su lenguaje.

En esta edición, pone la desteñida paleta de colores el reconocido ilustrador alicantino Pablo Auladell, que lleva trabajando en esto de ilustrar clásicos casi dos décadas. Su eficaz uso de la exageración en el diseño de personajes y su increíble capacidad para decir más con menos convierten su arte en un complemento soberbio a la pluma de Twain.

Si bien la prueba de su talento sigue sin tener mejor síntesis que La Torre Blanca, este artista ha dejado obras ilustradas tan interesantes como su particular visión de El corazón de las tinieblas o de los poemas de Miguel Hernández, amén de Las aventuras de Tom Sawyer, por supuesto.

No sabréis quién soy yo si no habéis leído un libro titulado Las aventuras de Tom Sawyer, pero no importa. Ese libro lo escribió el señor Mark Twain y contó la verdad, casi siempre. Algunas cosas las exageró, pero casi siempre dijo la verdad. Eso no es nada. Nunca he visto a nadie que no mintiese alguna vez.

Mark Twain. Las aventuras de Huckleberry Finn.

La guerra de los mundos
H.G.Wells ilustrado por Henrique Alvim Corrêa

Serían las ocho de la tarde, minuto arriba, minuto abajo, cuando las radios de medio Nueva York escucharon: "Damas y caballeros, tengo el deber de comunicarles una grave noticia. Los extraños seres que han aterrizado esta noche son la vanguardia de un ejército invasor procedente de Marte". Corría el año 1938 cuando la voz de Orson Welles convirtió un célebre relato en un hito histórico. Desde entonces, la novela escrita en 1898 por Herbert George Wells ha gozado de infinitas adaptaciones a cine, radio, televisión y, por supuesto, publicaciones de todo tipo.

La excelente edición de Libros del Zorro Rojo recupera las ilustraciones de Henrique Alvim Corrêa, artista de Río de Janeiro, que durante años estuvo trabajando en la ilustración erótica bajo el seudónimo Henri Lemort.

Apasionado de la ciencia ficción, trabajó durante años en las ilustraciones de La guerra de los mundos, que vieron la luz en 1906. Para cuando le llegó la merecidísima fama, estaba ya enfermo de una tuberculosis que acabaría con él en 1910.

Sus ilustraciones golpeaban con la fuerza de una increíble mezcla del terror anterior a las guerras mundiales, alusiones a la mitología eslava y sus Baba Yagas y un dominio increíble del lápiz de carbón. No en vano, marcaron un antes y un después en la historia de la ilustración fantástica y de ciencia ficción e hipnotizaron al propio Wells.

Nadie hubiera creído en los últimos años del siglo XIX que los asuntos humanos fueran escudriñados, aguda y atentamente por inteligencias superiores a la del hombre y, sin embargo, tan mortales como la suya.

H. G. Wells. La guerra de los mundos.

Cumbres Borrascosas
Emily Brontë ilustrada por Fernando Vicente

Emily Brontë murió sin haber visto su nombre en la portada de Cumbres Borrascosas, un libro que publicó en 1847 bajo el seudónimo de Ellis Bell. El que hoy es uno de los mayores clásicos de la literatura inglesa fue recibido con cierto desdén en su momento, debido a la brusquedad de su prosa y a su extraña estructura narrativa.

Aquel año, ella y sus hermanas cambiarían la historia de la literatura de su país publicando todas novelas de pasiones con mujeres victorianas como protagonistas. Emily lo hizo con Cumbres Borrascosas, Charlotte Brontë con Jane Eyre y Anne Brontë con Agnes Grey.

Se podría decir que de las tres obras escogidas, el tiempo ha hecho más mella en Cumbres Borrascosas. Sin embargo, las tres comparten el hecho de ser novelas hito que perduran más allá de su historia. Novelas que, llegado el último grano de arena del reloj de la épocas literarias, llegan para darle la vuelta y que vuelva a discurrir.

Esta crónica de pasiones enfermiza y oscura, ajustada al tono de la novela de Brontë, ha sido ilustrada por Fernando Vicente con juegos de color que no buscan innovar sino epatar. Cumbres Borrascosas queda lejos de la fuerza de otros trabajos suyos como Vanitas o Anatomías, y sin embargo adquiere aquí un encanto pulp que convierte la mezcla en una delicia.

Yo me detuve allí, cara al cielo sereno. Y siguiendo con los ojos el vuelo de las libélulas entre las plantas silvestres y las campanillas, y oyendo el rumor de la suave brisa entre el césped, me admiré de que alguien pudiera atribuir inquietos sueños a los que descansaban en tan quietas tumbas.

Emily Brontë. Cumbres Borrascosas.

Siete películas actuales para pasar una Semana Santa apócrifa

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Llegan los días en los que se conmemora la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Llegan también las procesiones, los penitentes y la programación televisiva más religiosa del año. Se suceden desde teleseries como Killing Jesus -rareza auspiciada por National Geographic-, a la reposición de alguna de las mejores comedias de la historia como La vida de Brian o la épica inmortal de Ben-Hur. El Mesías muere y resucita tantas veces como zapping hagamos, si queda alguien que atienda a la programación de nuestras televisiones y no opte por la libertad condicional del video on demand.

Ante tal panorama, podemos seguir el juego y descubrir, sin reticencia alguna, que la religión es uno de los temas clave del séptimo arte. No es ninguna osadía afirmar que en dicho subgénero encontramos verdaderas obras maestras, cuando no películas absolutamente fundacionales de lo que es el cine hoy. Hablamos de La pasión de Juana de Arco u Ordet (La palabra) ambas de Dreyer, pero también de la Viridiana de Buñuel o el Anderi Rublev de Tarkovsky.

También podemos optar por ver la fe en amplio espectro y con la mirada más actual posible. Podemos ver la religión como conjunto de creencias varias acerca de una divinidad, que no necesariamente estén basadas en la Biblia. Y hacerlo con películas realmente actuales, que no llegan a cumplir ni una década. Largometrajes que nos muestran cómo vive el cine la creencia en un ser supremo.

Como cualquier selección esta también adolece de dejar fuera títulos importantes, como son las dramáticas Camino de la cruz de Dietrich Brüggemann, o La religiosa de Guillaume Nicloux, o chifladuras de nivel como Red State de Kevin Smith. Sea como fuere, aquí van siete títulos que se acercan a la fe de manera apócrifa.

Silencio (Martin Scorsese, 2016)

¿De dónde venimos? Después de deleitarse con un Nuevo Testamento del exceso y la locura financiera con El lobo de Wall Street, Scorsese se retiró tres años. En realidad fue un retiro poco espiritual y mal disimulado, pues siguió trabajando sin cesar en proyectos como la fallida serie de HBO Vinyl. Sin embargo, la apariencia de quietud se reveló en profundidad con la llegada de Silenciouna adaptación de una novela de Shūsaku Endō que narra las penurias de los jesuitas portugueses que intentaron difundir la palabra de Dios en el feroz Japón del siglo XVII.

¿A dónde vamos? La fe, que ya había estado ampliamente analizada en su filmografía -véase sin ir más lejos La última tentación de Cristo- llega a su madurez expresiva en Silencio. No por lo hondo de su reflexión, sino por lo sosegado de hacerla. Una mirada a los riesgos de que creer como fin en la vida, el peligro que asoma tras el fanatismo y la facilidad de la fe para ser usada como arma arrojadiza, y mortal, ante las creencias ajenas.

El club (Pablo Larraín, 2015)

¿De dónde venimos? Con este film alcanzó la presencia internacional que luego revalidaría con las excelentes Neruda y Jackie. Sin embargo, la posición de Pablo Larraín como realizador nunca ha llegado a ser del todo cómoda: gran parte de su carrera consiste en hurgar en la herida y molestar al que se ofenda fácilmente. Así, no es de extrañar que en determinado momento decidiese molestar a un estamento intocable: el statu quo católico de su país.

¿A dónde vamos? Si bien El club es una película incomodísima con varias capas de lectura sobre la corrupción moral o la idea de salvación inherente a la fe, subyace en ella un discurso más potente: la exculpación. O mejor dicho, la excusa del creyente como alguien capaz de subordinar toda lógica a un pensamiento que justifique sus actuaciones, por atroces que sean.

La bruja (Robert Eggers, 2015)

¿De dónde venimos? La opera prima de Robert Eggers se hizo con el merecido premio a mejor dirección en el festival de Sundance con una historia de terror que resultaba un auténtico abracadabra para el cine de terror. En ella, una familia de colonos cristianos sobrevive como puede a las penalidades de una sequía en la Nueva Inglaterra del siglo XVII. Según sus creencias, Dios les está castigando y poniendo a prueba. Aunque puede que haya algo más detrás de sus desgracias.

¿A dónde vamos? La religión es aquí una prisión para su protagonista, de la misma manera que es una luz de esperanza para los que la rodean. El castigo, concepto que el espectador contemporáneo puede asumir íntimamente ligado a la herencia de la moral cristiana, emana de La Bruja como uno de los pilares de la fe. Aunque si bien, por irónico que resulte, la salida de esa prisión es otra fe, profana y dedicada a un culto mucho más sacrílego.

Noé (Darren Aronofsky, 2014)

¿De dónde venimos? Darren Aronofsky venía de acariciar la -supuesta- gloria que otorgan los Oscar con Cisne negro después de un año para recordar. Además, la religión no le era ajena en absoluto pues casi desde que empezase en el cine, había manejado nociones sobre ella en Pi, fe en el caos y en La fuente de la vida. De pronto, estrenaba un blockbuster basado en la vida del último de los patriarcas antediluvianos.

¿A dónde vamos? Noé es posiblemente uno de los blockbusters más caros y extremadamente raros que ha dado el cine reciente. Su altísimo presupuesto iba acompañado de una historia inaccesible y de un curioso concepto de fe: el de la lectura interesada. Una rareza que entretiene de manera intermitente y que da buena cuenta de lo que es interpretar un texto sagrado al pie de la letra, o por el contrario inferir de él lo que se desee.

Calvary (John Michael McDonagh, 2014)

¿De dónde venimos? John Michael McDonagh, hermano mayor del más afamado Martin McDonagh, pertrechó en 2014 un sentido homenaje a los hombres de fe con Calvary. Una contestación reflexiva y dramática al relativo éxito que tuvo su anterior film: la comedia negra El irlandés. Ambas películas inteligentes, aunque solo una realmente excelente.

¿A dónde vamos? Calvary sigue los pasos del Padre James -brillante Brendan Gleeson- un hombre dedicado al credo que un buen día recibe una amenaza de muerte de un feligrés anónimo. Lejos de denunciarle o intentar evitar que alguien le asesine, decide averiguar el porqué. La fe es aquí la búsqueda de razones ulteriores, superiores, que expliquen aquello que no podemos entender. Remediar, eso ya es otro tema.

The Fake (Yeon Sang-ho, 2013)

¿De dónde venimos? Yeon Sang-ho dirigió esta película de animación surcoreana después del buen recibimiento de un drama de brocha gorda sobre el acoso escolar llamado The King of Pigs. Esta vez, no reducía los trazos de la narración, brusca y tremendamente obvia, pero sí optaba por caminos menos fáciles. Gracias a su reputación como director de ambas, saltó a la acción real con la entretenidísima Train to Busan

¿A dónde vamos? En esta historia de malas decisiones y venganzas, en un ambiente muy del estilo de True Detective aunque anterior, un hombre llega predicando la salvación de unas almas que buscan desesperadas luz en su vida. La religión, para Yeon Sang-ho, es a la vez el consuelo necesario y el camino que hay que cuidarse de caminar. Creer es jugar con el doble filo de una navaja que igual pela una manzana que corta un cuello.

Las vacaciones de Jesús y Buda (Noriko Takao, 2013)

¿De dónde venimos? La mangaka Hikaru Nakamura se hizo popular a principios de los dos mil gracias a un manga que contaba la historia de un Jesús contemporáneo que decidía irse a vivir con su amigo Buda a un piso del Japón de hoy. Repitió la jugada Noriko Takao, una realizadora que tras debutar con la adaptación al cine de un manga que había vendido más de 10 millones de copias en su país, se embarcó el el mundo de las series anime. Ahí sigue, parece ser.

¿A dónde vamos? Estamos ante una comedia afable que apuesta por mostrar la fe como hecho sanador y recurso valiente hacia el autodescubrimiento. Gracias a su destreza narrativa y su delicadeza en la puesta en escena, su mensaje se sujeta con fuerza a los andamios de una estructura férrea. Un respiro agradable ante tanto mensaje grave sobre la creencia y su reverso tenebroso.

Bola extra: El mundo es nuestro (Alfonso Sánchez, 2012)

¿De dónde venimos? El actor, guionista y director sevillano Alfonso Sánchez seguramente sea una de las últimas incorporaciones al improbable olimpo de realizadores españoles que se han reído -en el buen sentido- de las tradiciones 'muy españolas y mucho españolas'. No en vano, El mundo es nuestro, sátira sobre la Semana Santa y antídoto eficaz del prejuicio, es una de las comedias más absurdamente divertidas que ha dado el cine patrio estos años.

¿A dónde vamos? El Cabesa y el Culebra, son dos amigos de barrio poco avispados que un buen día, en plena Semana Santa sevillana, deciden atracar un banco. La cosa no resultará tan sencilla como se esperaban y las procesiones, los politiqueos y el fervor se mezclarán sin remedio en una sátira fácil pero inteligente de la crisis. La fe, aquí, es equivalente a tradición pues en la tierra de sus dos protagonistas hay dramas mayores que salir encapuchado y hacer de costalero.

'El viaje de Chihiro': claves para entender una película inolvidable

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En agosto de 2016, la BBC reunió a nada menos que 177 críticos de cine de todo el mundo para designar cuáles eran las mejores películas del siglo XXI. De los cien títulos  que surgieron del debate, El viaje de Chihiro era el cuarto más valorado y la única película de animación entre los primeros veinticinco.


Viñetas para no olvidar el terror del bombardeo de Gernika

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El 26 de abril de 1937 era día de mercado en Gernika, una pequeña población perteneciente a la comarca de Busturialdea. Aquella tarde, cruzaron su cielo 31 bombarderos y 26 cazas pertenecientes a la Legión Cóndor alemana y la Aviazione Legionaria italiana. Modelos Heinkel, Junkers, Savoia-Marchetti, Messerschmitt, Fiat y Dornier bombardearon la ciudad sin descanso durante tres horas y aniquilaron todo lo que encontraron a su paso. Entre población autóctona y refugiados había aquel día -al menos- 10.000 personas en Gernika.

Cuando se cumplen ochenta años del bombardeo, la editorial Debate publica La muerte de Guernica, segunda adaptación en viñetas de un texto del hispanista Paul Preston en manos del dibujante José Pablo García. Una obra minuciosa tanto en su acabado formal como en su extensa documentación y contextualización de un hecho clave de nuestra historia.

Un acto de terrorismo


El bombardeo de Gernika no fue un hecho aislado ni fortuito. Tras la derrota que había sufrido en Guadalajara, el 20 de marzo de 1937, Franco se vio obligado a cambiar una estrategia militar que había centrado sus esfuerzos en la toma de Madrid. Convencido por el general Hugo Sperrle, comandante de la Legión Cóndor, decidió poner en marcha una campaña ofensiva en el norte de España que produjese un efecto dominó cuya primera pieza iba a ser la toma de Bilbao.

Con este objetivo, Franco inició una estrecha colaboración con la Legión Cóndor nazi para facilitar, con su apoyo aéreo y su tecnología, el avance de posiciones en el norte del país en general y en tierras vascas en particular. Una decisión que hizo que los alemanes tuvieran voz decisiva en la campaña. "Prácticamente estamos al mando de todo sin ninguna responsabilidad. Soy un comandante omnipotente y efectivo, con un mando tierra-aire eficaz", escribió Sperrle días antes de arrasar Gernika.

Franco esperaba que con semejantes aliados todo el norte de España cayera en menos de tres semanas. Los vascos resistieron en el frente con más tenacidad que recursos. Tras varios días de campaña, los avances eran mucho menores a los esperados, así que el bando golpista dio el visto bueno a una medida más extrema que el simple ataque a las tropas republicanas por tierra y aire. Empezaron entonces "los bombardeos destinados a aterrorizar y desmoralizar a la población civil y arrasar las comunicaciones viarias a su paso por los municipios", describe Paul Preston. Una táctica que se inició con la destrucción de Durango y el ataque a Ochandiano, pueblos próximos a Gernika.

Preston, catedrático de Historia Contemporánea española y director del Centro Cañada Blanch de la London School of Economics, tiene claro que el bombardeo de fue un acto pensado, un ataque terrorista –buscaba la dominación por terror– dedicado a masacrar a la población civil como estrategia militar para minar la moral republicana. Por eso, La muerte de Guernica dedica tantas o más páginas a la explicación de las razones del ataque, que al ataque en sí mismo. No estamos ante una narración convencional de un hito histórico, sino ante un estudio en formato de novela gráfica que desmenuza el antes y el después de los hechos acaecidos ese lunes 26 de abril de 1937.

La importancia de la palabra

La muerte de Guernica da preponderancia a la narración sobre la acción. Y no lo hace precisamente mediante unos protagonistas que hagan avanzar su historia, puesto que no los tiene. Como ya hiciese Paul Preston en su ensayo homónimo, esta novela se teje mediante testimonios directos y datos contrastados que convierten el bombardeo en la tragedia de rango histórico que es, mucho más lejos de lo que sabemos por la obra de Picasso o por lo que el cine nos ha contado.

"Llego a Bilbao con el alma destrozada después de haber presenciado personalmente el horrendo crimen que se ha perpetrado contra la pacífica villa de Guernica, símbolo de las tradiciones seculares del pueblo vasco. Un pueblo creyente asesinado por  criminales que no sienten el menor alarde de humanidad", relata el padre Onaindia, testigo ocular, en las páginas de La muerte de Guernica.

"Otras experiencias de bombardeos he tenido más tarde en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Pero nunca me sentí tan desamparado y tan víctima indefensa como aquel 26 de abril de 1937", afirmó tiempo después.

"Guernica, la ciudad más antigua de los vascos y centro de su tradición cultural, fue destruida por completo ayer por la tarde en un ataque aéreo de la insurgencia", escribió George Steer, corresponsal de The Times en España durante el conflicto. "El bombardeo de esta ciudad abierta situada muy por detrás de las líneas duró exactamente tres horas y cuarto, durante las cuales una poderosa flota de aviones no cesó de arrojar artefactos sobre la ciudad. Los cazas, entretanto, descendían sobre el centro de la ciudad para acribillar a la población civil", describiría el periodista.

El padre Onaindia sufrió el rechazo de la Iglesia española encarnada en el cardenal Gomá, que apoyó el golpe de Franco y respondió a Onaindia con un espeluznante "los pueblos pagan por sus pactos con el mal y su protervia en mantenerlos". También el acoso con una campaña de desprestigio orquestada por la prensa franquista. Más de lo mismo le pasó a Steer, que en nuestras fronteras fue denigrado profesionalmente durante años y acusado de que todo lo que había contado en sus crónicas -que habían dado alcance internacional al bombardeo- era falso. La versión española era que la ciudad había sido dinamitada por saboteadores vascos.

La muerte de Guernica recoge sus palabras y les da el peso que merecen, olvidadas durante años por un silencio que era capaz de acallar el silbido de las bombas al caer, y hasta su estallido.

Un bombardeo azul y gris

A pesar de lo que pueda anunciar su portada, el color no es el fuerte de La muerte de Guernica. Más allá de su dibujo de trazos sencillos y estilo descriptivo por funcional, la obra de José Pablo García vuelve imperiosa su lectura gracias a su utilización del color. Esta novela gráfica sitúa la prosa de Paul Preston lejos de la cuatricomía, en un estilo que recuerda al blanquinegro del cómic primitivo pero que tiene su razón de ser en las dos tintas propias del tebeo del régimen durante el franquismo.

En su anterior adaptación de la obra de Paul Preston, La guerra civil española, optaba por tonos sepia, por momentos rojizos y anaranjados, que daban cuenta de esa atemporalidad. Pero esos tonos ya no se aplican en La muerte de Guernica: ahora son el azul y el gris los que dominan las viñetas.

Gracias a su inteligencia al servicio de los hechos narrados, se percibe una consciente omisión del horror, de la sangre difícilmente plasmada en azul, y de su interpretación del texto de Preston, tan fiel que resulta fría. La muerte de Guernica no necesita emocionar pues su mayor valedor es el rigor histórico. El poder de unas didascalias -cartelas explicativas- que son la voz de Preston, pero también las de Onaindia, Steer y tantos otros cuyo relato nunca escucharemos.

"Las redes sociales son el mejor ingenio con que podía soñar cualquier totalitarismo"

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Rubén Lardín ha sido traductor, guionista, articulista, seleccionador en festivales de cine, editor literario, crítico de arte y de cine -habría que discernir si son lo mismo-, y colaborador habitual en eldiario.es entre otros medios españoles. Todo sin dejar de ser escritor. Es decir que todo aquello que hace o ha hecho este autor nacido en Barcelona siempre, de manera irremediablemente, tiene su raíz en lo que Galeano decía que no era más que cazar palabras.

A día de hoy ha publicado ensayos como Las diez caras del miedo, Fuego en el cuerpoSam Peckimpah: Hermano perro o El resplandor, en torno al séptimo arte y sus más oscuras derivas. También ha probado con dietarios y memorias sentimentales como Imbécil y desnudo o Corazón Conejo. Ahora acaba de publicar La hora atómica con la editorial Fulgencio Pimentel. Como estos dos últimos, este también lo escribe en primera persona y el resultado resulta en gran medida indecible.

Se trata de un libro cuyo apelativo más definitorio es ese mismo: ‘libro’. No es una novela, ni un ensayo, ni un diario, ni un libro de recetas. Es un conjunto de hojas de papel encuadernadas que bien vendrían a ser una colección de pensamientos fugaces. En ellas nos habla de una ciudad que le parece ajena pero entiende como suya. De unas inclinaciones que aborrece y en las que no puede dejar de foguearse. De una generación joven que no entiende y una coetánea que tampoco. Ahí se encuentra La hora atómica, en mitad de la nada y sin parecerse a nada.

¿Cómo nace La hora atómica y qué representa en este momento de su carrera?

Lo que llamas mi carrera no sé qué es, nunca me he planteado nada en esos términos y me avergonzaría hacerlo. La hora atómica se escribió muy deprisa pero muy despacio. En un lapso de varios años pero con un formato de entregas semanales de escritura relámpago. Ahora reunidas han tomado una forma extraña, de diario o algo parecido. El libro es una primera persona constante y sonante, un tío que no puede estarse quieto en su cabeza y corre en pelotas de arriba abajo, una cosa un poco lamentable. Yo no sé entenderlo porque estoy en él de una manera tan elocuente que me repele, me da la corriente, pero mi editor es un gran lector y quiero creer que el libro funciona, que tiene alguna entidad.

Dice en La hora atómica que la soberbia de su generación es creerse formada de libros y cine. Que a cambio hemos regalado nuestra juventud. ¿Qué perdió por ser periodista (cultural o como se quiera llamar)?

Es la edad, sí, la cuarta década. En cuanto cumplimos 40, las personas nos creemos formadas y ahí detenemos el aprendizaje, lo tengo comprobado, ocurre incluso antes, a los treinta y tantos, aunque lo único que pasa es que empezamos a estar cansados, el entusiasmo y la curiosidad se atrofian y además nos encontramos metidos de lleno en la penosa trampa del trabajo.

El periodismo cultural no existe en este país fuera de los fanzines y de algunas revistas muy especializadas. Otra cosa es lo que hacemos en prensa, que es vocear, bailarle el agua a la industria del entretenimiento y dar la brasa con los temas de siempre, que si los Oscar, que si el centenario de no sé qué, que si el trailer de una peli o ahora el Día del Libro. Con suerte, un día conseguimos expresar sinceramente nuestro entusiasmo sobre una lectura extraña que nos ha conmovido, pero en general no hay sitio, es difícil y no interesa porque no mueve nada en términos económicos.

¿Cree que la generación de los dosmil está regalando su juventud a Internet?

Bueno, yo me encerraba en mi habitación y escuchaba discos en bucle. Al margen de las costumbres de cada tiempo, estoy convencido de que todas las generaciones son iguales, todas las adolescencias son la misma y todos los adultos van a tener las mismas cosas de qué lamentarse. Sí que observo algunas conductas que en mi quinta eran menos frecuentes, dejes de ambición que me sorprenden porque nosotros éramos más torpes. Supongo que las nuevas generaciones vienen con el gen del publicista integrado de serie, pero por lo demás son réplicas exactas y conmovedoras del mismo animalito.

También cuenta que está cansado de leer a colegas que escriben muy seriamente. ¿Se puede hacer buen periodismo sin acarrear la seriedad como una losa?

Esto va a quedar fatal, pero para mí el periodismo no es más que ruido y propaganda. Espectáculo en el peor de los casos. Al menos así lo he visto siempre y así se me certifica todas las mañanas. El periodismo es otro cómplice del sistema que además tiene la manía de atribuirse cualidades paliativas o sanadoras porque una vez tal vez salvó un perro. Yo no creo en el periodismo, me parece una mentira enorme, empezando por esa presunta ausencia de estilo de que hace gala la escritura informativa, un recurso persuasivo que comporta la mayor falacia de este oficio.

A lo largo de La hora atómica hace reiterados elogios al hecho de perder el tiempo. ¿Se nos ha olvidado como perder el tiempo?

Eso será postureo, en realidad soy bastante inquieto y no sería capaz de hacer un elogio abierto y encendido de la pereza, pero sí percibo todos los días las artimañas del mundo del trabajo para tratar de anularme y arrastrarme al infierno de los emprendedores, de los chalados del trabajo, de toda es gente loca de la cabeza.

¿Ve esto relacionado con el hecho de vivir constantemente conectados? O con otras palabras, ¿deberíamos volver a aprender a aburrirnos?

Para mí Internet ya es sinónimo de aburrimiento, de no hacer nada o no tener nada mejor que hacer. Yo no lo llevo encima, pero es cierto que se ha convertido en una bola de presidiario, lo veo en la calle, y supongo que para pasear al pairo es un handicap.

Hace años, cuando estabas con alguien que miraba repetidamente el reloj, te sentías incómodo. ¿Ahora cómo hay que sentirse? No creo que haya que volver a ningún estadio anterior, tampoco sería posible, pero sí me gustaría acelerar algunos procesos para comprobar qué conductas se perpetúan y qué otras desaparecen. De momento estamos tolerando a gente con el teléfono encima de la mesa, que ya me está pareciendo mucho tolerar.

Habla también del esperpento que le rodea cuando habla de temas como la política o las generaciones venideras. ¿Cree que este esperpento nos ha llevado a ser lo que somos: un país que, como diría Valle-Inclán, está como la vida, para mal comer?

El esperpento es nuestro Black Mirror, y además con mucho más arte. Ni ciencia ficción distópica ni nada, el esperpento es lo único que nos explica de manera diáfana. Valle-Inclán, claro, pero también Berlanga. Ningún sociólogo ha entendido España de manera tan precisa, absoluta y sintética como ellos. El problema es el relevo, que no existe. Ahora mismo estamos solos, nadie ilumina con su candil. Aunque, tal vez baste asomarse a los comentarios de cualquier periódico digital para entenderlo todo...

El libro, además, está cargado de paisajes sexuales y abiertamente eróticos. Se diría que es el tema más recurrente de La hora atómica. ¿Por qué es así?

Ayer un amigo me envió un mensaje diciendo que el libro le había puesto cachondo. Yo no había contemplado ni remotamente esa posibilidad y hasta me dio un poco de reparo, pero también me alegró mucho. Si resulta que La hora atómica tiene alguna cualidad erótica empiezo a sentirme más que satisfecho por este libro.

El erotismo me gusta más allá de la pornografía gimnástica. Me gusta como celebración de la vida, como cura de humildad si partimos de que la sexualidad es una tiranía y como lugar franco para la blasfemia, como lo era el humor antiguamente. La literatura erótica, que nada tiene que ver con las sombras de Grey ni con esas bobadas románticas, es un género capaz de una hondura filosófica que cuesta encontrar en otros ámbitos, tal vez por eso hoy no se practica, porque no es fácil.

Sobrevuela la idea en el libro de la tauromaquia como arte con poesía. ¿Cómo explicaría esto? A mí, por ejemplo, me parece repulsivo.

Te entiendo. Yo me interesé por los toros cuando en Cataluña impulsaron la prohibición, es lo que tiene funcionar a la contra. Antes, para mí, un torero bueno era un torero muerto. De siempre, no había otra, estaba instalado en esa idea como un fanático. Empecé a valorar lo de asistir a una corrida cuando se empezó a hablar de prohibición, cuando gente próxima con la que compartía ideas supuestamente progresistas y tolerantes se empezó a mostrar a favor de que se prohibiera algo, creo que eso fue para mí lo alarmante. Ahora ya me he acostumbrado, ahora es constante.

El caso es que fui un día a la plaza y aquello me atravesó el espíritu. Por ensalmo entendí toda la literatura al respecto y de hecho procedí a leerla. No hay más. Soy taurino, sí. Tampoco quiero extenderme ni convencer a nadie, sé que estamos en territorio hostil y reconozco que me abochornan muchas de las cosas que rodean los toros, la primera de todas la banderita apestosa.

Hay escritos en los que parece que en lugar de escribir, su prosa tiende más a dibujar ideas (que no escenas). ¿Está de acuerdo? Me refiero a frases como "como yo aquí dejando estas nubes de pensamiento sin personita debajo".

Supongo que a veces se generan imágenes, pero también me gusta lo sensorial, toquetear al lector, darle una sinestesia o un correveidile. Lo único que puedo decir en mi defensa es que con el estilo no puedes mentir, el estilo te va a delatar todo el rato.

¿Esta obra es entonces eso, nubes de pensamiento que intentas aclarar?

Es una historia de valentía y superación. Un libro que habla de oportunidades, que te enseña a convivir con la enfermedad e incluso a dar gracias por ella, ¡por todas las enfermedades! No, en serio, no tengo ni idea de cómo vender este libro, tal vez sea un engendro. Si es así, me gustaría que llegase a ofender a alguien. A alguien muy feo y muy bajito, a ser posible.

Persiste en el libro la idea de Internet como algo ajeno a usted. ¿Cree que Internet se ha convertido más en una herramienta de control que en otra cosa? Al fin y al cabo alguien es el dueño de Facebook. 

De sumisión más que de control, ¿no? Internet lo veo como una ilusión colectiva, toda esa gente ahí metida hablando de cosas que no han ocurrido, que no han tenido lugar, de hechos cuya única consecuencia es que ellos están hablando de ello.

Internet como tal solo se ha demostrado útil e interesado en una cosa: vender más. Más de todo, lo mismo una guerra santa que unos recambios, un gorrito, lo que sea que no necesites. Las redes sociales son ya una liga superior, el mejor ingenio con que podía soñar cualquier totalitarismo.

Si lo lees de una sentada, es como un tratado de la vida urbanita. ¿Es una contestación a la moda por la literatura del buen salvaje? ¿Es un antiWalden?

A mí lo único que no me parece lógico es vivir sentado y ni siquiera ser relojero.

En este sentido Barcelona parece un personaje más. ¿Qué significa esta ciudad para usted?

Me gusta mucho Barcelona. En realidad me gustan muchas ciudades pero esta es a la única que quiero. No sé si es mi ciudad pero sí creo que le pertenezco. Nací aquí, en la Gran Vía, en la Casa de la Lactancia, que ahora es un asilo de ancianos. La madre que los parió, todo son señales. Maldita ciudad, malditos viejos, malditos niños y malditos seamos todos.

‘Deportado 4443’, un grito español desde los campos de concentración nazis

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A veces, el corte del papel puede doler más que el de un cuchillo. Tiene una explicación física. La cuchilla es recta y su corte limpio, mientras que el corte de un papel flexible es irregular y sucio. Pero también existe en ocasiones una razón de raíz más poética: hay hojas que al leerlas, duelen.

'Un millón de años', un enigma por resolver en perturbadoras viñetas

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En un planeta que parece ser el nuestro, un padre y su hijo vagan por un desierto, o algo semejante a lo que conocemos por desierto. Comen iluminados por una hoguera y duermen bajo la luz de lo que podría ser la Luna, o bien cualquier otro astro aún por imaginar. De repente, un insecto aparece para complicar las cosas de manera dramática y al más puro estilo gráfico de body horror. Así podría decirse que empieza Un millón de años, la última obra de David Sánchez.

El uso del condicional, en el caso del cómic que nos ocupa, más que un recurso literario es una imposición en toda regla: no tratamos con un autor sobre el que se pueda enunciar con rotundidad ningún raciocinio superfluo. En sus narraciones, lo que vemos nos recuerda a algo, pero no sabemos exactamente a qué. Nos incomoda de una manera en la que solo lo pueden hacer las alucinaciones, como esas sensaciones subjetivas que no tienen su raíz en ninguno de los cinco sentidos. Que ocurren en algún lugar de nuestra psique. Como una pesadilla de Suehiro Maruo o una película de David Cronenberg.

Con el nipón comparte la constante sensación de leer una alucinación perversa, y con el canadiense le une el gusto por el cuerpo y la psique enferma. Dos referencias azarosas, inferidas por la fuerza de viñetas de difícil comprensión, pero de inmediata asimilación. Viñetas que esconden enigmas.

Autopista hacia uno mismo

"Es inevitable seguir avanzando o explorando", dice el propio Sánchez cuando habla con eldiario.es de su trabajo y de los 17 años que separan su debut de la obra que publica ahora. Años en los que "vas encontrando cosas con las que estás cómodo un tiempo", algo transitorio.

David Sánchez debutó, como muchos otros, en ese hábitat de referencia de la ilustración en nuestro país que fue la revista El Manglar, hoy desaparecida pero no muerta gracias a los integrales de la editorial Dibbuks. En aquella publicación, sus historietas ya apuntaban a un universo propio que luego se convertiría en su primera obra: Tú me has matado, un cómic publicado por Astiberri que se haría con el premio al Autor Revelación en el Salón del Cómic de Barcelona 2011.

Tú me has matado es la primera parada de un largo recorrido. Llena de referencias más o menos mainstream, narraba la historia entrecruzada de dos policías ni vivos ni muertos y dos testigos de Jehová que buscan a un profeta mientras se preguntan si existe. En esta aventura de carretera sonaban ecos que iban desde Carretera perdida de David Lynch hasta las viñetas del ineludible Charles Burns.

El cómic es una obra de enfermiza simetría y acabado notable, que visto con perspectiva da la medida de su evolución. Él dice no haber prestado demasiada atención a eso. "Se trata también de mis limitaciones como narrador. Yo soy dibujante no escritor y mi método de trabajo se basa bastante en la improvisación", asegura. No en vano, cuenta que Tú me has matado se le ocurrió un día cuando unos testigos de Jehová llamaron a su puerta para darle panfletos mientras escuchaba música norteamericana de los años 50 y 60.

Una parada en un hospital

El avance de lo obvio a lo inexplicable le revelaría, con el tiempo, como un autor menos deudor de sus lecturas. Sin embargo, él cita a sus referentes del tirón, como si los soltase de forma automática: "De pequeño Hergé y Moebius me marcaron mucho, y de adolescente ya fueron más Daniel Clowes y Charles Burns. Ahora me gustan mucho Jason y Chester Brown", dice de carrerilla. A día de hoy, en cambio, se guarda de marcar las distancias: "Con Un millón de años he intentado quitarme las influencias más conscientes y hacer un trabajo más personal".

Cuando en 2012 publicó su segunda obra, No cambies nunca, el madrileño ya llevaba un tiempo triunfando con los diseños de su marca de camisetas, y convirtiendo las portadas de la editorial Errata Naturae en todo un sello de fábrica. Además, este segundo cómic se publicaba a escasos meses de la celebración del festival que le había premiado en la edición previa y que le dedicaría una exposición.

Este apogeo creativo le llevó a sintetizar en las 90 páginas de No cambies nunca una de las más alucinadas visiones del mad doctor clásico del cómic actual. De nuevo, su narrativa se enredaba en una maraña de historias en las que convivían parejas perturbadas, bebés monstruosos, amores imposibles y muerte horribles.

En esta ocasión Sánchez dobló la apuesta. La férrea estructura de seis viñetas que había constreñido el relato de Tú me has matado se rompe con frecuencia. El universo se vuelve mucho más críptico y desordenado. Y su utilización del color más cuidada: los tonos pastel aluden a lo artificial y su cuidado entorno quirúrgico pone los pelos de punta, como cualquier hospital que se precie. Él, sin embargo, dice que no es algo tan perseguido como simplemente encontrado. "Más que buscar este tipo de cosas me las he encontrado, es verdad que mi manera de diseñar es muy frontal y simétrica pero no es una decisión consciente, es más la manera en la que funciona mi cabeza cuando dibujo o diseño", asegura.

Así, sin buscar nada en concreto, Sánchez ha encontrado una forma de narrar que es solamente suya y que en nuestro país admite pocas comparaciones. Ya sea para criticarle, por la falta de coherencia de sus historias, bien para alabarle por lo increíblemente particular que resulta su estilo.

Un millón de años después

Tres lustros después de su salto hacia el cómic rupturista, y con cuatro libros ilustrados bajo el brazo, llega Un millón de años, su cómic más indescriptible y personal.

"He querido apartarme un poco de la narrativa críptica, pero también acercarme más al terreno de la ficción y eliminar algunas referencias reconocibles, como el lugar donde se desarrolla la acción. No necesito más que un desierto, algo neutro, lo importante son los personajes y lo que sucede", describe.

Lo que sucede es difícil de explicar: esta vez las historias del mundo de Sánchez ya no se tocan, son autoconclusivas y no se refieren más que a ellas mismas. Tampoco pesa tanto la simetría, ni el número de viñetas por página, más variado que nunca. A simple vista, Un millón de años podría parecer un extraño carrusel de personajes, a cada cual más pintoresco, devorados y devorándose en un mundo hostil.

Subyace una idea fuerza que conecta toda la obra, como si el cómic fuese su álbum conceptual y cada capítulo una canción en torno a la misma idea: lo fascinante del concepto de divinidad. Una incesante batalla se libra, mediante las metáforas más perturbadas, entre la búsqueda del significado en un mundo sin Dios, y la locura de buscarlo si Dios existiese.

Un millón de años, en el fondo, no deja de ser eso: una locura. Pero una de las que se leen escasas veces, y cuyo significado no se releva a la primera. Tocada de "ese don cuya energía creativa inspira la mente del hombre, guía sus actos y adorna su vida", que decía Ambrose Bierce. Cierto es que el periodista satírico se refería a la idea de locura en esta definición, pero bien podría aplicarse a la idea de creador.

Tres Fridas para descubrir a una irrepetible Kahlo

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Hay vidas que uno no se cansa de leer, como hay quién no se cansa de escribir vidas. La de Frida Kahlo es una de esas: inabarcable en lo personal, insólita en lo político, controvertida en lo emocional y analizada hasta la extenuación en lo artístico.

De un tiempo a esta parte, la figura de Frida Kahlo ha vivido un manifiesto renacer en el terreno literario de nuestro país que es digno de aplauso, aunque su figura siempre ha estado presente como una de las pintoras más importantes e imponentes del siglo XX.

Así que sería vago decir que la increíble revalorización de sus obras a principios del nuevo milenio tiene todas las respuestas de su redescubrimiento. Tampoco el porqué reside en su entrada en los estándares de la cultura pop gracias al biopic protagonizado por Salma Hayek, ni se debe a su transformación en icono de Internet en manos de artistas virales como Fabián Ciraolo, ni solo se trata de una consecuencia lógica de la progresiva toma de conciencia feminista en la exploración cultural contemporánea. Es más bien un cóctel de todos estos factores y algunos más. Tratándose de Frida, no existen tesis irrevocables.

En su país, su figura posee la consideración de mito casi religioso. La casa azul en la que nació convierte a Coyoacán en lugar de peregrinaje de artistas de todo el mundo. En España, parece que aún tardaremos en elevarla a la categoría de mito. "La Fridomanía es una moda, y el concepto Frida Kahlo incluye y trasciende la Fridomanía", dice el periodista mexicano Carlos Monsiváis en su imprescindible De todas las Fridas posibles. Sin embargo, estamos en el camino adecuado si leemos lo que dicen las estanterías de algunas librerías. Como muestra, un botón. O mejor dicho, tres.

Frida Kahlo, una biografía
María Hesse (Lumen)

Cuando la ilustradora sevillana María Hesse, decidió abordar la vida de Frida, las dudas le pesaron como a un preso los grilletes. Era consciente, antes de pertrechar este fantástico libro, de que todo el mundo cree conocer a Frida Kahlo o, al menos, tiene formada una imagen de ella. Así que asumió las contradicciones de su discurso a corazón abierto: decidió narrar la historia en primera persona mezclando su vida real con todo lo que puede que no lo sea. Mezclar la historia con lo que cuentan de la historia.

Su mirada, lúcida y de una concisión ciertamente envidiable, se revela perfecta para quien poco avezado a las biografías sesudas, sienta la necesidad de conocer a la pintora mexicana. Todo con una delicada pero potente mirada a su dolencia que sobrevuela todo el relato, como lo hizo con sus doscientas pinturas.

Cuenta la ilustradora que en el entorno familiar de Frida, se decía que la joven había contraído la polio a los seis años y que eso era la causa de sus múltiples males. La verdad, en cambio, se revelaba más prosaica: era una superchería dicha para que la joven no perdiese toda posibilidad de encontrar marido, pues en aquel momento aún no se sabía si su enfermedad era hereditaria o contagiosa.

Lo cierto es que la madre sufrió una deficiencia de ácido fólico durante su embarazo. La carencia supuso que las hijas que tuvo después de la mayor, Matilde, naciesen con el síndrome de espina bífida. Frida padecía escoliosis grave y su pierna derecha era más corta que la izquierda. Los niños la llamaban ‘Frida Kahlo pata de palo’.

“Y la vida seguía y los dolores de mi pierna derecha aumentaba, hasta que finalmente los médicos decidieron amputármela. Y si bien el dolor desapareció y pude volver a caminar, me entristeció enormemente. ¡Pies para qué os quiero si tengo alas para volar!”.

Frida Kahlo para niñas y niños
Nadia Fink y Pitu Saá (MAIME Mujer)

La Editorial MAIME Mujer arrancó hace apenas un año una colección de libros ilustrados enfocados al público infantil. Pretendían fomentar la ruptura sana de los estereotipos de género y la creación de nuevos modelos culturales basados en valores más cercanos a la sociedad del siglo XXI. Y de esta colección nace Frida Kahlo para niñas y niños.

Si bien se trata de un retrato corto, la narrativa de Nadia Fink y Pitu Saá es consciente de que no es otra cosa que una introducción. Un prólogo dispuesto como tal para abrir las puertas, y la curiosidad, a un mundo nuevo. Por eso, este relato se puede leer a los tres años y a los treinta y tres, sabiendo que su lectura puede generar nuevas dinámicas, ya que las lecturas primigenias crean el hábito a la cultura.

La historia de Frida forma parte de una cosmogonía particular que nos invita a plantearnos qué tipo de referentes leemos y cómo los leemos, independientemente de nuestra edad y condición. Se trata pues, de abonar una tierra en la que crecen mitos culturales y sobre los que tenemos poder de decisión: uno decide si plantar una Frida Kahloun Cortázar o una María Frisa.

“El surrealismo es la mágica sorpresa de encontrar un león dentro de un armario, donde se supone que uno está seguro de encontrar camisas”.

FRIDA
Sébastien Perez y Benjamin Lacombe (Edelvives)

Es la apuesta más arriesgada si decidimos adentrarnos en la inconmensurable personalidad de la pintora mexicana. Un libro ilustrado que juega todas sus cartas no tanto al testimonio de Frida, como al poder expresivo de las imágenes que de su biografía uno puede imaginar.

Es lo que hace Benjamin Lacombe, el ilustrador que lleva claramente la voz cantante en esta adaptación de los diarios y pinturas de la joven coja de Coyoacán. El autor francés, que ya había demostrado su talento detrás de otras adaptaciones tan impactantes como los Cuentos Macabros de Edgar Allan Poe, juega al retrato más íntimo con un manejo de los códigos de la mexicana absolutamente increíbles.

Algo que se suma al acabado troquelado cuyos recortes componen un laberinto que solo avanza hacia el centro, lejos de la impresión rápida del pop-up. Una delicia tan compleja como la personalidad a la que intenta retratar. "F R I D A, cinco letras que son sinónimo a la vez de un mundo entero, una cultura y un mito al que ya ni siquiera le hace falta apellido", diría el propio Lacombe en el libro.

“Sentir mi propio dolor, el dolor de todos los que sufren, y alentarme en al necesidad de vivir para luchar por ellos. […] Cuando muera, me quitaré el maquillaje con el que he disimulado mis dolores y ocultado mis penas. La pureza y la belleza saldrán por fin a la luz.”

¿Qué podemos esperar de 'Blade Runner 2049'?

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Suele ser lugar común recurrir a Dangerous Days, el magno documental de Charles de Lauzirika sobre el rodaje de Blade Runner, para explicar la trascendencia ineludible de la película de Ridley Scott. No es baladí, pues se trata de un film de más de tres horas y media que narra minuciosamente cómo Blade Runner surge del conflicto para revelarse como un milagro.

El rodaje de la película original fue un auténtico calvario en el que hubo desde boicots contra el director hasta supuestas maldiciones por un product placement retrofuturista, pasando por un guion reescrito diez veces, y por un director absolutamente obsesionado con acariciar el particular universo de Philip K. Dick, padre del relato en el que se basaba. El resultado, defendido en más de una ocasión por el propio autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, es una de las obras más impactantes y perturbadoras de la historia del género, ahí ahí con el 2001: Odisea en el espacio de Kubrick o la Metrópolis de Fritz Lang. Una obra capital para entender el cine moderno de la que ya se han vertido ríos de tinta, que no son la cuestión fundamental de este texto.

La llegada del primer tráiler internacional de Blade Runner 2049, secuela de la película estrenada hace 35 años y que aterrizará en las pantallas en octubre, viene a confirmar que el proceso de producción de este largometraje ha sido radicalmente distinto al de su precursor. Para empezar, nace en plena revalorización artística de las dos décadas anteriores al nuevo milenio. Y además, viene envuelta en un halo de prestigio y calidad del que aquella estaba lejos de gozar. Sin conflicto, ni el ambiente turbio que rodeó a la original, y enfrentándose a una audiencia de unos estándares visuales y narrativos absolutamente distintos a los de la película de Ridley Scott.¿Podemos esperar que nazca el mismo milagro? Hay indicios de que, al menos, podemos tener fe.

Replicantes de ayer y hoy

Todos, o casi todos, los actores implicados en Blade Runner obtuvieron el estatus de 'icono' a medida que el filme creaba escuela en sentido estético, formal e implícito. La eterna Rachael interpretada por Sean Young fue, y sigue siendo, un repentino resurgir atemporal de un modelo estético marcado por la femme fatale del cine negro. Cuando esa figura ya se encontraba en franca decadencia en la cultura pop, ella sola encarnó un personaje que captaba toda la esencia del estereotipo y profundizaba en él hasta cotas aún hoy estudiadas.

Le dio la contra una muñeca rota llamada Pris, modelo de replicante interpretado por una espeluznante y brillante Daryl Hannah. Y qué decir de Rutger Hauer, cuya encarnación de Roy Batty sigue siendo hoy motivo de discusión. A todos ellos, les seguían la pista Harrison Ford y Edward James Olmos, un actor de una presencia incontestable.

De todo el plantel, estos dos últimos son los únicos que repiten en la secuela. Del segundo sabemos poco, pero del primero no sorprende su deriva. Desde que retomase en 2008 su papel de Indiana Jones en la denostada El reino de la calavera de cristal, Harrison Ford parece ser la melancolía de la industria hecha actor. Tras su Han Solo viejo y cansado de El despertar de la fuerza, el Rick Deckard de Blade Runner 2049 apunta en la misma dirección: un arquetipo crepuscular que ejerce de mentor de alguien que heredará su testigo.

El reparto de Blade Runner 2049 nos hace pensar en un director de casting fanático del proceso de selección de la original, pues muchos de sus roles parecen repetidos, y la mayoría de los perfiles de sus profesionales tienen su reflejo en la actualidad.

El heredero de lo que era Ford en la original -la gran estrella del plantel- se llama Ryan Gosling, e interpreta al Agente K, un Blade Runner que busca respuestas en lo que parece ser una reintepretación incómoda y hierática de su papel en Solo Dios perdona. Le acompañan la siempre impecable Robin Wright, Dave Bautista, Ana de Armas y Jared Leto. Todos parecen encarnar nuevas piezas de un viejo tablero: la jefe de policía, el replicante de inusitado poder, la replicante de carga sexual y el Creador. Este último, además, ciego. Como si el dramático final de su arquetipo en la película de 1982 aún tuviese ecos en la que nos ocupa.

Un creador detrás de todo

El creador de esta maquinaria de expectativas- puede que hype sería un término demasiado joven para lo que despierta el tráiler-, no está tan ciego como Leto, por suerte para todos. Denis Villeneuve será el principal responsable de que Blade Runner 2049 salga más o menos airosa del peso que recae sobre sus hombros. ¿Por qué? Porque hoy es uno de los directores mejor valorados del panorama internacional, merecidamente.

El realizador canadiense no llega a esta superproducción con las manos vacías. Hace escasos meses pasaba por nuestras pantallas otra película de ciencia ficción con su firma: La llegada. Un film excelente que se cuenta, no solo entre lo mejor del año, sino también entre lo más destacable del género en los últimos años. Una reflexión sobre el poder del lenguaje, -el verbal pero también el cinematográfico-, tocado por una íntima y poderosa idea de la herencia.

Amén de que este film ya se presentaba como el colofón momentáneo de una carrera más o menos ascendente. Incendies era un melodrama sólido pero eficaz, Enemy un hábil trampantojo, Sicario una potente máquina sensorial y Prisioneros una obra maestra, simple y llanamente.

Además, cuenta con la ayuda de quien escribiese el guion de la original, Hampton Fancher, la música del talentoso Jóhann Jóhannsson y el director de fotografía de películas como Cadena Perpetua, No es país para viejos o Fargo; Roger Deakins.

Philip K. Dick, decía que la verdadera medida de un hombre es "lo rápido que puede responder a las necesidades de los demás". Denis Villeneuve tiene todas las miradas puestas en él y parece que va a tener que atender a más necesidades de las que el escritor californiano habría imaginado jamás. Si dará la talla, es un misterio cuya respuesta podríamos confiar en que nos la diese el talento cinematográfico que destilan todos sus trabajos anteriores. Aunque de cielos más altos han caído meteoritos.

La filosofía del cazador y la presa

Blade Runner nunca fue solo una película de un hombre disparando contra personas que parecían humanas. En cierto sentido, lo que hace grandes a las grandes películas de ciencia ficción es su utilización de la especulación como poder de reflexión sobre realidades que tienen más que ver con el aquí y el ahora que con cualquier futuro. El abordaje de las grandes dudas epistemológicas se agazapa en cada clásico.

Lo cierto es que la literatura de Philip K. Dick ya lo hacía. Él "dejó claro que la literatura de ciencia-ficción no es solo anticipación de lo material sino la corroboracion de que la esencia humana va a ser igual hoy, aquí, en una dimensión alternativa o en el fin literal de los tiempos", decía John Tones en un artículo sobre su literatura.

La supervivencia de la esclavitud disfrazada, el peligro de tener un creador y no un padre o la búsqueda de lo que nos hace realmente humanos son solo algunos de los temas de su armazón simbólico.

Por lo que sabemos, parece que Blade Runner 2049 no se quedará en el ejercicio estético de quitarle el polvo a viejos mitos, como hizo la séptima entrega de la saga Star Wars. Sus adelantos apuntan a un producto con distintas miras. Imágenes que recuerdan a la Guerra Fría, desolados paisajes de un pasado que podría ser el nuestro, ojos que batallan con recuerdos, lucha de clases, explotados, explotadores y matones a sueldo… "El mundo gira en torno a un muro que separa clases. Di que no existe ese muro, y la querra está garantizada", nos dice la voz a una de Robin Wright. La suerte está echada.

Una docena de talentos jóvenes por descubrir en PHotoEspaña 2017

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La ambición siempre ha sido una marca de la casa si se habla de PHotoEspaña. En su primera edición, que vio la luz un 16 de junio de 1998, este festival de fotografía inauguró 70 exposiciones solo en Madrid. Con los años, los números que engordan su historial son motivo de orgullo para sus comisarios: PHotoEspaña ha organizado hasta 1.500 exhibiciones por las que han desfilado hasta 6.000 autores de todo el mundo.

También es una oportunidad única para muchos centros culturales madrileños y galerías, que ven en este festival de fotografía y artes visuales el inicio perfecto de la siempre difícil temporada veraniega: solo en la pasada edición casi un millón de personas visitaron alguna de las exposiciones del festival. Pero veinte años no pasan en balde y la fotografía no es el octavo arte que era antes del siglo XXI. El festival ha tenido que reciclarse con una constante ampliación de fronteras artísticas, en la búsqueda de nuevas formas de arte visual adaptados y representativos del mundo en el que vivimos. Lo ha hecho arriesgando a nivel de programa, ampliando sedes y buscando la complicidad de todos los agentes culturales que se han puesto en su camino.

Así, la cita trae a Madrid -y a otras ciudades-  el trabajo de reconocidos nombres como Anders Petersen, Elliott ErwittPeter Fraser o Cristina García Rodero, consolidados profesionales mayores de cincuenta y con dilatada experiencia. Todos absolutamente dignos de ver. Pero ante una diversidad y una programación tan inabarcable, rescatamos algunas miradas intransferibles de nombres más jóvenes y desconocidos.

Raúl Kalesnik

Kalesnik nació en Ciudad de México en 1986, urbe en la que creció hasta mudarse a Madrid para estudiar en la EFTI, prestigiosa escuela de fotografía. Sin olvidar el país que le vio nacer, y el drama de la violencia que azota muchas de sus ciudades, presenta en PHotoEspaña El lugar donde vivo. Un proyecto de investigación que mezcla capturas de Google Street View de las metrópolis con mayor índice de violencia del país, con dibujos infantiles de niños mexicanos a los que se les dijo "Dibuja el lugar donde vives". El resultado no deja indiferente.

¿Dónde y cuándo puedo descubrirlo? En la galería Ponce + Robles (C/ Alameda, 5, Madrid). Hasta el 1 de julio de 2017.

Rafael Milani

Nacido en São Paulo en 1989, este artista brasileño expone en PHotoEspaña una suerte de fábulas en imágenes con Cuentos Amazónicos. Se trata de un trabajo inspirado en el libro clásico homónimo del  escritor -también brasileño- Inglês de Sousa. Milani reinterpreta las historias con fotografías de la Amazonía actual, un lugar que es al mismo tiempo cuna de mitos y leyendas y lugar en el que muchos seres humanos viven oprimidos.

¿Dónde y cuándo puedo descubrirlo? En la sede de Casa de América (C/ Marqués del Duero 10, Madrid). Hasta el 27 de agosto de 2017.

Laura San Segundo

A pesar de su juventud -27 años-, experiencia no le falta: formó parte del 89+ Maratón organizado por Serpentine Galleries, y ha expuesto en el Peek Show de la Biscuit Factory y en el Centro de Asuntos de Arte y Arquitectura de Guimarães. Ya estuvo en PHotoEspaña en 2013, pero ahora sus fotografías se pueden ver en la exposición conjunta Construtio. 3/30 que muestra el trabajo de tres artistas de distinta edad y con distinta visión de la fotografía.

¿Dónde y cuándo puedo descubrirla? En la Galería Cero (C/ Fuentarrabía, 13, Madrid). Del 8 de julio al 12 de octubre de 2017.

Marianne Wasowska y Anaïs Boudot

Wasowska nace en París en 1988 y estudia en la Escuela Nacional Superior de Fotografía de Arlés, en la que se diploma en 2014. Boudot lo hace en la misma escuela, cuatro años antes que su compañera. Juntas levantan Senderos ciegos: una reflexión sobre el acto de mirar y de capturar lo observado a través de lecturas, dispositivos de instalación y procesos de revelado artesanales.

¿Dónde y cuándo puedo descubrirlas? En la La Galerie du 10 del Institut Français de Madrid (Calle Marqués de la Ensenada, 10, Madrid). Hasta el 21 de junio de 2017.

Yolanda Domínguez

Polémica y rompedora, Domínguez lleva años ofreciendo una mirada única -y necesaria- sobre la comunicación y su relación con el género. Con Poses, convirtió en viral una crítica a la representación de la mujer en el mundo de la moda, con Accesorias y Accesibles lo hizo con el uso del cuerpo como reclamo visual, y con Registro, movilizó a mujeres de toda España para que acudiesen a los Registros de la Propiedad a solicitar la propiedad de su cuerpo como rechazo al Anteproyecto de la Ley del Aborto. A PHotoEspaña trae Little Black Dress, en la que utiliza el término fashionista referido a una prenda que toda mujer debería tener en su armario, para vestir con un mismo vestido de la talla 38 a mujeres de todas las tallas, razas y edades.

¿Dónde y cuándo puedo descubrirla? En el Museo del traje (Avda. Juan de Herrera 2, Madrid). Hasta el 17 de septiembre de 2017.

Marta Soul y David Delgado

Ambos llevan años exponiendo y trabajando distintas visiones de la fotografía. Él prioriza siempre el relato mediante la fotografía documental, el retrato contextualizado y lo que denomina Realidad Intervenida. Ella reflexiona sobre la imagen y la realidad y la influencia que una ejercen en la otra. Ambos han unido fuerzas con el ya veterano Andy Sortiriu en Una+dos, que unifica sus trabajos.

¿Cuando y dónde puedo descubrirles? En la Galería BAT Alberto Cornejo. (C/ de María de Guzmán 61, Madrid). Hasta el 22 de julio.

Alejandro S. Garrido

Alejandro S. Garrido nació en Madrid en 1986. Se licenció en Bellas Artes en la Complutense madrileña y se dio a conocer con su primer documental: Cabanyal 2011, la historia de sus vivencias en el barrio obrero valenciano amenazado por la corrupción urbanística y la política de grandes eventos. En PHotoEspaña mostrará Un lugar sin refugio y Corea, trabajos que retratan la Gran Vía de Madrid y los barrios de otras ciudades españolas llamados familiarmente "Corea", por haber surgido en la época de dicha guerra oriental.

¿Dónde y cuándo puedo descubrirle? En la Casa sin fin (C/Doctor Fourquet 8, Madrid). Hasta el 29 de agosto de 2017.

Antonio Guerra, Aurore Valade y Elisa Celda

El primer Premio Internacional de Fotografía de Mondo Galería recoge el trabajo de algunos de los talentos jóvenes más interesantes del panorama español. Antonio Guerra es el autor de la serie ganadora del mismo, llamada Ver de Acción, una reflexión entre lo natural y lo cultural que juega con el paisaje como elemento artístico. Entre los nueve accésits del premio se encuentran también el trabajo de Aurore Valade, fotógrafa francesa de increíble carrera, y Elisa Celda,  joven promesa y también videoartista residente en nueva York.

¿Dónde y cuando puedo descubrirles? En Mondo Galería (C/ San Lucas 9,  Madrid). Hasta el 26 de junio.


'La balada del norte', un viaje a las entrañas de la Revolución de Asturias de 1934

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En octubre de 1934, obreros y mineros de Aller a Mieres, de Langreo a La Güeria, salieron de la mina en dirección a Oviedo. Secundaban un movimiento huelguístico auspiciado por los grandes sindicatos, pero su ánimo de subversión tenía un cariz mucho más revolucionario. En Asturias el valor de una vida humana era ya una moneda demasiado devaluada, así que si se dirigían a la capital no lo harían sin armas.

Ocho películas de animación que no deberías perderte este año

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En lo que llevamos de año se han estrenado más de 200 películas en nuestro país. De todas ellas, solo catorce han sido títulos animados. En los cines españoles salimos a una película de animación cada dos semanas, un dato que se sitúa dentro de la media de otros años... si no fuera por la calidad de lo estrenado. Películas como Bebé Jefazo o Ballerina han pasado sin pena ni gloria para la crítica debido a sus más que tibias propuestas creativas y escaso riesgo formal.

El plagiarismo: así es el movimiento literario que copia a otros escritores

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"Una obra plagiarista es como un juego de niños. Antes de empezar el juego, un primer niño pregunta cómo se juega. Durante el juego, un segundo niño invierte las normas. El juego termina cuando un tercer niño empieza a llorar", reza uno de los puntos esenciales del Manifiesto Plagiarista, documento fundacional de este movimiento literario.

Las mejores historias de amor del cine moderno son LGTB

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El género y su representación son una construcción social y cultural que tiene en las películas uno de los mayores altavoces de formación de discurso. A lo largo de la historia del cine la pedagogía de la imagen ha llevado a destacar constantemente filmes que perpetúan ciertos estereotipos sobre la identidad sexual.

En España, según explica Víctor Mora en su ensayo Al margen de la naturalezaque aborda la persecución de la homosexualidad en el franquismo, "es interesante comprobar como los discursos del primer activismo por la liberación homosexual se preocupan fundamentalmente por dos cuestiones: por la despenalización (...) y por la imagen estereotipada y dañina de la homosexualidad en las comedias ibéricas".  Esto hace que muchas de las grandes lecturas de la historia del cine LGTB en nuestro país pasen por hablar de películas que no reflejaban una realidad, sino que la transformaban en un cliché.

Por eso, hablar de cine LGTB contemporáneo desde películas que narran historias universales con códigos de la cultura de masas, y en las que da igual quién y cómo se ama, es también hablar de construcción social de la diversidad afectiva. Y el drama romántico parece haber entendido el desfase representativo en los últimos años: las mejores historias de amor de la actualidad son LGTB.

Esta lista, como todas, deja fuera muchos títulos interesantes y se hace en base a películas de la última década. Dista de ser un reflejo de la representatividad deseada, que en Hollywood sigue estando en mínimos históricos, pero en todas ellas, la gente se ama como quiere y bien que hace.

En 80 días (2010)

José Mari Goenaga y Jon Garaño dirigían en 2010 un encantador drama romántico que pasó algo desapercibido por nuestros cines: 80 egunean es la historia de dos ancianas que se reencuentran tras años de desconexión y de vivencia... y se aman.

Itziar Aizpuru se ponía en la piel de Axun y Mariasun Pagoaga en la de Maite, una anciana lesbiana que removerá los sentimientos de la primera y le hará descubrir que lleva demasiados años constreñida por una máscara que no le corresponde. El reencuentro planteará el reto elemental de la liberación, pues la llevará a preguntarse si tiene derecho a vivir un romance a su edad, y si puede hacerlo con una mujer. La respuesta es obvia.

Pariah (2011)

Una joven de 17 años crece y vive en el Bronx rodeada de un clima que la oprime por ser negra, pobre y lesbiana. Pariah es una reflexión afilada y sin pelos en la lengua sobre cómo el descubrimiento de la identidad sexual en un entorno represivo se cruza con cuestiones de clase y raza. El amor, como siempre, será la redención si es capaz de lidiar con él, sus amigos y su familia.

Cortada por los mismos patrones que la exitosa Moonlight -de hecho se podría considerar su precursora inmediata estética y narrativamente- es una buena muestra del talento de la realizadora Dee Rees. Su nueva película, Mudboundpasó por Sundance con más que buenas reacciones.

Laurence Anyways (2012)

Si afirmásemos que Xavier Dolan hizo su obra maestra a los 24 años, hay quien contestaría que no, que Mommy la rodó con 26. Pero aunque esta última fuese la que se llevase alabanzas y Premios del Jurado en Cannes, nada en su filmografía ha alcanzado la complejidad y capas de lectura de Laurence Anyways: un relato tempestuoso entre un hombre que decide cambiar de sexo y una mujer que le ama tenga el sexo que tenga.

El film es un retrato de un amor lleno de intensidad y emociones a flor de piel que equilibra perfectamente las manías del gusto de Dolan con un discurso sobre las relaciones contemporáneas constreñidas por el entorno social y nuestra idea preconcebida de la 'relación de pareja'.

Cierto es que puede parecer una película exagerada, pero como decía Paco Vidarte en Ética marica "existe la necesidad en el movimiento LGTB de compartir frustraciones, iras y odios. La necesidad de hacer algo urgentemente". Y eso es lo que hace Laurence Anyways, ser una historia de amor urgente.

La vida de Adèle (2013)

La polémica Palma de Oro -que su propio director puso en venta para poder financiar su nueva película- narraba el despertar sexual de Adèle, una estudiante de quince años que se enamora de Emma, una misteriosa joven de pelo azul. La vida de Adèle es un drama romántico con todas las de la ley que emociona y conmueve en tanto que manipula como solo pueden manipular los relatos iniciáticos, dueños y señores de una voz narrativa absolutamente individualista.

Artefacto de emoción constante que, aunque cuenta con una representación del sexo lésbico cortada por una mirada masculina -como bien explicaba este artículo de Visual 404-,  se vive siempre cerca de una protagonista compleja y en constante cambio.

El recuerdo de Marnie (2014)

La elección tal vez más polémica y debatible de las que nos ocupan. ¿Por qué? Porque El recuerdo de Marnie es una historia que no explicita en ningún momento un subtexto lésbico claro, que no habla de amor de forma abierta y que superficialmente podría ser interpretado como una sencilla historia de amistad y sororidad adolescente.

No obstante, los códigos narrativos y estéticos utilizados por Hiromasa Yonebayashi aluden a una relación muy profunda entre Anna, una chica introvertida y tímida, y Marnie, una joven de su edad que vive en una casa que lleva abandonada años. Entre ambas se crea una conexión narrada con seriedad y delicadeza que reta al espectador a que haga un sencillo ejercicio: si Anna hubiese sido un personaje masculino sería imposible negar que El recuerdo de Marnie es la historia de un amor de verano. Como no es así, sigue considerándose popularmente como una película de amistad y fantasía. Qué no nos engañen.

Lilting (2014)

Richard es un joven británico que acaba de perder a su pareja. En el proceso de duelo conoce a la madre del recién fallecido, una mujer china que vive en un geriátrico, que no habla apenas inglés y que desconocía que su hijo era homosexual. Las diferentes visiones generacionales y culturales chocan en el delicado retrato de un amor perdido y una amistad ganada.

Esta pequeña joya firmada por el director camboyano Hong Khaou es, fundamentalmente, una historia sobre la pérdida y un análisis del drama romántico en pasado.

Un amor de verano (2015)

Un amor de verano narra la historia de amor entre Delphine, una introvertida joven de campo y Carole, una sofisticada mujer que milita en colectivos feministas. Amén de resultar una estimulante crónica del movimiento feminista de la Francia de los setenta, la película es también un retrato de un país en el que las tensiones clásicas campo-ciudad se manifiestan en la piel de dos mujeres independientes y empoderadas.

El relato está eficazmente rodado por Catherine Corsini, que contaba en una entrevista a este mismo periódico que en su película conviven muchos feminismos: "Es verdad que a veces se oponen en cuestiones esenciales como el velo, la prostitución o la pornografía. Pero a mí me parece que son cosas que se suman. Las feministas de verdad ayudaron a las homosexuales a salir del armario, y viceversa".

Carol (2015)

Seis nominaciones a los Oscar, cinco a los Globos de Oro, nueve a los BAFTA y unánime alabanza en su paso por Cannes convirtieron Carol en una de las películas más importantes de 2015. Basada en un relato de Patricia Highsmith, Carol narraba una historia de amor intergeneracional entre dos mujeres en los años 50.

Lejos de la intensidad de un canon que parecía haber marcado La vida de Adèle, Carol se convierte en un relato sofisticadísimo de una relación lésbica. Aunque transite por momentos el límite de la frivolidad, es posiblemente una de las traslaciones más elegantes del cine contemporáneo de un relato sobre mujeres homosexuales, que no es otra cosa que una gran historia de amor.

La doncella (2016)

Muchos se sorprenderán de ver La doncella en una lista de historias de amor y es cierto que no es solo eso, también es un thriller intenso, un relato erótico macabro y una exquisita recreación de las tensiones culturales entre el Japón y la Corea de la época.

Pero en el fondo, la última película de Park Chan-wook es el retrato de dos mujeres que quieren liberarse de las ataduras de un sistema opresivo y heteropatriarcal del que solo consiguen desasirse mediante el amor que se profesan la una a la otra. También a través del sexo, arma de empoderamiento en esta magnífica obra.

Moonlight (2016)

La flamante ganadora del Oscar a Mejor Película, con lío de sobres incluído, es un sólido drama romántico que utiliza el amor como última y redención de un joven de suburbio de Miami. Si en Pariah ese amor era lésbico aquí es gay, pero poco importa porque por ella transitan los mismos temas: el entorno marca y exige un comportamiento afectivo que, muchas veces, corre a cuenta de la opresión de la propia sexualidad. Retrato de la lucha de voluntades que obliga a un joven de barrio a crecer siendo un prototipo de masculinidad que -en el fondo- no es más que pose impuesta.

A posteriori, casi se diría que la victoria de un drama sobre la homosexualidad como Moonlight ante la película del consenso público -La La Land es todo heteronormatividad entre dos atractivos y guapísimos heterosexuales-, es también una pequeña victoria por la representatividad LGTB en el mainstream.

La mano gigante rosa que cambiará tu forma de ver la sexualidad

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Una mano humana y sus cinco dedos pueden significar casi cualquier cosa según quién la mire. En la tradición cultural judía, la mano puede representar el jamsa y simbolizar la mano de Dios. Si se acompaña de un ojo, es el deseo de que Dios te proteja. En el cristianismo, las manos pueden ser una alegoría del trabajo y el sacrificio: con ellas ejercía Jesús el oficio de carpintero, pero también mediante ellas le crucificaron. Quien crea en la quiromancia verá en ellas claras señales de un pasado y un futuro plausibles. Y si quien observa es una mente científica, no verá más que otra prueba de la evolución.

Para Marco Canevacci, director y miembro del colectivo berlinés Plastique Fantastique dedicado a la arquitectura efímera, una mano también puede ser muchas cosas. Puede ser refugio para el arte, biblioteca queer, espacio efímero pero opresivo en el que reflexionar sobre el cuerpo, o laberinto sin paredes en el que pensar sobre la identidad sexual.

Eso indica Dactiloscopia Rosa, una escultura gigante de látex que descansa en la Nave 11 del Centro Internacional de Artes Vivas Naves Matadero en Madrid. En este site specific uno puede perderse en plena celebración del Orgullo Mundial y aprender, un poquito, de teoría queer.

Cinco dedos, cinco reflexiones sobre el género

Una vez se entra en Dactiloscopia Rosa, las normas las marca cada uno. No hay señales, que en este caso serían pliegues cutáneos, que te marquen el camino. Estás en una habitación roja como la de Twin Peaks así que mejor dejarse llevar. Si empezasemos observando cada uno de los dedos de esta mano gigante en la que habitamos, veremos que estos también tienen uñas y que, como si de un esmalte se tratase, en ellas se proyectan vídeos.

Podrías optar primero por recorrer el pulgar y nos encontraríamos con L’Utopie du Corpse, una pieza de videoarte en la que seguimos a una joven con muchas representaciones. Su cuerpo se parte en trozos, viñetas que nos muestran distintas realidades del mismo: vestida de novia, de oficina, desnuda, siendo hombre, todo a la vez...

"La intervención del poder sobre el cuerpo no se desarrolla únicamente de manera directa", explica la artista Isabel Pérez del Pulgar responsable de la pieza, "sino también a través del medio en que se inserta". Para ella "el cuerpo puede ejercer también cierto poder desde las prácticas que conllevan la acción de una libertad relativa". L’Utopie du Corpse reflexiona, pues, sobre el cuerpo como campo de batalla entre el poder y el individuo.

Si nos pasamos al índice -el de señalar-, nos espera Despierta, una obra del Colectivo Abertura Vaginal. En ella, una figura no se sabe si masculina o femenina, se encuentra totalmente envuelta en plástico. Una fina capa que constriñe lo que es y que, utilizando el símil de la crisálida, irá desvelándose como contenedor de algo distinto a lo que esperábamos. El colectivo la define como "un choque en la mirada que normativiza los cuerpos al representar un sujeto en tránsito, incidiendo en cómo los imaginarios culturales imponen una única forma de ser".

En el dedo medio, el que se utiliza para decir ‘que te den’, se encuentra Tebras de Francisco Brives, tal vez la obra más indescifrable de Dactiloscopia Rosa. En ella vemos a una sombra danzante perseguir a una persona que baila y vive inquieta, sabiendo que algo le pisa los pies, le acosa. Brives, estudioso de la identidad y el cuerpo político, investiga la identidad masculina, su deseo y la no aceptación de ambas.

En el dedo anular, nos espera la propuesta más elaborada visualmente: Post Rebis de Alessandro Amaducci. Una especie de videoclip en el que mediante animación virtual se nos presenta un mundo post apocalíptico en el que se está fabricando un cuerpo, como el nacimiento de la Mayor Kusanagi en Ghost in The Shell. Solo que esta vez, lo que se crea tiene dos cabezas, dos personalidades y quién sabe si dos sexos.

Y ya en el meñique, que en las culturas asiáticas suele simbolizar las relaciones, podemos ver Madre Quentina. Pieza de videoarte cuyos elementos resultan tan abiertamente reconocibles que lo protagoniza Rossy de Palma. En ella, la actriz mallorquina viste un atuendo siniestro y se encarga de poner en duda símbolos de masculinidad y feminidad: rinocerontes diminutos, mejillones gigantes, perlas, hojas de afeitar... Jose Ramón da Cruz, su autor, no huye de imágenes incómodas para jugar a un juego de símiles visuales entre pieles, penes y vaginas.

Una pequeña biblioteca queer

"Los humanos nacemos en unos dispositivos llamados cuerpos, que desde el minuto cero de nuestro pulso vital son sistemáticamente sometidos al control, a la designación clínica y al uso político", dice el pequeño texto que da la bienvenida a Dactiloscopia Rosa. "Nos referencian, nos numeran y nos asignan. Pero sobretodo nos controlan y nos encauzan hacia una asimilación social que llevaremos a rastras el resto de nuestros días. ¿Es posible un mundo más allá de este marco sistémico?".

El texto lo firman Francisco Brives y Néstor Prieto, codirectores de La Neomudéjar. Ambos han sido los encargados de seleccionar ex profeso para Dactiloscopia Rosa, una serie de fanzines del Archivo Transfeminista Kuir que alberga su entidad. Una muestra que recoge ejemplares como imagen de la evolución del movimiento de la cultura LGTB en España desde los setenta hasta hoy. El objetivo: contestar a su propia pregunta con un rotundo sí.

También hacer memoria del activismo y sacudir conciencias con portadas que harían palidecer a más de uno. Facsímiles que se pueden manosear y leer para descubrir cómo se editaba en la clandestinidad con la represión franquista pisando los talones en cada quiosco, y cómo se hace hoy con las supuestas libertades de la democracia del siglo XXI. Ejemplares de Bollus Vivendi, No te desentiendas, Pink Pauper, la catalana Debat Gai o la vasca Eh Gam Berri entre otras, que son recuerdo y evocación viva del activismo LGTBIQ en nuestro país.

Marco Canevacci y la arquitectura efímera

Dactiloscopia Rosa, más allá de albergar videoarte y fanzines, es una obra de arte en sí misma. Marco Canevacci es toda una figura mundial de la arquitectura efímera, la que se proyecta y se construye con fecha de caducidad. Pensada para durar mientras cumpla una función y borrada del mapa tras ese tiempo.

Por eso, de Dactiloscopia Rosa solo quedarán fotos y documentos que acrediten que estuvo donde está ahora. Así pasó con Inflables, una intervención con la que el año pasado ya pasó por Madrid. Más concretamente construyó dos esculturas inflables gigantes, invitado por IED Madrid, en las que alteraba el espacio urbano de la escuela de diseño y de la esquina de Gran Vía con San Bernardo.

Entonces lo hizo con espacios diáfanos de una vida muy breve, pero sus obras llevan años casuando furor. Canevacci estudió Arquitectura en Berlin, ciudad en la que vive y en la que fundó Plastique Fantastique en 1999. El colectivo, que nació como una plataforma de arquitectura temporal con la que empezó a experimentar mediante instalaciones neumáticas, es hoy un equipo de profesionales enfocados a proyectos de instalaciones temporales en todo el mundo. Dactiloscopia Rosa se podrá ver en Naves Matadero hasta el 2 de julio. 

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