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"No hago películas sobre música, hago películas a través de la música"

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Julien Temple encarna la idea de cineasta punk. No tanto por sus trabajos como por su forma de ser y entender el arte cinematográfico. Ha dirigido ficción para estudios de Hollywood, ha hecho thrillers con Mickey Rourke, Tupac Shakur, Adrien Brody, comedias con Geena Davis, Jeff Goldblum y Jim Carrey, y biopics de cineastas o músicos. Pero, sobre todo, se le conoce como cineasta punk por su extensa trayectoria en el documental musical, y el innegable impacto de la misma, cambiante y revulsivo 

Vivió y narró en primera persona el nacimiento del punk. En 1980, con The Great Rock 'n' Roll Swindle, quedó para siempre unido a la historia de los Sex Pistols. Una historia que él mismo reescribiría en La mugre y la furia en 2001. Aunque también filmaría la historia de los Rolling Stones, a Mick Jagger y a Keith Richards con The Origin of the Species. También a la del líder de The Clash con el documental Joe Strummer: Vida y muerte de un cantante, y a la de Dr. Feelgood con The Ecstasy of Wilko Johnson.

Él es historia del documental pero aún tiene mucho que contar sobre la misma. De hecho, es el invitado estrella de la segunda edición del festival DocsValència, que se celebrarà en la capital hasta el próximo 5 de mayo. Estuvo presente en la inauguración del mismo, ofreció una masterclass el viernes 27, y estará en alguna de las proyecciones de sus películas que el festival tiene a bien proyectar en forma de retrospectiva. A pesar de su apretada agenda, le entrevistamos en la cafetería de un hotel de la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, entre turistas y café.

En 2016 estuvo en Barcelona con el festival In-Edit. El año pasado estuvo en Ibiza. ¿Qué cree que le hace venir a España tan a menudo?

[Risas] muchas cosas supongo. La comida, el clima, el olor del aire… todas esas cosas fantásticas que tenéis aquí. Aunque me hace particularmente feliz estar en Valencia porque hace un tiempo pensé que podía plantar naranjos en Inglaterra... Y adoro el zumo de naranja [Risas].

No, de verdad, no lo sé. Creo que la cultura española tiene algo de particular. Me encantan las diferencias entre las distintas partes de España. Siempre he estado muy interesado por su historia, por los años treinta del siglo pasado y la Guerra Civil. El impacto que aquello tuvo en los españoles. No lo sé, es algo que está en el alma de la gente de aquí y es muy atractivo para cualquier foráneo como yo.

En el programa del festival lo definen como ‘el Orson Welles del punk’. En múltiples ocasiones lo han llamado ‘rockumentalista’. ¿Cómo sobrelleva estas etiquetas que tanto nos gusta poner a los periodistas?

Odio aquello de 'rockumentalista', pero no sé… supongo que es divertido esa conexión con Orson Welles que comentas. Creo que eso viene del estreno de The Great Rock 'n' Roll Swindle, que algunos críticos dijeron que era como el Ciudadano Kane del punk. Eso se dijo en su momento, así que puede que venga de eso, sí.

Sea como fuere, es genial que te llamen el Orson Welles de lo que sea. Él forzó los límites del lenguaje del cine y eso es de lo más inspirador. Es a lo que en el fondo  aspiramos todos: queremos hacer algo nuevo. ¿No?

Incluso su figura como tal también tiene una lectura rompedora: al final de su carrera, Welles no conseguía dinero para completar casi ninguno de sus proyectos y, sin embargo, los llevaba a cabo como fuera. Conseguía hacer cosas increíbles con lo que tenía, engañando e incluso estafando. Creo que eso tiene mucho que ver con lo punk. Salir adelante sin tener ni un duro y conseguir hacer algo original. Tal vez, como yo he intentado encontrar la forma de hacer películas relacionadas con esa actitud punk, la gente me asocia esa etiqueta.

¿Por qué rehúye del término ‘rockumentalista’?

Porque esa palabra se usó inicialmente de una forma prejuiciosa para hablar de mí. Entonces se hacían películas sobre música de determinada forma: se rodaba una peli en torno a cómo se grababa un álbum, cómo se lanzaba y cómo se hacía una gira… y lo llamaban ‘rockumental’. Ya sabes: lo que subyacía debajo de todo aquello era la idea de vender ese álbum. Era otra forma de hacer marketing. Y yo nunca he hecho un documental sobre música en ese sentido. No me interesa para nada.

De hecho, para mí la música es mucho más importante que eso. Es una ventana a la realidad, una ventana que nos muestra una forma de vivir la vida en determinados lugares y determinadas épocas. ¿Por qué la gente adora una canción? ¿Por qué la escribió alguien? Para conectar con su tiempo, con la audiencia, para mostrarles cómo es el mundo en el que vivimos. Por eso, si te soy sincero, creo que yo no hago películas sobre música, hago películas a través de la música. Hago películas sobre mundos y formas de entenderlo.

Ya en The Great Rock 'n' Roll Swindle combinaba imágenes reales con recreaciones ficcionadas, testimonios inventados e incluso animación. ¿Cree que el documental no es más que una forma creativa de acercarse a la realidad?

Sí, claro que sí. Pero creo que todas las películas lo son. El espíritu con el que se aborda una película de ficción o un documental no son tan diferentes. Para mí se trata de contar historias, de tratar de excavar en las distintas versiones de lo que entendemos por verdad o realidad.

Es realmente increíble capturar pedazos de realidad y usarlos, manipularlos, destrozarlos, desordenarlos… es cómo pintar pero con trozos de realidad. Y eso es lo que hace el cine, sea documental o sea ficción. Ambos artes colisionan constantemente porque son el mismo: puede haber elementos de documental cuando uno rueda un drama, de la misma forma que puede haber elementos dramatizados haciendo un documental. De hecho, tengo tendencia a pensar que las mejores películas son aquellas en las que uno no distingue qué es una cosa de la otra.

La idea de que los documentales están más cerca de la verdad que las películas de ficción es completamente errónea, y viceversa. Existen muchas versiones de una sola verdad. Nosotros lo que podemos hacer es explorarlas. 

Rodolfo Walsh decía que la realidad no solo era apasionante sino prácticamente incontable. ¿Cómo aborda la imposibilidad de ser objetivo en su trabajo?

Oh, no conocía esa cita pero es muy interesante. Es obvio que cada uno tiene que asumir que no puede narrar nada por los demás, que sólo filma su propia versión de la realidad. Pero bueno, es muy excitante acercarse a otros puntos de vista de esa forma, aceptando tus limitaciones. Así puedes ver las cosas con los ojos de los demás, ya sabes.

Más allá de la idea de ser objetivo, creo que se puede hacer algo fantástico que provoque, que invite a la gente a pensar cómo se relaciona con su mundo y cómo puede aceptarlo o cambiarlo de diferentes formas y actitudes. Es imposible recrear la realidad, pero eso no quiere decir que haciendo cine no puedas cambiarla.

Más allá del documental, el género del biopic no le es ajeno. De hecho, en el 97 rodó su primer biopic, pero no lo hizo sobre un músico sino sobre un cineasta: Jean Vigo. ¿Por qué?

Mira, la primera vez que vi una película de Jean Vigo fue en el instituto. Teníamos un cineforum y cuando hacía buen tiempo, hacíamos sesiones al aire libre y proyectábamos películas en la fachada principal. Era en Cambridge y el centro educativo estaba al lado de un río. Nos sentábamos en la orilla y podíamos ver una película, y cuando terminaba nos tirábamos a nadar. Joder, era alucinante… Aquello me marcó mucho porque veíamos L’Atalante y luego nos metíamos en el agua como intentando revivir lo que hacían los protagonistas de la peli en el Sena. Era algo muy poético, realmente.

Pero también puede que me influenciase por la idea de libertad que expresaba su cine. Vigo fue uno de los primeros cineastas realmente independientes de la historia. Él hacía películas con sus amigos al margen de toda la industria que por entonces dominaba el panorama cinematográfico. Él recuperaba algo ancestral, como las piezas de los Lumiére que conectaban con cierta idea del documental prehistórico: La salida de los obreros de la fábrica, o La llegada del tren a la estación de la Ciotat... Pero, además, creaba nuevas realidades que tenían que ver con cómo componía la psicología de sus personajes. Es algo que amo y respeto profundamente.

En Cero en conducta, Vigo ya capturaba esa poética de la rebelión dentro de una escuela francesa. Lo hace usted en su obra, ¿buscar la poesía de lo rebelde?

Es que creo que es algo que tiene mucho que ver con el punk. Con cierta actitud ante la vida. ¿Sabes? Hubo una especie de remake que hizo Lindsey Anderson en los sesenta. If… se llamaba. Y creo que ella también supo ver la pureza de la película de Vigo: hay algo muy poderoso en el concepto de Cero en conducta. En la idea de que unos niños no acepten que les digan lo que tienen que hacer. O unos adolescentes que se cansen de vivir aterrorizados por ser castigados.

Esa idea tiene mucho que ver con lo que subyace en el punk. Crecí en los sesenta y siendo adolescentes, nosotros veíamos el mundo de una forma radicalmente distinta a cómo lo veían nuestro padres, nuestros profesores… y ahí estaba el punk, Londres, The Rolling Stones… aquello tuvo un profundo efecto en la gente de mi generación. Nos hizo sentirnos libres. Cuando ves Cero en conducta puedes llegar a entender lo que vivimos... a captar esa sensación.

Hablando de The Kinks. ¿En qué estado se encuentra el biopic que tenía entre manos sobre ellos?

[Risas] Me gustaría poder contarte algo sobre eso pero no tengo muchas novedades al respecto. Es prácticamente imposible tener juntos en una habitación a Ray y Dave Davies. Tratar con ellos para hablar del film, poner en común ideas… Es imposible porque no se soportan. O al menos es muy difícil [ríe]. A pesar de todo, yo sigo queriendo hacer una película sobre The Kinks. Pero comprenderás que es muy difícil si tus dos protagonistas no se ponen de acuerdo en nada.

En The Ecstasy of Wilko Johnson retrataste la lucha del guitarrista contra un cáncer de páncreas inoperable. ¿Cree que la música tiene algo de terapéutico, en cierto sentido?

Sí, creo que sí. La música nos ayuda. Creo sinceramente que es una forma de entender quiénes somos, o de intentarlo. La comprensión y aceptación de uno mismo también afecta a tu salud, te hace más fuerte para enfrentarte a lo que venga. Es lo que hizo Wilko.

Pero esto no es algo que se limite en exclusiva a la música: creo que practicar cualquier arte, hacer películas, escribir historias, nos ayuda a encontrar razones para seguir vivos. Y eso, en determinadas situaciones, es un regalo en sí mismo.

Vigo murió a los 29, Sid Vicious a los 21, a Marvin Gaye lo asesinó su padre la víspera de cumplir 45, Strummer murió sorpresivamente a los 50… y todos han pasado por su obra. ¿Tienen algo atractivo para su cámara, los talentos que brillan mucho y se apagan de repente?

No, no me atrae su muerte. ¡Me atrae lo que hicieron en vida! Es cierto que cuando alguien muere joven se lleva con él cierta idea de pureza… porque sólo han sido una versión de sí mismos. Puede que en eso resida cierta idea poderosa porque no les dio tiempo a corromperse, a deconstruir lo que fueron.

Pero eso no tiene que ver necesariamente con que yo haga filmes sobre ellos. Lo que me fascinaba más de ellos es su poder creativo. Eran gente que no se paraba a pensar lo que eran, solo lo eran. Su creatividad, su fuerza, era tremenda. Pero Marvin, por ejemplo, pasó por fases de vacío muy graves antes de morir. Quiero decir, no me atraen sólo porque muriesen jóvenes. La película de Wilko de la que hablábamos no tiene nada que ver con eso. Y Wilko tiene ahora 71 años…

Hace muchos años que no realiza una película de ficción. Pandaemonium aún podía estar basada en hechos reales, pero Bullet es remontarnos a los noventa. ¿Tiene pensado volver a dirigir ficción?

Tengo un problema con eso. Me gusta la libertad que te permite un documental, es como una banda de Rock’n Roll: cuatro personas, colegas, que se juntan para hacer algo. Pero hacer películas de ficción es mucho más complejo en el sentido de que implica a más personas. Eantraña más medios de producción, centenares de profesionales contratados con un rey en la cima que lo dirige todo… es muy difícil ser espontáneo en esa tesitura. Es un medio muy bello de narrar historias, pero por ahora prefiero la libertad que me ofrece el medio documental para hacerlo.

Aunque sí que me gustaría volver a rodar un drama. Pero no sería una película de estudio de corte hollywoodiense. Eso ya lo probé y no voy a volver a hacerlo. Pero tal vez una película independiente... es algo que sí me gustaría hacer. En cierto sentido, la película de The Kinks podría ser esto... pero ya veremos.


Así se pone banda sonora a una serie: "Si la imagen ya está contando algo, la música no tiene que remarcarlo"

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Aunque no te suene su nombre, a Arnau Bataller es muy difícil no haberle escuchado. De una forma u otra, su música se ha filtrado en la ficción audiovisual de este país constantemente durante la última década. No en vano, en su haber se dan la mano más de setenta trabajos con distintos lenguajes y formatos cinematográficos.

Le podemos haber escuchado en cortometrajes como El artesano, Lo que dejamos atrás, Ultravioleta, La ropavejera o Graffiti, nominado al Goya en 2016. Tal vez le conocimos sin saberlo en el terreno del largometraje, pues escuchamos sus partituras en [REC] 4: Apocalipsis de Jaume Balagueró, en Un día perfecto de Fernando León de Aranoa o en Héroes de Pau Freixas. O tal vez fue en el salón de casa viendo Polseres vermelles, Sé quién eres o Benvinguts a la família.

Su último trabajo, la banda sonora de Félix, se nos presenta como un ecléctico cóctel de sonidos que nos lleva del thriller opresivo a la melodía amable de una comedia romántica. Su trabajo se adapta perfectamente al tono de una serie inclasificable aportando nuevos niveles de profundidad y matices inesperados. Hablamos con él, que nos cuenta cómo su trabajo en una de las series españolas de la temporada.

Has trabajado con realizadores como León de Aranoa o Balagueró pero nunca habías coincidido con Cesc Gay. ¿Cómo ha sido trabajar con él en una serie como Félix?

La verdad es que ha sido muy interesante. Félix ha sido un proceso de aprendizaje para todos los implicados. También era la primera vez que Cesc hacía un proyecto como este: tan largo, con tantas semanas de rodaje… Así que el trabajo fundamental fue ir conociendo sus preferencias, intuyendo cuándo necesitaba música y cuándo no y qué tipo de acompañamiento le hacía falta según cada escena de cada episodio.

Ha sido muy interesante porque ha habido un diálogo constante y cercano. Cuando trabajas con gente como Cesc, Balagueró o Aranoa… nunca conoces al director, conoces sus películas y eso impone al principio. Son gente importante. Sin embargo, luego te das cuenta de que cuánta más experiencia tienen más abiertos están al diálogo. Luego te harán caso o no, pero por lo menos valoran tus propuestas y te escuchan.

A lo largo de tu carrera has trabajado en las bandas sonoras de muchas series, algunas tan dispares como Polseres vermelles o Sé quién eres. ¿Cómo es componer para la televisión? ¿El rodaje de Félix ha sido diferente en algún sentido?

Ha sido algo diferente porque hemos ido generando ideas desde mucho antes de arrancar el rodaje. El proceso de Cesc casi siempre es ese: quiere que le propongas ideas para ir eligiendo y descartando sin una dirección clara antes de empezar.

En ese sentido hemos notado que los plazos no han sido los habituales. Cuando trabajas en televisión los plazos suelen ser muy cortos y hay muy poco margen de maniobra. Cuando trabajé en Sé quién eres a veces estaban rodando un capítulo y montando otro y tenías que trabajar a contrarreloj. No tienes tiempo a equivocarte. Pero esta vez ha sido un proceso más relajado. También es cierto que cuando tienes captada la sonoridad de la serie todo es un poco más fácil. Ahora, con la obra terminada, la impresión que tengo es que la banda sonora de Félix es tan difícil de catalogar como el personaje protagonista.

Hablando de la sonoridad de las series, la de Félix es diversa pero también homogénea. ¿Cómo fue trabajar con unas partituras acordes a la comedia y otras propias de thriller y que quedase unificada?

Esa ha sido una de mis mayores obsesiones en todo el proceso de trabajo: intentar buscar coherencia dentro de esas músicas tan dispares que manejábamos. Me preocupaba mucho ese tema pero a Cesc, esa falta de homogeneidad, casi que le interesaba. Si te das cuenta, los capítulos acaban siempre con una versión distinta del mismo tema. Eso muestra la intención de buscar sonoridades muy diferentes pero que cuadren. Al final creo que lo que une unas canciones y otras es que la música funciona en el contexto en el que se escucha.

Además del tono, otra de las características más llamativas de Félix es su coherencia visual en ese universo enrarecido y lleno de nieve que es Andorra. ¿Cómo fue traducir ese empaque visual en sonidos?

Es curioso porque una de las primeras cosas que hicimos fue hacer un viaje a Andorra para visitar el rodaje. Casi nunca he estado en rodajes y, realmente, aunque tiene una parte interesante, asistir a un rodaje es anticreativo totalmente desde el punto de vista del compositor. El repetir tomas, el desplazamiento, las condiciones ambientales...

Con el tiempo, vimos que Andorra estaba muy presente en la imagen. La música no necesitaba destacar ese paisaje porque aunque lo intentase nunca le haría justicia. Yo soy partidario de que, si la imagen ya está contando algo, la música no tiene que remarcarlo en exceso. Sin embargo, puede aportar una lectura distinta. En Félix, por ejemplo, trabajamos mucho el tema de cómo era de pequeño y frágil el personaje en un ambiente tan inmenso. Por eso la música ha huido de sonoridades grandilocuentes o más clásicas. Hemos buscado elementos sonoros que nos hacen empatizar con Félix.

En la serie misma, la música también tiene un peso importante. Uno de los secundarios toca en una banda de música y el protagonista está obsesionado con Elton John. ¿Cómo manejasteis los niveles de música diegética y extradiegética?

En eso es muy interesante el trabajo que ha hecho Jordi Prats, que ha trabajado con Cesc en otras películas. Él se ha encargado más de la creación de sonoridades que funcionen como música diegética, por ejemplo, ha hecho la música que se tocaba en el grupo. Tiene una cultura del pop-rock inmensa y con Cesc ha marcado esas canciones que también forma parte del diseño del personaje.

¿Fueron ellos quienes dieron con el tema de Bill Withers de Ain’t no Sunshine y la versión de Kristie Stubbe que hace de tema principal de la serie?

Sí, de hecho, utilizaron ese tema como identidad sonora de Félix con varias versiones de la misma. Lo cierto es que funciona genial. En base a algunos de los sonidos de esta canción hice diferentes sonoridades, temas para momentos concretos de guion que reflejasen determinadas ideas. Si Félix estaba preocupado, si estaba recordando algo, si estaba perdido, buscando algo, persiguiendo a alguien… esos conceptos los traducía en canciones.

Pude hacerlo porque el proceso de montaje fue muy artesanal. A cada capítulo se le ha dado muchas vueltas y se han probado diferentes combinaciones. Así que los temas que hacía tenían que ser aptos para ser montados en diversas versiones. Así que trabajamos con eso.

A lo largo de tu carrera has compuesto obras en ambos mundos pero ahora se habla mucho de la migración de talento de nuestro cine a la televisión. ¿Cómo lo ves tú?

Creo que sí ha habido cierto movimiento. Yo recuerdo la primera serie que hice y no tiene absolutamente nada que ver con las series que se están haciendo ahora en ningún sentido: ni en presupuesto, ni en medios, ni en impacto mediático...

El formato televisivo permite un consumo más ajustado a las necesidades del público. Pero este formato necesita contenido y este contenido tiene que ser cada vez mejor para que siga interesando al público.

Por mi experiencia te diría que sí que se está produciendo este movimiento profesional. Con Pau Freixas empecé trabajando en el cine y los últimos proyectos que he trabajado con él son en televisión: Polseres vermelles, Sé quién eres y ahora en Benvinguts a la familia. Cesc ha hecho muchísimo cine y no he trabajado con él hasta que no ha hecho televisión…

Sin embargo, seguimos conociendo pocos compositores de televisión, o al menos no gozan de la fama de los compositores de cine. ¿Por qué crees que existe esa diferencia de proyección?

Creo que eso pasaba antes porque estaban muy marcados los límites de quién hacía televisión y quién hacía cine. Pero ahora todo forma parte de un mismo entramado y esa división cada vez es menor. En mi caso podría decirte que la música que más impacto ha tenido en mi carrera ha sido la de Sé quién eres. Tanto a nivel expositivo porque se ha escuchado mucho, como a nivel de proyección porque las series que se hacen aquí tienen una calidad que las hace exportables al resto del mundo. Eso provoca que tu música sea escuchada en otros países: Sé quién eres ha ido a Inglaterra y ahora parece que va a ir a Estados Unidos, con Polseres vermelles recorrimos casi medio mundo...

En televisión pasa un poco como en los videojuegos. Muchos compositores de cine están haciendo música de videojuegos porque cada vez somos más multidisciplinares. Lo interesante es que cada medio tiene sus particularidades y adaptarte a ellas es enfrentarte a nuevos retos técnicos y artísticos.

Félix está disponible al completo, bajo demanda en  Movistar+ desde el 6 de abril.

'Vengadores: Infinity War', desmesurado empacho superheroico

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Caben pocas dudas del esfuerzo que supone la consecución de un universo creativo compartido e interconectado, a través de los 18 largometrajes que nos han llevado hasta Vengadores: Infinity War. En sus tres fases de producción desarrolladas hasta ahora, la cantidad ingente de tramas, subtramas y personajes que maneja el conocido como Universo Cinematográfico Marvel -UCM en adelante-, es casi inasible. Como lo es el dinero embolsado.

En su primera fase, las historias de origen de Capitán América, Iron Man y Thor recaudaron 370, 585 y 449 millones de dólares respectivamente. Eran títulos que sentaban las bases narrativas sobre las que luego se erigiría Los Vengadores, que se hizo con la friolera de 1.518 millones de dólares en todo el mundo. La segunda fase, iniciada con Iron Man 3 y finiquitada con Ant-Man, ampliaba el background de cada uno de los tres héroes mencionados, amén de sumar la efectividad lúdica de Guardianes de la Galaxia y la resaca de Vengadores: La era de Ultrón. Esta secuela-reunión de personajes de Marvel se hizo con 1.405 millones, a los que cabría sumar más de 3.000 millones recaudados con sendas secuelas entre 2013 y 2015. Por último, la tercera fase de sus ciclos de producción, iniciada con Capitán América: Civil War, se encargó de introducir a nuevos personajes que podríamos ver por fin, juntos y revueltos, en la película que nos ocupa.

Diez años después, Vengadores: Infinity War llega a nuestras pantallas como la culminación de un largo camino lleno de aventuras más o menos desafortunadas que, con todo, han escrito las líneas de la historia del cine-espectáculo del siglo XXI. Una pena que esta entrega del UCM sea un popurrí por momentos maravillosamente entretenido, por otros incomprensiblemente insustancial.

Antes todo tenía un propósito

Nos guste o no el género, su preponderancia en el blockbuster actual está fuera de duda. Pero eso no significa necesariamente que 'todas las películas de superhéroes sean iguales'. Es un tropo cuya vaguedad de concepto deja fuera de consideración la capacidad del género para narrar historias y transitar lenguajes de forma asombrosa. El UCM, de diferentes formas, ha construido una narrativa audiovisual convertida en marco incomparable sobre el que pintar todo tipo de lienzos.

En 2012, Los Vengadores dirigida por Joss Whedon se podía leer como una alegoría a la paranoia norteaméricana post 11-S. Al fin y al cabo, narraba la historia de cómo una amenaza inesperada e incontrolable se cernía sobre Nueva York, y cómo era necesaria la intervención de alguien que librase esa batalla por el ciudadano medio. Alguien que le protegiese de amenazas exteriores y poderosas que venían a destruir nuestra concepción del mundo.

Las tres aventuras de Iron Man nos mostraban la epopeya de un magnate con traumas que decidía dejar de vender armas para hacer el bien, pero entre líneas también se nos narraba la búsqueda de un lugar para alguien como Tony Stark, la capacidad de cometer y enmendar errores, o el dolor de una figura paterna ausente. Es más, Iron Man 3, dirigida por Shane Black, se conviertió por derecho propio en una de las películas más particulares de este universo gracias a su planteamiento en forma de alegoría en torno al alcoholismo y el síndrome de abstinencia.

Capitán América: El soldado de invierno narraba la historia de una amistad y una redención, y traducía su narración al lenguaje del thriller moderno. Pero también planteaba una serie de ideas interesantes sobre los límites éticos de la actuación de las agencias gubernamentales estadounidense en la era del espionaje masivo, Wikileaks y Edward Snowden. Amén de construir en torno a la dicotomía seguridad-libertad uno de los ejes del UCM, sobre el que volvería Capitán América: Civil War. Film que, además, añadía otra línea de discusión al exigir responsabilidades de sus actos a los superhéroes.

Podríamos poner muchos más ejemplos de narrativas realmente interesantes y su ósmosis en el filtro superheroico. Podríamos hablar de la vigencia del drama shakesperiano en Thor, de la reinserción social después de la cárcel en Ant-Man, o de la necesidad de nuevas políticas fronterizas en Black Panther en plena era Trump. Todas, en mayor o menor medida, se han convertido en espacios en los que desarrollar historias de todo tipo. Pero llegamos a Vengadores: Infinity War y todos estos esfuerzos parecen en vano.

La última película de Marvel es, posiblemente, la más vacua de cuantas se han estrenado los últimos diez años. No pretende construir ninguna alegoría, ni ofrecer reflexión alguna sobre su tiempo. No hay metáforas ni espacio para lectura entre líneas. Hay un malo malísimo, están los Vengadores, se enfrentan… y ya.

Ruido, furia y muerte

Vengadores: Infinity War son casi dos horas y media de set-pieces sin tregua. Si uno disfruta de la acción desenfrenada es difícil aburrirse con su desarrollo. Una batalla sustituye a otra a ritmo frenético, y todas resultan afortunadas dentro del canon marvelita. Los Russo engarzan distintos niveles de epicidad de forma hábil y fluida gracias a optar por una deriva galáctica más propia de la space opera que de la narrativa audiovisual de destrucción de la tierra tantas veces vista.

No falta tampoco el conocido toque humorístico de la franquicia que transita entre comentarios sobre los cambios de look de Thor y Capitán América, discusiones sobre si Footloose es la mejor película de la historia del cine, y referencias a la Saga Alien. Todos los personajes tienen su línea de guión correspondiente, su pedacito en el pastel del protagonismo de este empacho superheroico.

Sin embargo, los hermanos Russo dejan al descubierto también su mayor debilidad como ya les ocurrió con el tercer acto de Capitán América: Civil War. Son grandes creadores de escenas de acción pero su habilidad para manejar alguna sensibilidad emocional resulta calamitosa.

Vengadores: Infinity War juega, en diversas situaciones, una baza emocional que no consigue transmitir mediante los cauces apropiados. Las inevitables muertes que vienen a refrendar la idea del poder imparable de Thanos no despiertan ninguna reacción. Y su desarrollo comete el error de delegar esta responsabilidad narrativa en personajes con los que es muy difícil empatizar.

El resultado parece sacado mediante una división matemática de porcentajes de tiempo en pantalla y no mediante una realización realmente orgánica. Infinity War parece perfectamente calculada para saber en qué momento debe morir este personaje, cuándo debe soltar un chiste aquel otro, qué gran escena de acción va mejor aquí y allá. Pero es incapaz de ofrecer nada que se salga de la fórmula. Ni discurso ni emoción.

Cuando todo termina, su apoteósico tercer acto pretende dejar boquiabiertos y extasiados a los espectadores. Pero justamente en su última pirueta, los cálculos fallan: si Marvel no quería que Infinity War pareciese la primera parte de algo más grande, no lo ha conseguido. El final de esta aventura de los Vengadores parece inacabado a la espera de la siguiente entrega el año que viene. Pero esperemos que, para entonces, los hermanos Russo sepan dotar de algun trasfondo a tanto ruido,  tanta furia y tanto superhéroe.

La historia oculta de 6 canciones míticas para celebrar el Día Internacional del Jazz

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Los orígenes del jazz, como los de casi cualquier estilo musical, se vuelven más difusos cuánto más se intenta definirlos. A menudo se puede leer que el jazz como tal nació en Storyville en Nueva Orleans, un barrio de mala fama abundante en bares y burdeles en los que se cometía todo tipo de ilegalidades entre tráfico de opio, prostitución y asesinatos por cuentas pendientes. Y que en este barrio se hizo un nombre Buddy Bolden, conocido como el primer músico de jazz de la historia.

Sin embargo, historiadores como Donald Marquis aseguran que si nos remontásemos a testimonios y entrevistas de la época, a hechos demostrables, casi ninguno de los primeros músicos de jazz tocaron nunca en el barrio de marras. Mucho menos Buddy Bolden, que no pisaba burdeles ni sitios que considerase moralmente dudosos. Amén de que él mismo, "bien puede ser la figura más enigmática que esta música ha producido en su historia", decía músico e investigador Ted Gioia en Historia del Jazz. No se conserva ni una sola grabación de este músico, y sus creaciones no aparecieron mencionadas por escrito hasta 1933, dos años después de su muerte, y unas tres décadas después de que Bolden hiciera su aportación al revolucionario nacimiento de un nuevo estilo de música norteamericana.

Esta indefinición la encontramos tan solo dando unos poquísimos pasos en el terreno de sus orígenes, pues los antecedentes del jazz se remontan a la africanización de la música americana durante los siglos siglos XVIII y XIX. Sus raíces se encuentran en melodías entonadas por esclavos, cuyo acervo también está presente en el nacimiento del blues y en gran parte de la cultura norteamericana.

No es de extrañar, pues, que cuando hablamos de algunos de los temas más conocidos e influyentes de esta música también existan múltiples lecturas de su origen. Rescatamos algunas de El canon del jazz: los 250 temas imprescindibles, delicioso ensayo escrito por Ted Gioia y publicado España por Turner, así como de la célebre lista de las canciones esenciales del jazz que eligieron más de dosmil oyentes de NPR Music y la cadena estadounidense Jazz24. Casi todas las hemos escuchado una y mil veces y, sin embargo, desconocemos su origen y significado. Celebramos el Día Internacional del Jazz rastreando la historia detrás de grandes canciones.

So What, de Miles Davis

So What es la primera canción del álbum más vendido de la historia del jazz: Kind of Blue de Miles Davis, y una de las melodías más escuchadas de su obra. Sin embargo,  no la haría famosa él sino a su contrabajista Paul Chambers. La canción, algo insólito en 1959, se puede interpretar como un diálogo constante entre el contrabajo y los solistas de viento, que parecen preguntarse y contestarse algo constantemente de forma brillante. "Si el jazz fuese una guerra", decía Ted Gioia en El canon del jazz, con esta canción "Davis anunció de repente el fin de la carrera armamentística: dejó a un lado los misiles y las cabezas nucleares y optó por apañarse con el equivalente musical de palos y piedras".

La canción era la expresión de una voluntad íntima de Miles de desnudar la música que tocaba, de tratar de forma reduccionista el jazz. ¿Cómo? Podríamos decir que las canciones populares del jazz de la época exigían, por ejemplo, que el solista cambiase constantemente de escalas. En cambio, lo que proponía Davis era alejarse de toda variación y limitarse a una sola escala sin remilgos. Al mínimo. Aquello irritó a más de un músico de su banda, pero cambió la historia del jazz.

My Favorite Things, de John Coltrane

Cuando Coltrane tocaba My Favorite Things, casi todo el mundo la conocía pero no precisamente por el músico de Richmond. Esta canción, compuesta originalmente por Richard Rodgers con letra de Oscar Hammerstein II, se hizo muy popular gracias a The Sound of Music, el musical de Braodway que entraría en los anales de la historia convertido en una película aquí conocida con el nombre de Sonrisas y lágrimas.

No obstante, en su día casi nadie veía la pieza como algo traducible al jazz, y muchos miraron de reojo a Coltrane cuando defendió que aquello era un diamante en bruto. Cuanto más le decían que no había manera de adaptarla, más se empeñaba él, hasta el punto de que la primera vez que la grabó en estudio, en 1960, la pista duraba catorce minutos y ocupaba más de un tercio del elepé homónimo. Sea como fuere, quienes le contradijeron metieron la pata porque la canción se convirtió en un tremendo éxito y, con los años, se ha convertido en uno de los más célebres devaneos de la historia entre el cine y el jazz.

I Can't Give You Anything but Love, de Ella Fitzgerald

A los especialistas les encanta discutir sobre la autoría de este célebre tema, pues su origen sigue siendo incierto. Se dice que la compuso Fats Waller, gran pianista de swing, que en 1929 le contó a un periodista que había malvendido una composición que se había convertido en todo un éxito. Años después Andy Razaf, afamado letrista que había trabajado con Waller, abrió el interrogante en torno al robo de la canción. En el lecho de su muerte, una amiga íntima le pidió que tararease su letra favorita de cuantas había escrito, a lo que Razaf contestó entonando I Can’t Give You Anything but Love.

Sea como fuere, la canción se convirtió en una de las más escuchadas de la era del swing. De hecho, se hizo tremendamente popular tras el estreno en Broadway de The Blackbirds of 1928, un musical en el que se interpretaba la canción mediante una coreografía de escaleras que Shirley Temple haría famosa. Pero sin duda la versión más célebre vendría a cargo de la voz de Ella Fitzgerald que la tocaría toda su vida. En 1974, tras décadas dándole vida sobre los escenarios, la Reina del jazz sorprendió a todo el mundo con una versión junto con Clark Terry que luego se incluyó en el álbum Fine and Mellow. Hoy es considerada una de las mejores canciones de la historia del jazz.

Take Five, de Dave Brubeck

"En su momento estaba dispuesto a cambiar los derechos de autor de Take Five por una maquinilla de afeitar usada", confesaría en Dave Brubeck en 1976 en una entrevista radiofónica. El pianista y compositor le había pedido a su saxo alto, Paul Desmond, que le compusiese una pieza para un disco que reuniría canciones con métricas poco habituales. Pero cuando descubrió lo que Desmond había preparado, arqueó la ceja pensando que aquello iba a ser un fracaso sonoro. Se equivocó y reconoció su error, pues no solo se convertiría en una de las canciones más radiadas del jazz, también en unos compases que influirían en las primeras bases de rap, en las interpretaciones de bandas marciales y hasta en el canto habitual en corales.

Ante la sorpresa, Desmond aseguró que aquello era una señal y que la canción tenía un propósito que se les escapaba. A su muerte dejó estipulado que los ingresos derivados de los derechos de autor de esta canción irían a parar a la Cruz Roja estadounidense. Se calcula que la institución lleva recaudados seis millones de dólares con aquella canción que bien podría haberse cambiado por una maquinilla de afeitar. "Puede que Take Five sea el éxito musical más insospechado de su época", escribía Ted Gioia en El canon del jazz.

Take The A Train, de Duke Ellington

Take the A Train podría no haberse escuchado jamás y hoy no sería una de las canciones más famosas de El Duque del Jazz si este no hubiese mantenido una abierta batalla con la ASCAP -la SGAE norteamericana-. A mediados de los cuarenta, la sociedad de autores le prohibió abrir sus conciertos con la canción con la que lo había estado haciendo, Sepia Panorama. Ante el veto, buscó una sustituta y Billy Strayhorn, colaborador habitual, sacó un as en la manga que llevaba tiempo trabajando: Take the A Train. Este no se la había enseñado antes por miedo a que pensase que se parecía demasiado a una canción de Fletcher Henderson, acérrimo rival de El Duque. Pero cuando se atrevió a hacerlo, aquello le encantó y desde entonces la orquesta de Ellington abriría siempre con Take the A Train.

Con los años, El Duque hizo varias versiones del trabajo de Strayhorn. La más famosa, titulada Manhattan Murals, pasó a la historia del Carnegie Hall con el nombre de Ellington como coautor de la pieza. Sin embargo, la huella de esta canción de Ellington-Strayhorn se quedaría por siempre en la historia del jazz.

God bless the Child, de Billie Holiday

De los rifirrafes con la ASCAP también surgieron otras voces y canciones, algunas fundamentales para la historia del jazz como fue la de Billie Holiday. En 1940, la SGAE norteamericana se declaró en huelga para sacar mayor retribución de las emisoras de radio, lo que se tradujo en que muchísimos compositores se quedasen fuera de las ondas durante meses. Pero como no hay mal que por bien no venga, resultó una oportunidad de oro para aquellos que no estaban afiliados a la ASCAP. Así fue como Billie Holiday consiguió que su God bless the Child se convirtiese en una de las canciones más populares del momento.

La canción nació del encuentro de la cantante con Arthur Herzog, un compositor neoyorquino. Se conocieron después de un concierto y, mientras hablaban de lo que podían hacer juntos, Holiday soltó "God bless the Child". Herzog le preguntó qué significaba y Holiday le contó que era una expresión popular del barrio obrero en el que se crió, en Fell’s Point, Baltimore: "Es lo que siempre se decía cuando tu madre tenía dinero, tu padre tenía dinero, tu hermana y tu prima tenían dinero, pero tú no tenías ni un centavo", le dijo. La expresión se convirtió en canción... y la canción en hito del jazz.

'Trapicheos en la Segunda Avenida', cuando el tráfico de drogas luchaba contra el sida

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Sobre el papel, el encargo no era demasiado difícil. Lo único que tenía que hacer Raymond -un enfermero de Cleveland- era llevar una furgoneta vacía hasta Brooklyn. Sin embargo, en el mismo instante en el que aparcó delante de una funeraria del Upper East Side supo que aquello se podía complicar.

"¿Sabías que todos los billetes de EEUU pesan exactamente un gramo?", le dijo medio en broma un tío mientras cargaba, en bolsas de cartón, medio millón de dólares en la parte trasera del vehículo. Ahora resultaba que Ray tenía que llevar aquello a Red Hook, hasta la puerta de una pizzería diminuta llamada Italian Heroes dónde alguien le vaciaría el cargamento para llenar el maletero de unas pesadas cajas cuyo contenido era mejor no saber. Y acto seguido tenía que acudir rápidamente a una tienda de ropa del Soho, dónde alguien se quedaría las llaves del vehículo. Si sobrevivía o no daba con sus huesos en la cárcel sería un milagro.

Pero más le valía no hacerlo porque su misión no tenía nada que ver con aquello. Se trataba de hacerle un favor a un médico que traficaba con el cártel colombiano porque era la única persona que conocía que le podía importar Ribavirina, un fármaco que en los ochenta se pensaba que combatía los efectos del VIH. Raymond era gay y llevaba demasiado tiempo viendo como sus amigos morían día sí día también. Así que si tenía que trabajar para un cártel para ayudarles, lo haría sin pestañear.

Podría sonar a escena de película de serie b de los setenta, incluso narrada con cierto nervio podría tratarse de una historia digna de un thriller urbano contemporáneo. Sin embargo, esta aventura forma parte de la historia de Trapicheos en la segunda avenida, un cómic escrito por Joyce Brabner e ilustrado por Mark Zingarelli que narra cómo a principios de los ochenta mafiosos, camellos y activistas conspiraron contra lo que llamaban 'la plaga'. Conmovedor drama convertido en novela gráfica que acaba de llegar a nuestro país de la mano de la editorial Dos Bigotes, y que rescata una de esas historias de compromiso social que la Norteamérica reciente parece haber olvidado.

Una lucha olvidada

Ronald Reagan sucedió a Jimmy Carter en 1981, el mismo año en el que el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida empezó a cobrarse sus primeras víctimas en Los Ángeles. Sin embargo, el presidente tardó seis años en reconocer su existencia y pronunciar públicamente la palabra sida en un medio de comunicación.

Y cuando lo hizo fue para secundar la teoría del 'paciente cero' según la cual un asistente de vuelo canadiense fue el culpable de introducir el VIH en la comunidad homosexual neoyorquina. Teoría desmentida en múltiples ocasiones, pues como recordaba la revista Nature en 2016, aunque el epicentro de la pandemia se dio en Nueva York, en 1976 ya había llegado a California y dispersado por todo el continente.

Aquellos años Norteamérica se enfrentó a una crisis sanitaria gravísima con un Gobierno que le daba la espalda a todo aquello que tenía que ver con la enfermedad: asistencia, curas, investigación, medicamentos… todo. Seis años de una venda en los ojos de la política y de colectivos LGTBIQ en lucha directamente con la muerte.

Una etapa negra de la historia reciente de EEUU que el cine y la televisión han tratado en numerosas ocasiones. Desde el drama médico de principios de los noventa En el filo de la duda, hasta extrañas miniseries de toque religioso como Ángeles en América -con Al Pacino y Meryl Streep-, pasando por relatos cinematográficos contemporáneos como Dallas Buyers Club de Jean-Marc Vallée o The Normal Heart que narraba la historia real del activista gay Larry Kramer.

Muy pocas veces, sin embargo, hemos tenido la oportunidad de descubrirla en forma de novela gráfica. La encargada de la hazaña es Joyce Brabner, conocida por ser cocreadora del cómic American Splendor, la serie más famosa de Harvey Pekar cuya historia llegó al cine. Sin embargo, es también una de las autoras de novela gráfica de corte político más importantes del panorama contemporáneo gracias a títulos como Real War Stories o Our Cancer Year.

Su prosa de carácter periodístico se ajusta como anillo al dedo a la crónica del activismo LGBTIQ que resulta ser Trapicheos en la Segunda Avenida. Relato que no reniega de su emotividad, pues tiene como protagonista a un íntimo amigo de la autora, y transita firmemente por el humor ácido, la sátira política, la aventura desenfrenada y el drama intimista. De hecho, la obra le ha valido el Lambda Literary Award.

Su partenaire en la ilustración, Mark Zingarelli, se permite escasas florituras. Pliega su estilo deudor de Robert Crumb a la narrativa de Brabner. También lo deja al servicio de una arquitectura de la página con poquísimos experimentos que favorece la lectura de Trapicheos en la Segunda Avenida cómo una tranquila charla entre amigos y recuerdos. Si acaso resultan imposible no destacar los deliciosos bodegones con los que el dibujante retrata minuciosamente la psicología y la vida de un personaje en una sola imagen.

Una reivindicación de la memoria activista

"Entonces, ¿cómo terminamos?", le pregunta Brabner a Raymond en el cómic, "es decir, ¿esto termina alguna vez? Todos los días vivimos con el recuerdo de gente a la que hemos perdido…", reflexiona la autora. "Sintiéndonos viejos y tristes, no", contesta Raymond con una sonrisa apesadumbrada.

Trapicheos en la segunda avenida es, más que un eficiente drama, un canto al activismo y a la acción social militante contra la injusticia evidente. Raymond traficó con marihuana para poder comprar medicamentos que el sistema de salud público estadonunidense se negaba a ofrecerle. Y aún así tuvo que enterrar a muchos de sus amigos, compañeros y amantes. Aquello casi acaba con él, que nunca tuvo sida pero sí sufrió estrés post traumático y depresión.

Según el último Informe de ONUSIDA, se estima que actualmente hay en todo el mundo 33,3 millones de personas con VIH. Aunque el porcentaje mundial de personas afectadas se ha estabilizado desde el año 2000, aún hoy tenemos al menos 10 millones de personas que necesitan un tratamiento al que no tienen acceso. De hecho, una de cada cuatro defunciones relacionadas con el sida se produce a causa de la tuberculosis, una enfermedad prevenible y curable.

Joyce Brabner empodera desde las páginas de su novela gráfica, sobre el recuerdo de quienes hicieron lo posible por ayudar en una causa en la que creían. Sabiendo que todo lo que hacían era abiertamente ilegal: desde médicos que recetaban en contra de las directrices sanitarias gubernamentales de los ochenta, hasta actores y actrices que se disfrazaban y falsificaban documentación para pasar medicamentos de un lado a otro de la frontera con México. Todos ellos supieron ver que si la legislación vigente no estaba de su parte, había que desobedecer. Trapicheos en la Segunda Avenida nos lo recuerda en cada viñeta.

‘Lucky’, la maravillosa despedida de Harry Dean Stanton

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Cuando David Lynch estrenó Una historia verdadera en mayo de 1999, en los pasillos de Cannes no se hablaba de otra cosa. Muchos se preguntaban cómo el director de Cabeza Borradora  había filmado una obra tan aparentemente sencilla, tan poco 'rara' y tan profundamente bella. Sin embargo, genio y figura hasta la sepultura, Lynch afirmaba en una entrevista en el New York Times que aquella era posiblemente su película más experimental porque "la ternura puede ser tan abstracta como la locura".

Lo cierto es que Una historia verdadera resultó ser también, tristemente, un testamento fílmico. El actor Richard Farnsworth, nombre de culto en Hollywood que había empezado haciendo de doble de acción de Kirk Douglas en Espartaco, vio su salud gravemente mermada tras su aparición en el film. Habiéndole diagnosticado un cáncer inoperable, se quitó la vida en su rancho seis meses después de terminar el rodaje.

Lucky podría ser, perfectamente, la secuela natural de Una historia verdadera. Aquel film terminaba con Farnsworth sentándose en el porche de Harry Dean Stanton, que interpretaba a su hermano. Entonces, este le preguntaba "¿Has venido con eso hasta aquí, solo para verme?", señalando el cortacésped con el que el protagonista se había hecho 500 kilómetros, cruzando varios estados de la Norteamérica rural.

En esta ocasión, Stanton es el protagonista y David Lynch, en lugar de dirigir, interpreta uno de los papeles más brillantes del film. Con todo, y mal que nos pese, Lucky también puede leerse como un testamento: Stanton falleció en septiembre de 2017 a los 91 años. Esta es su última película.

El hombre cansado

Lucky sigue las andanzas de un hombre con la edad de Stanton, que vive en un diminuto pueblo cercano a la frontera con México. A pesar de su vejez, su rutina a penas se ve afectada por su progresiva falta de salud.

Todas las mañanas se levanta y hace cinco ejercicios de yoga mientras escucha rancheras. Luego va camino a la cafetería de su amigo Joe, se pide un café y pierde la mañana haciendo crucigramas. Más tarde vuelve a su casa y mata el tiempo viendo concursos de la tele, hasta que llega la hora de ir al bar. Entonces se sienta en la barra, se pide un bloodymary… y vuelta a empezar. Hasta que un día, de repente, sufre un desvanecimiento y cae de bruces al suelo. Entonces se empieza a preguntar qué va a ser de él cuando fallezca.

Stanton encarnaba un tipo de figura en Hollywood hoy casi extinta. Era la viva imagen del character actor, robaescenas clásico que casi siempre interpretaba el mismo papel, pero que solía meterse al público en el bolsillo en cuanto aparecía en escena. Su mirada profunda y perdida, su complexión y su gesto irónico pero cansado de serlo, podrían haber tenido la culpa. Hizo casi doscientas películas pero solo protagonizó dos: París, Texas, la grandísima película de Wim Wenders, y la que nos ocupa.

Todo eso parece flotar en el aire seco de Lucky, debut en la dirección del actor John Carroll Lynch -que no tiene parentesco alguno con el creador de Twin Peaks-. Decadente y delicado retrato del hombre cansado. Un primer film que dibuja una bella alegoría en torno al peso que cargamos y no se ve y la necesidad de soltar lastre. Pero también, que aborda con inteligencia la vejez, los peligros de una vida vacua, la progresiva acritud de carácter y la imposibilidad de olvidar.

Con una claridad expositiva y una escasez de medios asombrosa, que no hace más que subrayar su particular atmósfera, John Carroll Lynch ha perpetrado uno de esos debuts de solidez incontestable que aparecen cada pocos años en nuestras pantallas. Y, además, una pieza de coleccionismo extracinematográfico que tendrá su hueco en el corazón de muchos cronistas cinematográficos.

Tortugas viajeras y surrealismo lynchiano

David Lynch interpreta en Lucky a un viejo amigo del protagonista, un hombre abrumado y profundamente preocupado por la desaparición de su tortuga llamada Presidente Roosvelt. Sus vecinos se burlan de él, pero él defiende que el quelonio terrestre es uno de sus mejores amigos, y de los más sabios. "Lo que todos veis en los galápagos es su lentitud, pero lo que yo veo es el peso que acarrea a sus espaldas. Es para protegerse, sí, pero al final será el ataúd en el que acabará enterrado. Y tiene que llevar eso arrastras toda su vida. Vosotros reíros, a mí me comnueve", dirá su personaje en uno de los momentos más hilarantes y memorables de Lucky.

La opera prima de John Carroll Lynch es un western crepuscular sencillo y si solo fuese eso ya sería un magnífico film. Sin embargo, gracias a la presencia del director de Terciopelo Azul, que contamina el guión de forma irremediable, Lucky se descubre por momentos como una comedia dramática surrealista. Su valor la engrandece a medida que se transforma en sátira existencialista.

Con todo, su visionado se carga de un sentido melancólico. Lucky sostiene que nuestra vida solo tiene sentido si la vivimos con los demás, tesis sintetizada en una escena emocionante en la que Harry Dean Stanton canta en su castelllano de Kentucky la ranchera Volver, Volver. Pero que ni tan solo compartiéndola, la vida va a prepararnos para cuando llegue el vacío de la muerte. Sin embargo, cuando llegue, habrá que sonreír pues será lo último que nos quede.

Hiroshige al MuVIM: un tast del paisatgisme japonés a València

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En japonés, la paraula ukiyo-e es compon per tres caràcters distints que, per separat, signifiquen ‘flotant’, ‘món’ i ‘pintura’. Junts, però, es podrien traduir com ‘pintura o gravat del món efímer’, l’art d’estampes nipones que satisfeia les necessitats culturals de les classes mitjanes urbanes formades per comerciants i artesans enriquits al període Edo (1615-1868).

Es tracta, al capdavall, d'una de les contribucions artístiques més importants del japó a l’història de l’art del qual sovint se’n destaca l’obra de Katsushika Hokusai, per ser-ne el sintetitzador de distintes corrents, voluntats i sensibilitats històriques. I perquè realment Hokusai fou tot un personatge a qui el temps ha engrandit la figura amb llegendes de tot tipus.

A l’ombra de Hokusai, no obstant, també podem trobar artistes increïbles com Kitagawa Utamaro, Tōshūsai Sharaku o Hiroshige Utagawa. Aquest últim, coetani de Hokusai, aconseguí convertir-se en ‘el gran viatger d'Edo’, gràcies a la seua obra més famosa: Les cinquanta-tres estacions del Tôkai-dô. Una col·lecció cabdal per comprendre l’art de l’estampa japonesa que ara arriba de forma íntegra al MuVIM, on s’exhibirà fins al dia 1 de juliol. Una oportunitat perfecta per conèixer un artista genial i per imaginar, si és possible, com era la societat nipona al segle XIX.

Un breu passeig pel Japó del període Edo

Per a gaudir de Les cinquanta-tres estacions del Tôkai-dô s’ha d’estar disposat. L’exposició que ara acull el MuVIM es va obrir al públic el passat 25 d’abril però no està anunciada amb grans cartells a l’entrada, ni amb rètols que ens guien als voltants del museu o l’interior d'aquest.

Si hi insistim, però, haurem d’entrar i preguntar a recepció, donat que tampoc hi trobarem tríptics informatius al rebedor del museu. Allí ens informaran que l’obra magna d’en Hiroshige Utagawa es troba a la Sala Alta, tercer pis de l’edifici. Si aconseguim arribar-hi, la breu aproximació a l’obra de l’artista japonés recompensarà.

Modesta, quasi se’n diria que expositivament tímida, Les cinquanta-tres estacions del Tôkai-dô s’exposa a les parets de la Sala Alta com si fóra un mapa, plantejant una lectura historicista de les estampes del mestre nipó. Una proposta que ens acosta a la figura de Hiroshige no tant des de l’anàlisi de l’obra en si mateixa, del seu acabat formal, de l’experimentació pictòrica amb la perspectiva o de l’abast metafòric dels seus elements, com de la seua capacitat per copsar l’essència del Japó de l’època.

Tôkai-dô era el nom amb què es coneixia una antiga ruta que connectava la ciutat d'Edo -l'actual Tòquio- amb la capital imperial de Keishi -hui anomenada Kyoto-. Coneguda com ‘el camí del Mar de l'Est’, discorria al llarg de la costa oriental de l'illa principal de l'arxipèlag nipó, Honshû, i era una de les cinc rutes utilitzades pel govern del Shogun i l’administració del país.

En una d’aquelles, l’any 1832, Hiroshige fou nomenat com a dibuixant oficial de la crònica del viatge anual que la cort de Keishi feia fins Edo, ocasió de la qual sorgirien les estampes que formen el corpus d’aquesta exposició.

Disposats en forma de mapa, els paisatges recorren el camí original que feu l’artista per l’illa i converteixen Les cinquanta-tres estacions del Tôkai-dô en un interessantíssim joc de finestres en el temps. Finestres pictòriques que ens acosten a les arrels mateixes de la configuració d’imaginaris de l’Àsia que Europa féu durant l’època de la Il·lustració. I que, tan sols per això, ja suposen un tast estimulant d'una cultura apassionant com la nipona.

Hiroshige i Hokusai: dues formes d’entendre la vida i l’art

No pretén Les cinquanta-tres estacions del Tôkai-dô desgranar la història de Hiroshige, de l’evolució del seu art i del significat profund -social i cultural- del ukiyo-e, ni molt menys acostar-se a la llegenda de Hokusai. Per això, pot resultar neulida per als més avesats en l'assumpte.

No obstant, és evident el seu afany per despertar interés en els profans donada la força de l’obra seleccionada, i la inclusió de La gran ona de Kanagawa, separada de l’espai expositiu dedicat a Hiroshige i considerada una de les imatges més reconeixibles del món. Amb tot, Hokusai i Hiroshige no podien ser més distints entre si.

El primer fou un artista independent, excèntric i lliure per naturalesa, imatge creada i defensada per si mateix. El segon, 37 anys més jove, un artesà humil però pròxim al establishment que treballava per encàrrec i per satisfer la cort. Ambdós genis, sens dubte.

De Hokusai se n’ha escrit molt. Fill d’un fabricant d’espills, fou ajudant en una llibreria i aprenent de hiroishi, les persones que tallaven la fusta sobre la qual es puntaven els ukiyo-e, fins que començà a crear les seues pròpies estampes. S’autoproclamava ‘el vell boig de la pintura’ i era, per a l’època, algú estrambòtic però multidisciplinari, prolífic i absolutament enamorat del que feia.

Es deia que era un desastre i que es va canviar cent vegades de casa perquè mai no en netejava cap. També, que una vegada pintà un retrat d'un monjo zen en un paper d'una superfície de dos-cents metres quadrats, i que era capaç de fer quadres d'oronetes servint-se únicament d'un gra d'arròs. Era la viva imatge d’un artista bohemi del Japó del segle XIX. 

De Hiroshige, en canvi, se n’ha escrit molt menys. Nasqué amb el nom d’Andô Tokutarô, i era fill d’un samurai de baix rang. A la seua època, els samurais representaven una classe mitjana més o menys acomodada situada per davall dels cortesans. Als dotze anys enterrà sa mare i als tretze anys son pare, mort a causa de seqüeles derivades de treballar com a bomber al servei de la cort. Tot i ser orfe, aconseguí entrar en l’escola de l'artista Utagawa Toyohiro sent adolescent, on va rebre el nom amb què el coneixem: Hiroshige Utagawa.

Des de ben prompte es guanyà la vida com a artista al servei de qui ho demanara –i ho poguera pagar-, adaptant els seus gustos als del grup social per al qual pintava. També, cultivant la seua forma d’entendre l’art sense rebutjar la influència de Hokusai. Allà on ‘el vell boig’ alterava la naturalesa per crear composicions amb força, o manipulava realitats per incloure la seua obsessió, el mont Fuji, Hiroshige pretenia sempre representar el que tenia davant.

Això no significava exactament plasmar la realitat, sinó entendre-la a través del seu estat d’ànim i la seua voluntat íntima. Tot això es veu en Les cinquanta-tres estacions del Tôkai-dô, que en escassos metres quadrats demana pausa, reflexió i atenció, però compensa amb un breu viatge pel Japó.

Cabanyal Íntim: arts escèniques per a recuperar la memòria d’un barri

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Artur, veí del barri, recorda quan va fer el batxiller elemental al centre que ara es coneix com a Col·legi Santiago Apòstol, prop de l’avinguda dels Tarongers. Recorda com els seus professors lluitaven perquè ell tinguera un futur digne més enllà de l’ostracisme que aleshores patien els barris perifèrics de València. Fina, en canvi, va nàixer a la Casa dels Bous i de vegades encara li venen al cap records de solidaritat entre el veïnat i d’una infantesa jugant al carrer, vivint la llibertat característica d’abans que se sàpia el significat de la paraula llibertat.

El Cabanyal, com tots els barris, és també un cúmul de records i vivències col·lectives que subjauen sota cada carrer, cada cantonada i cada casa. I així ho ha volgut reivindicar el Festival Cabanyal Íntim que celebrarà la seua 8a edició del 10 al 20 de maig de 2018 a espais culturals com La Mutant o el Teatre El Musical així com l'interior de les cases del barri valencià. I, com cada any, un lema encapçala i lliga tota la programació.

En anteriors edicions conceptes com L’avenir, TransformAcció o Migracions han sigut eixos programàtics del festival. Enguany, tot s’articula al voltant del significat d’un mot: Memòria. La personal i la del barri, la col·lectiva i la històrica, la política i la del cos. Totes es donaran la mà en un festival que uneix les arts escèniques més arriscades i innovadores amb un compromís social indeleble.

Memòria de tot un barri mitjançat l’art

Cabanyal Íntim no és un festival a l’ús: és un espai de trobada que reivindica les arts escèniques d'avantguarda des del sentiment de barri. Per això, al seu ADN figura l’objectiu d’obrir les portes de les cases i donar visibilitat als espais de l’antic barri de pescadors, per tal que veïns i veïnes puguen ser tan protagonistes com l’art que s'interpreta. Això no obstant, no vol dir que es descuide una programació que aplega teatre, dansa, música i performance.

Aquest any, l’art escènic se’ns presenta a través de quatre peces llargues: Temptatives d’un barri que recorda, un taller de teatre col·laboratiu, Donde los viejos no andan cuervos, un obra de teatre per a tots els públics que barreja humor i terror, Instruccions per no tenir por si ve La Pastora, memòria d’un personatge del folklore popular que recupera la d’una dona increïble, i 43º13’44’’N projecte teatral al voltant de la memòria històrica. Sense oblidar més de nou peces breus que apleguen teatre convencional, musical, titelles i obres multidisciplinàries.

Al voltant de la programació Íntims a la nit, s’apleguen tres concerts que ofereixen des de reinterpretacions del cançoner llibertari internacional de la mà de Don Rogelio J, fins a electrofeminisme de la mà de Kancaneo Teatre, passant per recitals performatius de poesia com Quieroynopuedo

La dansa, per la seua banda, arriba de la mà de Cristina Gómez que dirigeix i estrena dues obres distintes, i Abel Martí que fa el mateix amb l’obra Trampantojo. Sense oblidar A quelar!, un taller de flamenc gratuït i obert organitzat per Extremus Danza amb l'ajuda d'Art for Change, un programa finançat per Obra Social La Caixa que ofereix un any de formació a la comunitat gitana del barri del Cabanyal amb tallers de flamenc, música, il·luminació i so. 

I pel que fa a la performance, Cabanyal Íntim durà a terme set accions performatives al Teatre El Musical, amb artistes valencians com Eva Pez o Abel Báguena, i propostes internacionals vingudes de Mèxic, França o Perú.

Huit anys a peu de carrer

Amb huit edicions a l’espatlla, el festival Cabanyal Íntim també comença a recordar d’on ve i cap a on va. Nascut com a recolzament artístic de la lluita de la plataforma cívica Salvem el Cabanyal, aquest festival tingué la paralització del derrocament i expropiació d’habitatges particulars habitats al barri com seua base programàtica.

Al llarg dels seus primers tres anys, la seua direcció artística formada per Isabel Caballero i Jacobo Roger, experimentà amb l’escenificació i exhibició d’obres que captaven els debats polítics del seu entorn. Muntatges que posaven de manifest que la creació escènica no era -ni volia ser- aliena a les problemàtiques socials dels valencians i valencianes. Per això, la seua programació reivindicava des de l’escenari el defensar el patrimoni històric i arquitectònic del Cabanyal-Canyamelar.

A partir de la tercera edició, quan les edicions començaren a ser temàtiques, s’incentivà visibilització de la creació producció artística escènica contemporània més atrevida i trencadora.

Huit anys amb els que el festival ha fet història dinamitzant el barri, estimulant a la seua població i a la de tota València i generant sinergies entre agents socials, institucions i associacions. Creant, en definitiva, nous records sobre els que construir la memòria del Cabanyal de demà.


Cabanyal Íntim: artes escénicas para recuperar la memoria de un barrio

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Artur, vecino del barrio, recuerda cuando hizo el bachiller elemental en el centro que ahora se conoce como Colegio Santiago Apóstol, cerca de la avenida de los Naranjos. Recuerda como sus profesores luchaban porque él tuviera un futuro digno más allá del ostracismo que entonces sufrían los barrios periféricos de Valencia. Fina, en cambio, nació en la Casa de los Bueyes y a veces todavía le vienen a la cabeza recuerdos de solidaridad entre el vecindario y de una niñez jugando en la calle, viviendo la libertad característica de antes de que se sepa el significado de la palabra libertad.

El Cabanyal, como todos los barrios, es también un cúmulo de recuerdos y vivencias colectivas que subyacen bajo cada calle, cada esquina y cada casa. Y así lo ha querido reivindicar el Festival Cabanyal Íntim que celebrará su  octava edición del 10 al 20 de mayo de 2018 en espacios culturales como La Mutant o el Teatre El Musical así como el interior de las casas del barrio valenciano. Y, como cada año, un lema encabeza y liga toda la programación.

En anteriores ediciones conceptos como el porvenir, transformAcció o migraciones han sido esos programáticos del festival. Este año, todo se articula alrededor del significado de una palabra: memoria. La personal y la del barrio, la colectiva y la histórica, la política y la del cuerpo. Todas se darán la mano en un festival que une las artes escénicas más arriesgadas e innovadoras con un compromiso social indeleble.

Memoria de todo un barrio por medio del arte

Cabanyal Íntim no es un festival al uso: es un espacio de encuentro que reivindica las artes escénicas de vanguardia desde el sentimiento de barrio. Por eso, en su ADN figura el objetivo de abrir las puertas de las casas y dar visibilidad a los espacios del antiguo barrio de pescadores, para que vecinos y vecinas puedan ser tan protagonistas como el arte que se interpreta. No obstante, no quiere decir que se descuide una programación que reúne teatro, danza, música y performance.

Este año, el arte escénico se nos presenta a través de cuatro piezas largas: Tentativas de un barrio que recuerda, un taller de teatro colaborativo, Donde los viejos no andan cuervos, una obra de teatro para todos los públicos que mezcla humor y terror, Instruccions per no tenir por si ve La Pastora, memoria de un personaje del folclore popular que recupera la de una mujer increíble, y 43º13’44’’N, proyecto teatral alrededor de la memoria histórica. Sin olvidar más de nueve piezas breves que reúnen teatro convencional, musical, títeres y obras multidisciplinares.

Sobre la programación Íntims a la nit, se reúnen tres conciertos que ofrecen desde reinterpretaciones del cancionero libertario internacional de la mano de Don Rogelio J, hasta electrofeminismo de la mano de Kancaneo Teatro, pasando por recitales performativos de poesía como Quieroynopuedo.

La danza, por su parte, llega de la mano de Cristina Gómez que dirige y estrena dos obras distintas, y Abel Martí que hace lo mismo con la obra Trampantojo. Sin olvidar A quelar!, un taller de flamenco gratuito y abierto organizado por Extremus Danza con la ayuda de Arte for Change, un programa financiado por Obra Social La Caixa que ofrece un año de formación a la comunidad gitana del barrio del Cabanyal con talleres de flamenco, música, iluminación y sonido.

Y en cuanto a la performance, Cabanyal Íntim llevará a cabo siete acciones performativas en el Teatro El Musical, con artistas valencianos como Eva Pez o Abel Báguena, y propuestas internacionales venidas de México, Francia o Perú.

Ocho años a pie de calle

Con ocho ediciones al hombro, el festival Cabanyal Íntim también empieza a recordar de dónde viene y hacia dónde va. Nacido como espaldarazo artístico de la lucha de la plataforma cívica Salvem el Cabanyal, este festival tuvo como base programática la paralización del derribo y expropiación de viviendas particulares habitadas en el barrio.

A lo largo de sus primeros tres años, su dirección artística formada por Isabel Caballero y Jacobo Roger, experimentó con la escenificación y exhibición de obras que captaban los debates políticos de su entorno. Montajes que ponían de manifiesto que la creación escénica no era -ni quería ser- ajena a las problemáticas sociales de los valencianos y valencianas. Por eso, su programación reivindicaba desde el escenario el defender el patrimonio histórico y arquitectónico del Cabanyal-Canyamelar.

A partir de la tercera edición, cuando las ediciones empezaron a ser temáticas, se incentivó visibilització de la creación producción artística escénica contemporánea más atrevida y trencadora.

Ocho años con los que el festival ha hecho historia dinamizando el barrio, estimulando a su población y a la de toda Valencia y generando sinergias entre agentes sociales, instituciones y asociaciones. Creando, en definitiva, nuevos recuerdos sobre los que construir la memoria del Cabanyal de mañana.

Razones para descubrir la literatura de Han Kang si todavía no lo has hecho

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Cuando en 2015 y gracias a un Nobel de Literatura -ahí es nada-, en nuestro país de redescubrió la voz narrativa de Svetlana Alexievich, muchos nos reconciliamos con la literatura de no ficción de corte histórico, olvidando aquello que nos había alejado del género -exceso de intelectualismo tendencioso-. Puede que fuese porque de pronto nos descubrirnos con la piel de gallina observando las atrocidades que el ser humano es capaz de perpetrar y perpetrarse. Descubriéndonos, en nuestro papel de meros lectores, como responsables y pequeños garantes individuales de una memoria colectiva que iba mucho más allá de nosotros mismos y los acontecimientos de nuestras fronteras cercanas.

Ella misma decía en Voces de Chernóbil, que durante la escritura de aquel libro a lo largo de veinte años, muchas veces pensó en dejarlo. Sin embargo, la urgencia y la voluntad de las personas con las que hablaba la volvía a poner de pie. "Estas personas buscaban respuestas. A menudo tenían prisa, temían no llegar a tiempo, y yo aún no sabía que el precio de su testimonio era la vida. «Apunte usted —me decían—. No hemos comprendido todo lo que hemos visto, pero que queden nuestras palabras. Alguien las leerá y entenderá. Más tarde. Después de nosotros»", escribía.

Después de que las víctimas, los oprimidos y los masacrados mueran. Después de que sus recuerdos formen parte del pasado, queda lo que está escrito y lo que nos contamos unos a otros. Aunque a menudo lo escrito no es lo acontecido, pues toda historia que no escriban los olvidados, la escribirán contra ellos. Algo que nos vuelve a recordar la escritora Han Kang en su nuevo libro, sin un Nobel bajo el brazo pero con la pluma igual de afilada.

Tras el éxito de La Vegetariana, la editorial independiente :Rata_ publica Actos Humanos. Esta vez, Kang recuerda la masacre de Gwangju, levantamiento popular sucedido en 1980 contra la dictadura de Chun Doo-hwan. Revuelta que fue sofocada brutalmente por el ejército surcoreano causando, según fuentes oficiales, 144 muertos y 400 heridos y según fuentes internacionales no provenientes del Gobierno, entre 1.000 y 2.000 víctimas mortales. Actos humanos vuelve a poner sobre la mesa el increíble y valiente talento de Han Kang y nosotros volvemos a reivindicarlo.

Porque leer y recordar son actos humanos

Antes de la dictadura militar de Chun Doo-hwan, Corea del Sur tuvo otro dictador: Park Chung-hee. Este había tomado el control de la nación tras un golpe de Estado en 1962. Una noche, discutiendo sobre cómo acabar con unas revueltas a favor de la democracia que habían estallado en las provincias de Busan y Masan, el director de la Agencia Central de Inteligencia Coreana le disparó en el pecho y luego en la sien.

Chun Doo-hwan, militar que había medrado en el ejército tras haber apoyado aquel golpe de Estado, le tomó el relevo. Él fue el responsable de destruir el escenario que planteaba el acercamiento hacia una democracia institucional, al disolver la Asamblea Nacional en 1980 y presentarse a las elecciones presidenciales como candidato único. Ganó, obviamente.

A los pocos meses de su acceso al poder, el 18 de mayo de 1980, una protesta estudiantil en la Universidad de Chonnam, en Gwangju, despertó el temor del dictador ante un alzamiento mayor, que ordenó que fuera inmediatamente reprimida. Los boinas verdes tomaron la universidad, rodearon a los estudiantes, les dispararon y luego apalearon sus cadáveres. Aquello prendió la mecha de la ciudad que esa noche asaltó la comisaría de policía y se armó para plantar cara a la dictadura creando una milicia civil. Aquel día duró una semana y se saldó con las calles de la ciudad llenas de muertos.

Actos humanos nos recuerda esa historia pero no lo hace de la forma obvia: no pretende ser un retrato histórico. Su prosa se carga de poesía, de brutalidad y belleza obviando de forma consciente el tono periodístico que puede impregnar una narración de estas características.

Kang opta por acercarse desde la ficción, y desde unas voces narrativas que abrazan la fantasía, la introspección y la individualidad del dolor. La mirada de un adolescente que limpiaba los cadáveres de los fusilados, los dolorosos recuerdos de una madre que perdió a su hijo, la incapacidad de superar el trauma de una mujer violada durante las protestas, e incluso la de un alma incapaz de separarse del cuerpo al que pertenecía antes de que una bala se lo arrebatase.

Porque se aprende del dolor ajeno

Del dolor propio se aprende, aunque tropecemos dos y tres veces en la misma piedra. Pero del dolor ajeno también. Más si cabe.  Leyendo, Art Spiegelman, Fréderic Pajak, Joe Sacco o a Carlos Hernández de Miguel, recordamos cómo el corte del papel puede doler más que el de un cuchillo, porque hay lecturas que duelen. Y de las que podemos y debemos aprender. Han Kang lo asimiló hace tiempo.

Ella nació en Gwangju pero, escasos meses antes de la masacre, su familia se mudó a Seúl. Tenía doce años cuando descubrió lo que había pasado. Su padres, afectados por los acontecimientos que habían sufrido a sus vecinos, amigos y familiares, hablaban del tema siempre entre susurros. Lo hacían por educación pero también por alejar todo aquel dolor de sus hijos. Sin embargo, un día Kang escaló hasta la última estantería de la biblioteca de sus padres y sacó un libro que siempre se guardaba con el lomo hacia dentro. Era un álbum de fotografías de aquellos días que abrió por la última página. Vio la cara de una mujer a la que una bayoneta había abierto el cuello. Desde entonces, la violencia en todas sus formas fue una constante en su vida.

"La imagen se le metió en el pecho como un anzuelo en la boca de un pez", escribe Mar Abad, redactora jefe de Yorokobu que dedica un texto a la autora en la cuidada edición de Actos humanos. "En La vegetariana, vistió de mujer el interrogante de por qué existe la violencia. […] En Actos humanos, la crueldad es más punzante. Es una matanza planeada por criminales a sueldo y en horario laboral", escribe.

La habilidad de Kang para empatizar con el dolor ajeno, para sentir la violencia del sometimiento, y narrarlo de tal forma que lo sintamos nosotros, es absolutamente prodigiosa. Sin embargo, en su prosa la violencia no se vehicula de forma insistentemente desagradable. No encontramos en su descripción de los hecho una querencia por lo repulsivo, más bien una mirada quirúrgica que la sitúa a un paso del cadáver y la tortura. Actos humanos responde con total rotundidad a las preguntas que plantea en torno a la bajeza del ser humano, o su capacidad de resistencia y redención.

Su título ya nos advierte de las miras de su discurso. Nos interpela a través de distintas voces narradoras que a menudo hablan en segunda persona del singular, apelando al 'tú' lector. Nos habla de lo hacemos los seres humanos, lo que nos acerca o nos aleja de serlo.

Porque Han Kang es literatura de resistencia

La vegetariana ya era un canto feminista y anticapitalista sobre la violencia ejercida de forma sistemática contra el cuerpo, contra lo más íntimo de cada uno de nosotros. "La intención no era hacer un catálogo de las violencias que hay en la sociedad", decía la propia Han Kang en una entrevista en este mismo medio. "Me enfoqué en la sensibilidad de la protagonista y todo lo que a ella le aberraba en el ser humano", como los encuentros sexuales forzados que la protagonista sufría de su marido.

En ese sentido, Actos humanos se nos revela como un paso adelante lógico y natural en su discurso contra la violencia inherente al sistema. Esta vez, la autora amplía el foco a lo humano sin distinguirlo de su yo político en tanto que es un ser social. Nos habla de la falta de empatía y la incomprensión como ejes de la represión y la explotación.

"A lo largo de los siglos los escritores han dejado constancia de la resistencia de ejercida por los sectores más explotados de la sociedad", defiende el periodista y escritor Álvaro Colomer, que también participa con un texto en la edición de Actos humanos.

Germinal de Zola y los mineros franceses, Shirley de Charlotte Brontë y los obreros ingleses o Pastoral Americana, de Philip Roth y los disturbios raciales en la Norteamérica de los sesenta, "son ejemplo de  novelas que pusieron el foco de atención en las revueltas surgidas aquí y allá, y que sirvieron para conservar el recuerdo de los que lucharon por conseguir la libertad de hoy tenemos".

Como lo es Actos humanos. Como lo es la prosa de Han Kang. Por eso, se nos revela absolutamente desgarradora en su delicado canto por la rebelión: nos anima a resistir la tentación de odiar. Lo que vemos, lo que leemos y reconstruimos en nuestra imaginación, es siempre lo más terrible. Pero dejarnos llevar por el miedo es, en cierto sentido, dejarnos vencer. 

Nakba: relats per a recordar la lluita diària palestina

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Un dia de 1963, un nen de nou anys va sortir de sa casa casa disposat a fer-ne una  de grossa: duia una sorpresa sota l’abric i estava disposat a ensenyar-la al món quan fos necessari. El moment va arribar quan el director de la seua escola va fer la senyal per a cantar l’himne del regne de Jordània. Just abans que els xiquets i les xiquetes començaren a corejar, aquell nen va traure una pancarta que deia: "Posem fi a la promesa de Balfour i a l’Imperialisme!".

Allò va causar un enrenou considerable que prompte va esdevenir aldarull multitudinari a la porta del centre escolar, amb intervenció de la policia jordana inclosa. Huit menors d’entre nou i tretze anys van ser apressats i conduïts fins a les cel·les d'al-maifar, la comissaria, on van interrogar entre brutals pallisses a tots els implicats. En especial a qui havia tret la pancarta.

Aquell nen s’anomenava Salah Jamal, i així ho narra a Nakba: 48 relats de vida i resistència a Palestina, un llibre acompanyat amb il·lustracions de Miquel Ferreres que arriba a les nostres llibreries de la mà de l’editorial Tigre de Paper. L'escriptor, que estarà a València el dia 24 de maig presentant el llibre a l'Octubre CCC, ens conta què significa aquest fantàstic artefacte literari que construeix, des de la mirada d'un passat personal el retrat col·lectiu d'una societat, un sentir de dignitat i resistència vital.

Com un record d’infantesa

"La història de la meva família és com la del 90% de les famílies palestines", ens diu Salah Jamal. "Aquest llibre va nàixer ara farà dos anys, aproximadament, quan vaig pensar en escriure sobre el setanta aniversari de la Nakba palestina. Volia narrar aquella tragèdia però no fer-ho desgranant el context polític, històric i escrivint un llibre feixuc i difícil de llegir. Més bé al contrari: narrar la realitat palestina amb un caire humà, familiar. Així és com vaig arribar a la conclusió de que el més honest era escriure sobre la meua família, fer una història que reflecteix la de moltes altres".

Salah Jamal va néixer a Nablus (Palestina) el 1951. Després de la invasió israeliana de 1967, va abandonar la seva ciutat natal. Els avatars de la vida el van portar a Barcelona, on viu des de fa quaranta-vuit anys i on es va doctorar en Medicina i llicenciar en Història i Geografia per la Universitat Central de Barcelona. És professor del Màster Món Àrab i Islàmic a la UB i autor de llibres com Aroma àrab, receptes i relats (Bissan Edicions, 2014), Palestina, ocupació i resistència (El Jonc, 2002) o Allò que cal saber sobre els àrabs (Flor del Viento, 2012). Ha estat guardonat amb el premi Nijmet Al-Quds de l’Acadèmia i la Unió General d’Escriptors i Poetes Palestins.

És, per mèrits propis, una de les veus més importants de la causa palestina al nostre país. Coneix com ningú el poder del relat d’un poble i la importància d’escriure’l abans que l’escriguin per tu: "El relat es molt important en la història d’un poble. Al fi i al cap, els qui van expulsar els palestins de la seua terra tenien més poder i més mitjans i ens van guanyar al construir el seu relat. Jo tenia la mania de contrarestar-lo", explica l’escriptor. "Vaig decidir fer-ho amb relats curts, concisos i precisos que explicaren el meu relat, el nostre. Que és feble al costat del relat sionista perquè mai hem tingut les seues eines, però sempre necessari".

Per a ell, "tots els records són relats i cobren sentit quan els estructures a la ment. Hi veus el macrorelat, diguem: el dret a reivindicar un territori que ens van arrabassar de la manera més barroera possible. Els records personals es barregen amb els col·lectius i es fa història: qui no té relats no té historia".

Però per narrar aquesta història tenia clar que havia de treballar un registre afectiu pròxim i delicat. Nakba: 48 relats de vida i resistència a Palestina reivindica la utilització del somriure com a arma de dignitat i de lluita. "La nakba palestina, si ho mires amb la suficient perspectiva, sona a comèdia perquè es absolutament inversemblant. Pensa-ho: Expulsar a un poble de la seua terra? Insertar-hi a gent de Rússia i Ucraïna amb l’excusa de que tenien un contracte amb Déu? Com si Déu fos constructor o un agent immobiliari! Sona a argument de una comèdia, oi? Doncs la realitat va ser absolutament tràgica pel poble palestí. Al darrere de cada tragèdia hi ha una comèdia i a l’inrevés", explica l’autor.

Memòria individual i col·lectiva

En novembre de 1917, el govern britànic durant la Primera Guerra Mundial va anunciar el seu suport a l'establiment d'una llar nacional per al poble jueu a la regió de Palestina. Obviant als palestins, clar. Aquella declaració va ser coneguda com La promesa de Balfour, que Salah Jamal ja coneixia de sobres quan va de treure aquella pancarta que el dugué a la comissaria. El que no tenia clar era el significat de la paraula imperialisme. Al capdavall no era més que un nen, però vivia la cultura política del seu entorn, així com el drama que l’envoltava.

"Vivíem en un ambient totalment polititzat però no com ens ho pensem ací. No era una cosa filosòfica o experta, sinó crua perquè vivíem la tragèdia. Això et polititza automàticament quan busques respostes: Per què visc a un camp de refugiats? Per què el meu veí no te sostre a casa? Per què patim fred per les nits? Sents discussions de la família, comentaris dels veïns. I et polititzes", ens conta Jamal.

"Cada vegada que al meu pare no li agradava alguna cosa, maleïa als anglesos. Mon pare els hi tenia mania perquè van ser qui van fer La promesa del Balfour. Per a ell, els responsables últims de la nostra tragèdia eren de l’imperi britànic. Per a nosaltres, de ben menuts ja sabíem què significava Balfour, repressió i colonialisme. Els palestins que vàrem ser expulsats sentíem coses com aquelles a cada minut perquè convivíem en una situació paupèrrima i volíem trobar un sentit a la tragèdia de la nostra atmosfera".

La lluita, la necessitat de reivindicar drets i reclamar espais havia estat sempre present a la seua infantesa: "Els nens d’allà no tenien el que tenen els d’aquí que gaudeixen d'esplais, camps de futbols, piscines... Existia el carrer i quan veies una manifestació li anaves al darrere perquè era una diversió més. Emulàvem el que feien els adults... i si ells tiraven pedres, a pedrades tu també", recorda Jamal sense nostàlgia.

"Tot el que dic al llibre son coses que m’han passat a mi. És 100% real i no cap la ficció. Fins i tot vaig fer un exercici d’autocensura perquè volia explicar coses que em van passar a Nablus, però no ho vaig fer perquè el lector d’aquí no s’ho creuria”, ens confessa. Li demanem quin tipus de records podrien semblar poc creïbles, i ens explica que “la forma d’actuar dels soldats israelians a les presons de Nablus, o l’actitud de la policia jordana... si jo expliqués algunes de les coses que ens van fer, més d’un em diria: ‘això no pot ser’. Havia de utilitzar una mena d’autocensura per donar credibilitat al text. No volia que ningú dubtés el més mínim sobre la veracitat d’allò que contava al llibre per culpa d’haver narrat cosa massa grossa o dramàtica”.

Relats contra l’oblit, relats des de l’exili

La manifestació que va dur a Jamal entre barrots quan només tenia nou anys és tan sols una anècdota, una xicoteta peça de tot un mural d'històries acompanyades de colpidores il·lustracions de Miquel Ferreres. La voluntat de les dones palestines, el tarannà masclista de l’època, els primers cinemes, les vesprades als negocis i els concerts a la ràdio de l’enemic, els soterraments i les cavalcades es barregen magistralment a Nakba. Mosaic per moments poètic, d’altres pròxim a la crònica, d’una forma de viure i d’entendre la vida.

"El món occidental té un desconeixement brutal envers al relat palestí, pel que fa al que es va viure durant els cinquanta i seixanta, abans de la Guerra dels Sis Dies", reflexiona Jamal. "El que es va contar era que l’Estat d’Israel s’havia fet després de l’holocaust per a que els jueus visquessin tranquil·lament. Havien patit molt i mereixien un estat propi. I a costa de qui? D’uns beduïns que vivien allí. Així és el relat imperant durant el segle passat", opina l’escriptor palestí i barceloní.

Segons ell, "la gent d’Europa va començar a veure la realitat després de la guerra de Vietnam i el maig del 68, que fou quan el progressisme va entendre la causa palestina. Aleshores l’Estat Israelià va reconèixer que existia una tragèdia palestina però ho van fer com un apèndix de la seua tragèdia: l’holocaust nazi. Per què? Perquè a la mínima que critiquessis l’actitud de l’Estat d’Israel, et fotien l’arma llancívola de l’antisemitisme. I d’aquesta manera silenciaren la nostra realitat".

Salah Jamal escriu per recordar i per a que qui llegeix els seus relats, no els oblide. Per a fer memòria i construir consciència. "Cada poble té les seues lluites", assegura, "jo mateix encara visc l’exili perquè no tinc dret de retorn. Et donen un permís d’una setmana i et diuen que no pots tornar a casa teva perquè ets estranger. Estranger? Si he nascut allí!".

Per a l’autor de Nakba: 48 relats de vida i resistència palestina, el debat envers la causa palestina "no és un tema ètnic, ni geogràfic, ni nacionalista. Es tracta d'un tema de drets humans. Es tracta d'assenyalar injustícies i lluitar-les siguin a Nicaragua, el Congo o Palestina".

Amb aquest tarannà ens conta, just abans de d’acomiadar-se, que la seva mare sovint comparava els palestins amb un sac de boxa: "ens foten hòsties contínuament per estem allà, com el sac que aguanta tot el que li tiren. Perquè no tenim altra opció".

20 años de 'El gran Lebowski' en seis grandes lecciones de El Nota

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Hay pocas películas que tengan su propia religión. La Fuerza y los avatares propios de La Guerra de las Galaxias inspiraron el Jediismo, una autodenominada religión que en 2001 apareció como credo alternativo que representaba al 0,7% de la población del censo de Inglaterra. La estética ciberpunk y el subtexto mesiánico del Matrix de las hermanas Wachowski generó el culto del Matrixismo. Pero no hay ninguna como la de El gran Lebowski: el Dudaísmo. Se trata de una 'religión' con convención anual y cientos de miles de fans en Estados Unidos, que intenta pregonar las enseñanzas de El Nota -The Dude en la versión original-.

A principios de los noventa, los cambios en la configuración del antes conocido como sistema de estudios de Hollywood propició dos vertientes acusadas en sus realizadores más destacados: la madura asimilación de las leyes del gran espectáculo de Spielberg, James Cameron e incluso Scorsese, y la libertad poética con la que David Lynch, Jim Jarmusch y los hermanos Coen trabajaban por aquel entonces. Estos últimos, responsables de una suerte de lectura posmoderna de la historia norteamericana a través de la misma industria de los sueños en Barton Fink, el hampa con Muerte entre las flores, el capitalismo corporativo en El gran salto y el ruralismo en Fargo.

Con El gran Lebowski reinterpretaron su herencia del noir en una suerte de comedia surrealista que arranca con un malentendido: dos matones confunden a El Nota –fantástico Jeff Bridges- con alguien, como a de Cary Grant en Con la muerte en los talones. Después de meterle la cabeza en el inodoro y de miccionar en su alfombra El Nota reclamará a ese alguien -un millonario filántropo-, una alfombra nueva. Sin embargo, pronto se verá envuelto en una maraña de entuertos muy parecidos a los de Humphrey Bogart en El sueño eterno, que le complicarán la vida sobremanera.

Solo que él no es Philip Marlowe, ni Sam Spade. Ni siquiera es el gran Lebowski. Él es El Nota. Puedes llamarle Nota, Su Notísima, el Noti o el Notarino, pero él solo quería justicia por una alfombra meada que daba ambiente a la habitación. Y sin embargo, su forma de afrontar los avatares de la vida, superando las adversidades de una enrevesadísima trama llena de engaños, secuestros y una estricta dieta de drogas y alcohol, ha inspirado tratados de filosofíareinterpretaciones del taoísmo que llevarían al Dudaísmo.

Su filosofía sigue muy viva veinte años después, de la misma forma que El gran Lebowski -como film-, sigue sin envejecer lo más mínimo. ¿Cuál es su secreto?

Acepta el sinsentido de la vida

La vida es simple hasta que deja de serlo. Un buen día estás en pijama comprando leche en el supermercado, tranquilamente, hasta que llegas a casa y dos matones te dan una paliza y te exigen un dinero que no tienes porque te confunden con alguien que sí. De pronto, te ves haciendo de intermediario en un intercambio para solucionar el supuesto secuestro de la mujer de ese alguien, pero sale mal y te quedas con el dinero que iba a salvar a la persona secuestrada. Y luego te roban el coche en el que tenías la pasta y, para colmo, cuando la policía lo encuentra solo te han dejado cintas de los Creedence.

Además, resulta que la hija de la persona con la que te confundieron te quiere pagar por recuperar ese dinero que no tienes, y que se supone que tiene un chaval que catea un curso en el instituto y te robó el coche una noche de fiesta. Pero el chaval no suelta prenda sobre dónde ha escondido el dinero y andan detrás de ti tres alemanes muy agresivos que graban películas porno y que exigen el dinero que no les diste en el intercambio. Y tú no tienes ni idea de nada y te sientes desgraciado porque todo te pasa a ti. Pero, ¿qué sentido tiene?

Según nuestros ilustres académicos de la lengua, un sinsentido es una cosa absurda que no tiene explicación. Y todo lo que le pasa a El Nota no tiene explicación, como tampoco la tiene cómo se resuelven cada uno de los conflictos en los que se ve envuelto. Pero él acepta, como lo hace siempre, que es incapaz de solucionar todos los problemas en los que se ve envuelto.

Acepta que vive en un sinsentido perpetuo, como su mera existencia, y se deja llevar sin calentarse la cabeza, sin culparse a sí mismo. "Había muchas cosas del Nota que no tenían mucho sentido para mí", nos dice el narrador de esta historia, imagen del vaquero texano por excelencia interpretado por Sam Elliott. Un narrador omnisciente que casi parece una deidad absurda y que nos sitúa en la aceptación de lo desconocido, del sinsentido.

No te fíes de Los Ángeles

"Y lo mismo pienso de la ciudad donde vivía", sigue el personaje de Elliott. "Tal vez sea esa la razón por la que aquel condenado lugar me pareció tan interesante. Lo llaman la ciudad de Los Ángeles, pero a mí no dio esa impresión", comenta quien nos está guiando por este laberinto surreal.

Los Ángeles es el escenario por excelencia del noir autoconsciente surgido de un Hollywood al que le gustaba mirarse el ombligo. Allí vimos sucederse El sueño eterno de Howard Hawks, el Testigo accidental de Richard Fleischer, la Gardenia azul y Los sobornados de Fritz Lang, hasta la Perdición de Billy Wilder. Es el hogar del Marlowe de Raymond Chandler. Incluso fue allí dónde conocimos a Doc Sportello, el intrépido y colocado detective interpretado por Joaquin Phoenix en Puro Vicio, hermana sentimental de El gran Lebowski.

Es, en definitiva, la quintaesencia del sueño americano que esconde una farsa de cartón piedra y neón a la que es mejor tratar con cuidado. "Supe que estaba llegando a Los Ángeles por el olor. Olía a rancio y a viejo, como una sala de estar que lleva demasiado tiempo cerrada", escribía Raymond Chandler en una de las aventuras más desconocidas del detective Phillip Marlowe, La hermana pequeña. "Pero las luces de colores daban el pego. Eran unas luces preciosas. Deberían hacerle un monumento al tío que inventó las luces de neón. De mármol macizo y quince pisos de altura. He aquí un individuo que de verdad hizo algo a partir de la nada". 

Hay otras formas de combatir el poder

Cuando El Nota va a pedirle al Lebowski rico, la persona con la que le han confundido, que le compense por haber recibido una paliza y una micción en su nombre, lo que está haciendo es protestar. Reclamar sus derechos y hacerle saber que se sintió oprimido por culpa suya. Sin embargo, su exigencia cae en saco roto cuando se la plantea a un hombre conservador que combatió en la Guerra de Corea y que representa, en manos de los geniales Coen, el resurgir republicano de Nixon y compañía tras los sesenta, adiós político figurativo al movimiento hippie.

"No puedo resolverle sus problemas. Solo usted puede. Su revolución ha terminado, señor Lebowski. Mis condolencias: los parias perdieron. ¡Los parias perderán siempre!", le gritará enloquecido Jeff Lebowski, mientras le asegura que no piensa recompensarle por haber sufrido una agresión.

¿La solución? El Nota opta por algo que aquí conocemos bien: la picaresca. Esta puede y debe ser otra forma de rebelión en manos de quien se siente explotado, de quien se ha quedado sin recursos. Porque discutir con el poder, a veces, no tiene demasiado sentido. Pero jugársela con inteligencia y perspicacia sí.

No tengas miedo al feminismo

"¿Le incomódan las formas femeninas, señor Lebowski?", le pregunta Maude, el personaje interpretado genialmente por Julianne Moore. Alguien que se declara feminista y que resulta ser la persona más inteligente y racional de todo el plantel de necios y tarados que copa el universo de El gran Lebowski. "Mi arte ha sido descrito como fuertemente vaginal, lo cual molesta algunos hombres. La misma palabra incomoda a algunos: vagina. No les gusta oírla y no se atreven a decirla. Mientras que sin inmutarse lo más mínimo hablan de su polla, de su rabo o de su tranca", reflexiona Maude.

De hecho, hay quien ha interpretado El gran Lebowski como una alegoría del miedo a la pérdida de autoridad y privilegio masculinos: a la castración psicológica. Referencias falocéntricas no faltan: desde amenazas de robos de tranca variadas al mítico "nadie le toca los huevos a Jesús", pasando por sueños con los que Freud se pondría las botas.

La artista Keely Julietta analizaba en un interesantísimo videoensayo cómo El Nota de los hermanos Coen explora diversas teorías propias de Jacques Lacan, según las cuáles el motor del desarrollo de este film sería la transición de la complacencia infantil a un mundo insatisfactorio adulto lleno de tóxicas representaciones simbólicas de la masculinidad.

Rodeado exclusivamente de hombres, y dejándose contaminar por personas absolutamente tóxicas como su amigo Walter -un excombatiente del Vietnam propenso a la violencia interpretado magistralmente por John Goodman-, El Nota no hace más que meter la pata. Sólo cuando abra su mente y se deje contaminar por ideas femeninistas de su partenaire, alcanzará a vislumbrar y resolver claro el asunto en el que está metido. Y encontrará el balance entre sus escasas virtudes y abundantes defectos para aceptarse a sí mismo.

Acepta que nunca serás un héroe

Más allá de una reinterpretación de los códigos del noir que los Coen también harían en Fargo y en El hombre que nunca estuvo allí, existe otra línea discursiva en su cine: muchos de sus films son diálogos y subversiones del monomito del viaje del héroe propuesto por Joseph Campbell.

Unas veces desde la ironía como esa bastarda lectura de la Odisea de Homero que es Oh Brother!, otras desde la alucinación como el mito de Orfeo en Barton Fink, y otras desde la seriedad y emoción como el Sísifo que protagoniza A propósito de Llewyn Davis. El gran Lebowski, en ambas líneas de discusión, es un falso culpable hitchcockiano pero también un héroe más o menos trágico. Porque según el narrador de Sam Eliott: "A veces hay un hombre. No diré un héroe porque qué es un héroe. Pero a veces hay un hombre… que es el hombre de ese momento y ese lugar. Está en su sitio".

Ese es El Nota, alguien que simplemente está pero que sabe que con su presencia altera lo que le rodea. Acepta el principio de incertidumbre asimilando que nada se puede predecir porque al vivirlo introducimos una variable de indeterminación que lo cambia todo. Porque si aceptamos que nunca seremos héroes, que ni nuestro devenir está escrito desde hace siglos ni podemos cambiarlo, podremos ser libres para protagonizar nuestras historias.

Relájate y aguanta

No son pocas las similitudes entre ciertas filosofías zen y lecturas del budismo con el pensamiento vital de El Nota. Rusos blancos y boleras a parte, la actitud del personaje de Jeff Bridges también se vehicula mediante su forma de enfrentar los problemas. De aceptar que no lo puede entender todo -"Lo creo porque es confuso", diría Arrabal-, y que no puede cambiar a los demás – "Bueno, esa es tu opinión" es una de sus frases fetiche-, pero puede aceptar lo que vive tal como viene. Aunque eso le suponga problemas.

En The Dude and the Zen Master, un libro escrito a cuatro manos por el propio Jeff Bridges y maestro budista Bernie Glassman, leíamos que "una de las primeras enseñanzas del Buda es que vivir es sufrir". Sin embargo, según Glessman "no se refería sólo a aspectos dolorosos, traumáticos, sino a algo más básico. No importa lo buenos y felices que seamos, hay pequeños lances cotidianos que trastocan nuestra vida lo suficiente como para cabrearnos o deprimirnos. Por eso la película empieza con el sufrimiento de El Nota al ver que alguien ha orinado en su alfombra". Sin resignarse a la aceptación mansa, El Nota no lucha contra las adversidades: las surfea. "El Nota aguanta", dirá en su última línea de la película.

Veinte años después, el actor que daba vida al Lebowski millonario, David Huddleston, ha fallecido. También lo ha hecho su ayudante interpretado por Philip Seymour Hoffman, así como el hombre que metía a nuestro protagonista en más de un problema, Ben Gazzara. Sin embargo, la historia de El Nota sigue más viva que nunca: el culto que se le profesa reúne a miles de personas anualmente en el Lebowskifest, se siguen publicando libros sobre los Coen, y este año veremos un spin-off del film centrado en la figura de Jesús Quintana, el genial personaje de John Turturro, que la protagonizará y dirigirá. El gran Lebowski sigue aguantando lo que le venga, tomándose los problemas con filosofía, vestido de aquella manera y con un ruso blanco en la mano.

Porque hay muchos entuertos que no tienen solución, pero Nota no hay más que uno.

La adaptación de 'Fahrenheit 451' con la que Bradbury tendría pesadillas

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Hay veces que la historia de la literatura convierte algo insignificante, en algo que lo cambia todo. En la primavera de 1950, a Ray Bradbury le costó exactamente nueve dólares y ochenta centavos en monedas de diez, redondear el concepto de lo que se entendía por distopía. Construía entonces, aunque él no lo sabía, la tercera obra fundamental de lo que más tarde sería una especie de trinidad para el género. Esa que forman Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451, la que nos ocupa.

Por aquel entonces, Bradbury pasaba ciertos aprietos económicos que le impedían reparar su máquina de escribir, mucho menos alquilar un despacho. Así que buscando algún sitio en el que poder desempeñar su labor dio con la sala de mecanografía del sótano de la biblioteca de la Universidad de California, en Los Ángeles. Allí descansaban unas cuantas Remington y Underwood que se alquilaban a diez centavos la media hora. Uno insertaba la moneda y entonces un contador empezaba una cuenta atrás durante la cuál tenías que escribir lo que pudieses. Así, en nueve días Bradbury escribió como un loco un relato llamado El bombero, que se publicó en 1953 con el nombre de Fahrenheit 451, una de las novelas de ciencia ficción más influyentes de la historia.

65 años después, HBO estrena una de las pocas adaptaciones cinematográficas que se han hecho de la historia de Bradbury. Un relato ciertamente difícil de adaptar que dirige Ramin Bahrani, con Michael Shannon y Michael B. Jordan a la cabeza. Intento de actualización de un mito que merecía algo mejor. 

Bradbury en la era de la posverdad

Acercarse a un clásico literario para adaptarlo al lenguaje audiovisual siempre resulta conflictivo. Fahrenheit 451  no es una excepción así que se asume que en el proceso de adaptación puede pasar cualquier cosa porque sacrificar tramas, personajes y discursos es algo necesario. Si además, como realizador, tienes pocos espejos en los que mirarte, el problema se agrava. Y si uno de estos constituye a su vez otro clásico en su terreno -como lo es la adaptación del 66 que filmó François Truffaut-, la empresa resulta casi imposible.

Es justo reconocer que Ramin Bahrani se ha tirado a la piscina con la adaptación Fahrenheit 451 que acaba de estrenar HBO. El realizador venía del terreno indie norteamericano, con un nombre hecho en los Independent Spirit Awards y en los Gotham y una presencia como voz de los males urbanos de los Estados Unidos post 11-S.

En Un café en cualquier esquina había conseguido un sencillo pero eficaz drama social en torno a la falta de futuro del inmigrante en la tierra de las oportunidades. Y en Chop Shop ampliaba su crítica con el relato de dos hermanos obligados a explotarse desde muy jóvenes para hacer frente a la realidad económica de Queens. Podíamos pensar que su nuevo film iba a ser capaz de ofrecer cierta lectura interesante de un texto tan político y debatible como el de Bradbury.

La historia original es harto conocida: en una sociedad distópica en la que el control de la información es absoluta, los libros están prohibidos y Guy Montag, el protagonista, se encarga de buscarlos y quemarlos. Forma parte del cuerpo de bomberos de la ciudad, que busca mantener la paz haciendo que arda en llamas todo aquello que pueda perturbarla. Un día, Montag conoce a Clarisse McClellan, una joven que le hará preguntarse por qué hace lo que hace.

Hasta aquí, la película de Ramin Bahrani se mantiene fiel al texto original. Pero más allá de su premisa, la adaptación que propone busca legítimamente reinterpretarlo en clave actual. De hecho, durante sus primeros compases, la película parece querer trazar una metáfora en torno al odio y su propagación digital en tiempos de la posverdad de Trump. Pero pronto, demasiado pronto, se pierde entre reescrituras tecnófobas y pesadillas de la ciencia ficción más ramplona, cayendo en recursos narrativos del cine de acción de bajo fuste.

Tecnofobia para masas

En esta ocasión, Guy Montag no es un funcionario oprimido y depresivo sino una estrella de televisión. En este Fahrenheit 451 el cuerpo de bomberos que provoca incendios en lugar de apagarlos protagoniza una suerte de reality show que triunfa en redes sociales y en las pantallas omnipresentes de la ciudad.

Para modernizar la novela de Bradbury, Bahrani nos presenta una sociedad en la que los medios de comunicación han lavado el cerebro a la población para que odie a los ‘rebeldes’, lectores de libros y pensadores por sí mismos. De ahí que, dispuestos a soltar su bilis, a todo el mundo le encante ver el programa en el que se cazan rebeldes como si fuese perros y se les castigue por serlo. Programa, además, en el que el espectador puede participar en directo enviando mensajes en forma de emoji. En este mundo, Internet se llama Nueve, Siri se llama Yuxie y abundan las alegorías del mundo de hoy, cuanto menos, poco sutiles.

Si el texto de Bradbury abría puertas a la especulación en un mundo en el que se vive una especie de dictadura de lo políticamente correcto, pues subyacía la discutible idea de que habían sido minorías oprimidas las que habían empezado a quemar libros  -ya fuere por temas de religión, raza o género-, aquí no hay lugar para la imaginación. No hay espacio para subtextos. Ni siquiera para la inteligencia: donde antes se memorizaban libros por amor a las letras, ahora esta memoria es un virus descargable en el ADN que se puede eliminar en un chasquido. Todo en este Fahrenheit 451 se enmarca dentro de un discurso tecnófobo más bien perezoso.

Tu asistente virtual te espía, las redes sociales sacan lo peor de ti, vives alienado y tu identidad es una tapadera de tus traumas... son algunos de los discursos con los que Bahrani pretende acercarse a una generación que, realmente, ya se ha visto interpelada por debates propuestos en ficciones más inteligentes. Black Mirror, Her, Nunca me abandones, Perfect Sense, El congreso, Ex Machina, Sense 8 o Doctor Who serían solo algunas que nos vendrían a la cabeza sin pensarlo demasiado.

Y si teníamos la esperanza de que, habiendo fracasado en su intento por apelar al espectador actual, la película podría recompensarnos en lo formal… nos equivocamos. Baste decir que en su retrato futurista, en términos de puesta en escena, las ideas originales brillan por su ausencia entre pantallas ardiendo y paletas de colores expropiadas de Blade Runner 2049.

Tampoco acompaña un reparto desaprovechado: la Clarisse McClellan de Sofia Boutella no es la de Julie Christie, ni Michael B. Jordan tiene la capacidad hipnótica del extraño rostro de Oskar Werner en la versión de Truffaut. Peor es el caso de Michael Shannon, uno de los mejores talentos del panorama actoral hollywoodiense capaz de hacer suyas películas como Animales Nocturnos o Take Shelter, pero cuyo capitán Beatty se nos presenta como la versión descafeinada del villano lleno de rabia y miedo de La forma del agua.

HBO se apunta con Fahrenheit 451 el tanto de haber modernizado un clásico, revalorizando tanto el texto de Bradbury como el film de Truffaut. Así que, pensándolo bien, si ha servido para eso bienvenida sea esta adaptación.

Ocho intentos fallidos: la literatura de Philip Roth en el cine

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En el cuarto episodio de la temporada con la que dijimos adiós a Mad Men, una de las series más influyentes del siglo XXI, el eterno Don Draper interpretado por Jon Hamm se recostaba en su sofá para leer El lamento de Portnoy de Philip Roth. Sabido es que en aquella serie no había absolutamente nada casual y que cualquier elemento de puesta en escena o minúsculo atrezzo tenía un alcance simbólico. Esta lectura también: era el reflejo freudiano de un personaje  buscando consuelo de su situación profesional y sentimental en la historia de un obseso sexual.

Se trata solo de un pequeño ejemplo pues la influencia de Philip Roth en la ficción audiovisual es extensísima y difícilmente rastreable, en tanto que su literatura lo ha sido para la psique norteamericana. Son muchos los creadores en los que Roth plantó una semilla que llega hasta nuestros días. El último en sumarse a reivindicar su herencia fue David Simon: el creador de The Wire confirmaba en enero estar preparando una mini serie de seis episodios basada en La conjura contra América, novela en la que Roth narraba la historia de su familia a la par que analizaba la huella de las políticas antisemitas de Charles Lindbergh en su camino hacia la Casa Blanca en 1940.

Tal vez sea Simon la primera persona en romper la maldición que pesa sobre la obra de Roth en el audiovisual. El cine también se ha asomado en múltiples ocasiones a la literatura del ganador del Pulitzer y eterno candidato al Nobel, que fallecía este miércoles 22 de marzo. Pero casi nunca lo ha hecho con buen atino. Philip Roth parece haberse ido dejando una estela de autor cuya habilidad literaria respiraba un aliento inadaptable.

Battle of Blood Island

En 1960, un realizador prácticamente desconocido llamado Joel Rapp estrenó una película bélica de bajo presupuesto que pasaría a la historia como la primera adaptación de un texto de Philip Roth. Se trataba de un relato corto inédito llamado Expect the Vandals que narraba la historia de dos soldados estadounidenses condenados a entenderse tras convertirse en los únicos supervivientes de su escuadrón, arrasado en una isla japonesa en plena Segunda Guerra Mundial.

Aquella primera aproximación entre la obra del futuro Pulitzer y el séptimo arte, resultó ser una película de aire propagandístico sin ambages en su discurso sobre la necesidad de limar asperezas para hacer frente a un enemigo común. Filmgroup la estrenó como parte de un programa de doble sesión junto con otra película bélica de bajo fuste llamada Ski Troop Attack, dirigida por Roger Corman –el mítico productor y director estadounidense de serie b-. Corman, de hecho, aparecía en un pequeño papel la película basada en la historia de Roth.

Complicidad sexual

Adaptación de la novela corta Goodbye, Columbus, y primer libro del autor publicado en 1960 que le valió el National Book Award, amén de cierta controversia entre la comunidad judía. Narraba la historia de Neil Klugman, un joven de clase obrera que trabaja en una biblioteca pública y vivía con su tía. Un día conocía a Brenda Patimkin, una joven de adinerada familia judía por la que sentiría una fuerte atracción. Juntos mantendrían una relación lastrada por el clasismo y la limitada libertad sexual de su entorno.

La película, una comedia dramática sin demasiadas aspiraciones, abandonaba la sátira de la primera persona utilizada por Roth, para narrar un desencuentro amoroso que conectase con el público adolescente. Cierto es que existía una voluntad de limar, cuando no desestimar, la ácida visión del texto sobre la juventud judía norteamericana y sus contradicciones, pues trasladaba su acción al Bronx y reducía las asperezas entre sus protagonistas a una diferencia de clase. Aunque Roth rehuía de ella, esta película dirigida por Larry Peerce estuvo nominada al Oscar a Mejor guión adaptado, y sería el debut de Ali McGraw, que poco después saltaría a la fama como la Jenny de Love Story.

Portnoy’s Complaint

Adaptación de la novela homónima, El lamento de Portnoy -esa novela que le daba por leer a Don Draper-, nos mete de lleno en los recuerdos de Alexander Portnoy durante sus visitas al psicoanalista. En ellas, el protagonista desvelaba con total sinceridad sus filias sexuales, problemas con el género femenino, la cara oculta de su propia masculinidad y cómo todo ello estaba influenciado por la tradición y psicología judías.

El propio Roth renegaba de las películas hasta ahora mencionadas por menospreciar su narrativa afilada en pos de un acercamiento al gran público. Esta no es la excepción. "Los monólogos de los antihéroes narcisistas de Roth se preocupan por el desorden del deseo sexual masculino, la competitividad intelectual, el envejecimiento del cuerpo y la reflexión sobre la figura del autor. Y ninguno de estos constituye el material dramático habitual de sus películas en Hollywood", decía el crítico Akiva Gottlieb en un interesante artículo en Los Angeles Times. Mucho menos esta comedia, que quiso emular a películas como Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar de Woody Allen o ¿Qué me pasa doctor? de Peter Bogdanovich, sin conseguirlo.

La mancha humana

La mancha humana es la tercera parte de la llamada Trilogía estadounidense. Contaba la historia de Coleman Silk, un profesor universitario que se enamoraba de Faunia, una mujer maltratada por su ex marido. Cuando el ex en cuestión reaparecía, el alcance del triángulo de relaciones empezaba a explorar la psique norteamericana en torno las heridas de Vietnam, el prejuicio racial y el trauma no superado.

Tres décadas después de la desastrosa adaptación de El lamento de Portnoy, el séptimo arte se volvió a asomar a la literatura de Philip Roth de la mano de Robert Benton –el director de Kramer contra Kramer-, en una película protagonizada por Anthony Hopkins, Nicole Kidman y Ed Harris. Sin embargo, lo que era una reflexión política sobre el papel, se convertía en un thriller de celos y traiciones en pantalla. Amén de dejar de lado su lectura racial: Coleman Silk era un hombre negro, grande y ex boxeador de ascendencia judía, que un poco de whitewashing convirtió en Anthony Hopkins. Alguien que obviamente, no parece no cuadrar con la descripción.

Elegy

Basada en la novela El animal moribundo, que recuperaba al personaje de David Kepesh 25 años después su última aparición, narraba el romance entre un sexagenario crítico televisivo y una cubana hija de un matrimonio de ricos exiliados cubanos. Habíamos conocido a Kepesh en 1972 con El pecho, un homenaje alucinado a Kafka que convertía al protagonista en un seno femenino de 70 kilos, y volvimos a encontrarnos con él en El profesor del deseo, una novela que ya exploraba las filias sexuales que seguiría explotando en esta historia.

Esta vez, la encargada de adaptar la obra de Roth era Isabel Coixet, que conseguía traducir hábilmente en imágenes ciertas reflexiones de El animal moribundo en torno al sexo en la vejez y la intelectualización de lo carnal. Sin embargo, se embarraba en un desarrollo lastrado por su omisión del trasfondo de todos sus personajes. Aquello hacía que la química entre Penélope Cruz y Ben Kingsley brillase por su ausencia, y que los problemas de este último con Peter Sarsgaard –su hijo en la ficción-, resultasen del todo incomprensibles. Otra prueba de que la narrativa trufada de digresiones sobre el carácter y la psicología social de Philip Roth sigue sin haber encontrado nadie que las encarne.

La sombra del actor

Esto último volvió a intentarlo Al Pacino interpretando a Simon Axler en La sombra del actor, adaptación de La humillación de Philip Roth que narra la depresión de un consagrado actor al perder su capacidad de actuar, y cómo empieza a superarla gracias a su relación con una joven lesbiana interpretada por Greta Gerwig. Una película absolutamente irregular que conseguía captar la atmósfera decadente de Roth e incluso convertir a Pacino en un trasunto del autor, pero reducía todo aquello en una broma intrascendente.

Tras las cámaras estaba Barry Levinson, el responsable de títolos como Good Morning Vietnam, Rain Man o Sleepers cuyo cine no ha sido capaz de remontar el siglo XXI a pesar de haber estrenado nada menos que diez largometrajes durante los últimos años. Su último trabajo, Paterno, volvía a unirle con Al Pacino.

Indignación

Adaptación de la novela homónima de Roth ambientada en el Ohio de los cincuenta con la guerra de Corea como trasfondo. Narra el viaje emocional de Marcus Messner, un joven judío que ha llegado a la universidad gracias al esfuerzo de su padre, un carnicero de barrio obrero obsesionado con los peligros del mundo. Una vez emprenda el curso, empezará a tener que lidiar con el antisemitismo y la falta de obortunidades de su entorno.

La culpa, en esta ocasión, parece recaer en James Schamus, autor de muchos de los guiones de las películas de Ang Lee que debutaba tras las cámaras adaptando una aparentemente sencilla novela. Sin embargo, según Leo Robson "la película se desarrolla como sucesión de diálogos tensos y socarronamente cómicos". Para el periodista del The New Yorker: "Schamus abandona la propuesta central de la novela: Marcus cuenta su historia a partir de una neblina de morfina que confunde con el más allá, y eso dota a sus experiencias de cierta reflexión en torno al funcionamiento del destino". Algo que sustituyendo por una excesivamente presente voz en off, convirtía la película en una propuesta mucho más vacua que su precedente literario.

Pastoral Americana

La última de las adaptaciones al cine de las novela del gran autor norteamericano suponía el debut tras las cámaras del siempre correcto Ewan McGregor. Pero la responsabilidad era demasiado grande: Pastoral Americana era la primera novela de la llamada Trilogía estadounidense, también la que le valió el Pulitzer y una novela de culto que mucho consideran como el mejor retrato de la decadencia de los valores nacionales norteamericanos antes del 11-S.

Sin embargo, lo que era un brutal retrato social de los Estados Unidos de los setenta y sus problemas económicos, políticos y raciales, se convirtió en un confuso drama familiar a medio gas. Bien es cierto que McGregor supo captar la lectura entre líneas sobre la destrucción de la idea de self-made man, pero no consiguió crear una película que acariciase siquiera el alcance de una de las más celebradas novelas de Roth.

Llegan las VII Jornadas de Cómic de Valencia: evento de referencia para los amantes de la viñeta

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Hace siete años, un puñado de amantes de la viñeta decidieron unir fuerzas para difundir la cultura del cómic en la capital del Turia. Así, constituyeron la Asociación Valenciana del Cómic con la finalidad principal de organizar anualmente las Jornadas del Cómic. Empezaron celebrándose en la Fnac San Agustín y que desde hace cuatro años se celebran en el Mercado de Tapineria, convirtiendo el evento en un encuentro comiquero a pie de calle.

Hace siete años, el panorama del cómic en Valencia no era el que es ahora. La APIV (Associació Professional d’Il·lustradors Valencians), lleva años ganando músculo gracias a un trabajo de visibilización y de profesionalización incansable. No existían festivales como el Splash Sagunt, que lleva un lustro afianzándose como cita fuera de la capital. Ni tampoco teníamos encuentros mainstream más enfocados a la industria, como la Héroes Comic Con Valencia. El interés por el mundo del cómic sigue una senda creciente que ha llegado -por fin- hasta instituciones como el MuVIM, que de un tiempo a esta parte se ha reivindicado como espacio abierto a muestras del cómic tanto nacional como internacional.

Sin embargo, las VII Jornadas de Cómic de Valencia prefieren mantenerse fieles a su espíritu: un evento modesto que se ha convertido, de forma natural, en un punto de encuentro de referencia en el panorama gracias a su trato a los autores, a su cercanía con el público y a su carácter familiar.

Abierto, gratuito y para todo el mundo

Este año, las Jornadas de Cómic se preparan para recibir más público sin cambiar su filosofía. No en vano, invitar a autores como David Lloyd, prestigioso dibujante a quien recordaremos por su trabajo en la novela gráfica V de Vendetta escrita por Alan Moore, o R. M. Guéra, prestigioso autor europeo, atraen las miradas del público. Pero eso no significa que quieran convertirse en un evento industrial de masas.

"Nuestro propósito es siempre el mismo: hacer un evento cultural de calidad dedicado al cómic y gratuito", nos dice Jose Vicente Pellicer, presidente de la Asociación Valenciana del Cómic. "A partir de ahí, al hecho de que venga más o menos gente realmente nunca le hemos dado mucha importancia. Hay otros eventos que parece que todos los años tienen que romper algún récord de asistencia, y si no lo hacen parece que ha sido un fracaso. Nuestra idea no es esa. Intentamos que este fin de semana se viva el cómic en Valencia, que haya un ambiente comiquero en la ciudad. Si lo conseguimos, nosotros ya podemos estar contentos", confiesa.

Según él, en las Jornadas se respira un ambiente abierto y accesible porque nadie tiene nada que demostrar: "Nosotros no tenemos ningún tipo de presión, ni que rendir cuentas a nadie. Los autores vienen contentos y predispuestos porque las Jornadas ya se escuchan fuera de Valencia. Eso, de cara a invitar a un autor es muy importante porque te dicen que han escuchado hablar de ti y que les gustaría venir a conocer tu evento", cuenta Jose Vicente.

De ahí que la presencia de multitud de autores nacionales se sienta en el festival con total naturalidad, no como parte de un decorado que les obliga a firmar hasta que les duela la mano. "En la Asociación queremos que la gente disfrute del cómic, empezando por los autores. Muchas veces van a los eventos y los ves sentados en una silla firmando, de ahí al hotel y de ahí a casa". En cambio, en este evento "los autores invitados pasan aquí el fin de semana. Normalmente tienen un acto, una charla abierta. El resto del fin de semana no están obligados a nada más y, sin embargo, muchos de ellos se quedan conociendo a gente, a aficionados o a otros autores".

El ambiente distendido proporciona un acercamiento entre público y autor lejos de largas colas y ajetreos. También entre talentos y editoriales pues, según el presidente de la Asociación "las Jornadas también se pensaron como un punto de encuentro en el que nuevos talentos se pueden conectar con autores y editoriales, a las que pueden presentar sus proyectos".

La dificultad de difundir cómic en Valencia

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. A pesar de la positiva acogida que el evento ha tenido otros años, "a nivel institucional sigue siendo difícil, por no decir que la ayuda es nula. No tenemos ningún tipo de apoyo por ese lado. Ni de espacios, ni dinero en forma de ayudas... nada", explica Jose Vicente.

Las Jornadas de Cómic de Valencia siguen siendo gratuitas gracias al patrocinio privado de la Fundación Divina Pastora y el propio Mercado de Tapineria, "pero a partir de ahí todo surge de recursos propios y nuestro esfuerzo", afirma el presidente de la Asociación Valenciana del Cómic. "Hay que tener en cuenta que nosotros traemos a muchos autores que vienen de fuera de Valencia. Este año tenemos dos invitados internacionales. Traerlos tiene un coste y su estancia también. Pero bueno, mientras podamos hacerlo nosotros..."

Mientras haya fuerzas y recursos, las Jornadas seguirán en Valencia. En esta edición, del 25 al 27 de mayo en el Mercado de Tapineria, tendremos un programa completo. Se presentarán obras como Yo fui guía en el infierno de Gerard Miquel, Gauss. El príncipe de los matemáticos de Santi Selvi y Zarzo y Encuentros cercanos de Anabel Colazo. También Refugiados, de Paco Zarco y Vicente Montalbá y Tu futuro empieza aquí, de Mikko e Isaac Rosa entre otras. Se pasará el documental Héroes del tebeo valenciano, que vendrá acompañado de una charla con su director Quico Díaz. Y se celebrarán talleres infantiles, firmas y mesas redondas como la reservada a David Lloyd, una de las más esperadas del evento. Sobran las excusas para volver a vivir el cómic en Valencia.


'Han Solo: una historia de Star Wars', western espacial sin pretensiones

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A menudo, las películas que vemos, las que nos transportan a galaxias muy muy lejanas o muy muy cercanas, no son exactamente las de las directoras o directores cuyo nombre brilla en carteles y tráilers. Más bien son películas de quienes siguen en la sombra, sentados en despachos en los que los estudios de mercado y datos de previsión deciden qué es lo mejor para sus películas.

De ahí que a veces veamos films con ribetes de múltiples realizadores. Pedazos de escenas, diálogos o diseños de personajes que conforman películas a partir de material muerto, como si fueran la bestia que creó Mary Shelley y su amigo el doctor Frankenstein. A muchos, por poner un ejemplo, nos duele recordar escenas de El Hobbit: Un viaje inesperado, pues seguimos imaginando qué podría haber hecho el hoy oscarizado Guillermo del Toro con semejante material. Su abandono por retrasos en la producción volvió a sentar en la silla del director a Peter Jackson y el resultado se resintió sobremanera.

Disney, por su parte, parece haberse acostumbrado a echar a realizadores en los que supuestamente confiaba para sustituirlos por alguien que sepa acatar las órdenes de sus ejecutivos de cuentas. Así echaron, sin levantar demasiada polvareda,  a Colin Trevorrow del episodio IX de Star Wars que finalmente dirigirá J.J. Abrams. De la misma forma fueron despedidos del film que nos ocupa Phil Lord y Chris Miller –responsables de comedias con más enjundia de la esperada como Infiltrados en clase o La LEGO película-, para ser sustituidos por Ron Howard.

Ante tanto baile de nombres tras las cámaras, Han Solo: una historia de Star Wars se adivina entretenida y funcional pero confusa en sus objetivos. Combinación frankensteiniana de sensibilidades y formas de hacer distintas, que dejan al proyecto en tierra de nadie.

Aventura galáctica sin sorpresas

Sería demasiado osado afirmar que Ron Howard es uno de los realizadores más solventes pero menos creativos del Hollywood contemporáneo. Al fin y al cabo, su cine marcó algunos de los despuntes del entretenimiento más encomiable de los ochenta con Willow, Un, dos, tres…¡Splash! o la moderadamente sentimentaloide Cocoon.

Sin embargo, desde entonces se asentó como director de oficio que sin demasiado esfuerzo y conociendo los intríngulis de la industria, estrenaba películas tibias cada dos años. En los últimos tres lustros ha estrenado las tres aventuras de Tom Hanks como el Robert Langdon de Dan Brown en el cine, Cinderella Man, Desapariciones, ¡Qué dilema! o En el corazón del mar. Todas obras que, con sus más y sus menos, cumplen con su papeleta pero aportan poco más.

De ahí, que haya trascendido su imagen de jornalero de lujo al servicio de los estudios, como bromeaban Los Simpson. Artesano a la antigua usanza que entiende el cine como el entretenimiento que era en el siglo pasado, sin pretender imprimir en él una huella indeleble, sorpresiva o inesperada.

Han Solo: una historia de Star Wars se nos muestra, por tanto, consecuente con su carrera. Es decididamente vintage y remite a los títulos ochenteros de Howard, con cameo de Warwick Davis incluído, pero también es una película de aventuras espaciales sin más que podría haberse hecho hace diez años y en la que casi nadie reparará de aquí a diez más. Por eso todo funciona y nada sorprende.

Mención aparte merecería el tratamiento de sus personajes. Si bien Alden Ehrenreich no tiene el carisma de Harrison Ford -aunque tampoco es que este tuviese muchos registros y talento desbordante -, su actuación no disimula su esfuerzo para estar a la altura. Acepta el reto de interpretar a un canalla que en el fondo es un buen tipo, y cumple con lo que se propone.

Lo secundan el engreído gañán de Lando Calrissian interpretado por Donald Glover, y el personaje de mentor sin moral de Woody Harrelson. Aunque la película ofrece desarrollos más discutibles a Emilia Clarke y, sobre todo, al sonrojante villano que interpreta Paul Bettany.

Con todo, su desarrollo se limita a ser una aventura sin freno, una escena de acción de dos horas llena de giros, robos, carreras, traiciones y algún tiro de bláster aquí y allá. Pero más allá del nervio no existen hallazgos narrativos ni visuales –como los que sí vimos en Star Wars: Los últimos Jedi-. Y sus bienintencionados conatos de comedia de acción weird –esa aparición exagerada de una criatura de aspecto lovecraftiano-, brillan lo justo para recordarnos qué hubieran podido hacer Lord y Miller, dos realizadores veinte años más jóvenes que Howard.

Adiós a la épica (por fin)

Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora podría jugar a favor del film si libramos a la saga creada por George Lucas del peso supuestamente trascendental que tiene dentro de la cultura pop actual. Si vemos Han Solo: una historia de Star Wars con los ojos con los que analizamos cualquier blockbuster de temporada podríamos ver en él, sin demasiados problemas, un efectivo y poco pretencioso entretenimiento.

La película se desembaraza conscientemente de la épica del monomito presente en todos y cada uno de los episodios que conforman la saga. Pero también en los que no: baste recordar la forzada grandiosidad del tercer acto de un spin-off  tan barroco como Rogue One para darnos cuenta.

Por una vez, aquí no se juega el destino del universo. No hay batallas eternas entre el bien y el mal ni se dirimen debates ancestrales. Lo único que hay en juego, constantemente, es la supervivencia de cuatro buscavidas canallas, aventureros espaciales sin más movidos por el dinero y –como a la antigua usanza-, la amistad.

Si vamos a ver una película de Star Wars al año, como parece que así va a ser en el próximo lustro, la saga necesita transitar nuevos terrenos. Explorar planetas desconocidos y abrazar la diversidad galáctica sin miedo a equivocarse, a meter la pata, o a ofrecer productos más triviales. En este sentido, Han Solo es un agradecido verso suelto dentro de la épica de Star Wars.

CinemaJove renova el seu compromís amb el jovent valencià a la seua 33 Edició

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Al seté pis de la Filmoteca de València, seu física i intel·lectual de diversos festivals i lloc de trobada obvi del cinèfil valencià, l’equip de la 33 edició del Festival Internacional de Cine de València CinemaJove presentava als mitjans les seues novetats. L’objectiu: obrir boca de cara al que es podrà veure del 22 al 29 de juny a València.

Noves seccions, itineraris programàtics reforçats i continuïtat de idees ja assentades, com la secció dedicada al repassar el cinema pretèrit de realitzadors consagrats –l’any passat destinat a David Lynch i enguany a Brian de Palma-, pretenen reforçar la imatge del festival i la seua influència arreu del territori. Una voluntat ni petita ni menystinguda per a un festival que sembla créixer constantment però amb vertigen, en una ciutat on el panorama cultural és tan canviant i convuls com el panorama polític.

"Una de les coses més difícils en qualsevol esdeveniment cultural és crear i donar una imatge de marca que siga identificable", deia Albert Girona, Secretari Autonòmic de Cultura i Esport a la roda de premsa. "En el cas de CinemaJove és indubtable que teníem una marca d’origen però també és indubtable que l'actual organització ha intentat referma-la. I dic això perquè aquest festival va nàixer amb una voluntat clara de dedicar-se i ser un espai de trobada de cineastes joves", resumia la representació institucional. Segons Girona, el festival pretén seguir sent un punt d’encontre per a l’audiovisual valencià "amb una sèrie d'activitats paral·leles que volen ser la marca d’aigua de CinemaJove".

En aquest sentit, Carlos Madrid, director del festival, ha detallat el seguit de propostes que el festival durà a terme aquest any, més enllà de la Secció Oficial de llargmetratges i curtmetratges. Activitats que venen a consolidar la idea del festival com un certamen que mira cap endavant, superant antigues cuites i etapes. Aquest és el segon any que Madrid assumeix la direcció del festival, però podria ser l’últim donat que des del seu nomenament, ell realitzà una proposta programàtica limitada a dues edicions. "El canvi de direcció no es tractava d’un canvi de 180 graus respecte a com s’havien fet les coses abans. Simplement intentava expressar que allò que jo creia que no funcionava no seguiria i de la mateixa forma, allò que sí que ho feia vindria reforçat", deia Madrid sobre la seua gestió. "I ho hem fet augmentant les activitats i els límits espacials i temporals de CinemaJove", afegia.

Segons el director del festival, "hi ha coses que s’aconsegueixen i altres amb les que seguim treballant, però el nostre objectiu és el mateix que l’any passat: aconseguir la identificació total i completa de la joventut amb el festival".

Amb aquest objectiu, l’any passat es va limitar a quaranta anys l’edat dels realitzadors que podien formar part de les seccions oficials, aconseguint que "la joventut dels creadors i creadores es traslladara a la temàtica de l’obra, i reflectira les seues vides i les seues inquietuds". A més, es va reforçar el contacte amb el públic universitari, es va crear el Jurat Jove, i es va enfortir el suport a la Trobada Audiovisual de Joves que el festival realitzava. Algunes de les novetats d’enguany, segueixen el camí d'aquesta voluntat de rejovindre la cultura cinematogràfica a València.

Una residència creativa

Aquest any, CinemaJove incorpora en la seua 33a edició una novetat que reforça el seu vincle amb l’educació cinematogràfica dels més joves: entre el 3 i el 7 de setembre la mostra organitzarà una residència d’estudiants en què es formarà els responsables dels treballs més destacats de la Trobada Audiovisual de Joves, que comprén l’alumnat universitari i de centres formatius.

La Trobada Audiovisual de Joves és un apartat de la programació destinat a l’educació cinematogràfica. En aquesta edició es durà a terme del 27 al 29 de juny i projectarà els treballs i les produccions audiovisuals seleccionades de l’alumnat d'instituts de tota la geografia espanyola, així com estudiants de cicles formatius i graus universitaris. Enguany, a més, es repetirà l’experiència de l’última edició, amb la qual els estudiants rebien sessions de mentorització personalitzades per a aprendre de les seues pròpies obres.

Noves formes de cinema

Aquest any, Cinema Jove també incorpora a la seua programació un fòrum de debat dedicat a les noves narratives digitals de creació. Sota el nom de Digital Jove, es desenvoluparà una nova secció que intentarà experimentar amb la convergència entre art i ciència, entre tecnologia i comunicació, per a reflexionar sobre el seu impacte social a les sensibilitats latents del seté art.

L’esdeveniment, programat entre el 20 i el 24 de juny, servirà de preludi al Festival i inclourà xarrades magistrals amb convidats nacionals i internacionals, taules redones, presentacions de projectes innovadors, tallers, espais de networking i showroom per a professionals i empreses.

A més, l'activitat acollirà la presentació de la iniciativa #Valencia2050, un concurs creatiu multiplataforma en el qual es demanarà a creadors que compartisquen les seues visions de futur del cinema. La voluntat és que Digital Jove siga un espai dintre del festival on es puga debatre sobre reptes tecnològics, visions i noves formes de cinema.

Música electrònica en la pantalla gran

Sota el nom de Beats & Frames, la nova edició del festival dedicarà un cicle de cinema i concerts al voltant de les inquietuds culturals sortides de les tendències de la música electrònica contemporània. Un total de 20 pel·lícules que es projectaran al Centre Cultural del Carme, i versaran sobre el treball de pioners tècnics i creatius, els drets d’autor i la pirateria, l’estil de vida clubber i revisions històriques de les escenes que floriren a Manchester, París, Detroit i Berlín.

Totes les obres d’aquesta secció paral·lela seran presentades per dj’s, que completaran amb sessions de música en directe les projeccions. Entre ells hi seran el guatemalenc Meneo i els valencians D_Journalist i Affkt.

'The Tale', el recuerdo de un abuso sexual convertido en un extraordinario drama

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Jennifer es hoy una documentalista de prestigio. Ejerce de profesora titular en una universidad y compagina la docencia con la realización de sus propios proyectos. Es una mujer de éxito, es quien ha decidido ser. Un día, su madre la llama preocupada. Ha encontrado un relato que escribió cuando tenía trece años durante un verano, en un campamento de equitación.

Aquellos días, Jennifer vivió con otras tres jóvenes en el rancho de Mrs. G, una mujer fuerte que quería enseñarles el valor del esfuerzo y la disciplina. Todas las mañanas se levantaban a las seis para salir a correr acompañadas de un entrenador personal, un hombre de cuarenta años llamado Bill.

Durante tres décadas, Jennifer no ha querido o no ha podido recordar lo que pasó. Sentía algo que no comprendía, que no tenía tiempo ni fuerzas para interpretar. Con trece años sufrió repetidos abusos sexuales por parte de aquel entrenador, que la manipuló e hizo creer que vivían una relación amorosa que los demás no comprenderían. Que tenía que estar callada y no contársela a nadie.

Esta es la premisa de The Tale, un film que llega a HBO sin causar revuelo alguno, casi como si su estreno se hubiese disimulado. Su escasísima promoción y un catálogo que no la destaca entre la maraña de series, han empequeñecido su estreno. Sin embargo, estamos ante uno de los dramas más desconcertantes, sinceros y desgarradores de la temporada.

Cine para recorrer la memoria individual

Es muy probable que The Tale no se vea con los mismos ojos si no sabemos nada de ella. Sin embargo, lejos de ser un thriller emocional al uso, este film narra los acontecimientos reales vividos por Jennifer Fox. Ella es la directora, productora y guionista de este film autobiográfico que recorre su vida a medio camino entre el drama familiar y el documental ficcionado, para preguntarse por qué le pasó lo que le pasó, por qué nadie pareció darse cuenta y qué significó en su vida.

A su paso por Sundance, The Tale fue recibida con críticas de todo tipo. Jordan Hoffman describía en The Guardian el silencio sepulcral que se hizo tras su pase, el más intenso que había vivido en sus diez años cubriendo el evento. En Vanity Fair Richard Lawson intentaba explicar los sentimientos que removía un film así. Caroline Framke reflexionaba en Variety sobre si este era la primera gran obra de la era #MeToo. Pero no todo fueron aplausos, pues bien es cierto que parte del público del festival se escandalizó por su crudeza al retratar las relaciones sexuales con menores.

Sea como fuere, quedaba claro que The Tale no era un film que dejase indiferente -aunque el silencio de la crítica española parezca decir lo contrario-. También que entrañaba una complejidad considerable en su análisis, pues examinar sus entrañas a un nivel puramente formal podría no ser del todo justo. Hay cintas que de tan personales, sinceras e inclasificables se significan más allá de ellas mismas como un logro, casi un acto político. Su mera existencia es ya un hecho reseñable, al margen de que nos gusten o no.

The Tale es un drama sobre el abuso sexual, un documental ficticio sobre el tabú, o la extraordinaria futilidad del concepto de consentimiento. También una autobiografía sobre la dificultad de describir hechos traumáticos y afrontarlos. Quizás una reflexión en torno al carácter social de los círculos de silencio y su naturaleza opresiva. Especialmente con la mujer.

Pero ante todo, es una película que desarma por la sinceridad que destila desde su mismo inicio. Ese en el que la voz de Laura Dern nos advierte: "La historia que voy a contar es real. Hasta donde yo sé". Jennifer Fox ha abordado su memoria, transgrediendo de forma natural los límites de la ficción y la no-ficción, para filmar una obra ferozmente sensible, de un poder incuestionable.

Una película hecha de cicatrices

Fox tardó diez años en levantar el proyecto por razones muy diversas, tal como contaba en una entrevista en Indiewire. La más obvia es la económica: no fue fácil encontrar financiación para una película así, pues el material de base parecía demasiado peliagudo para cualquier productora. Visto lo que le costó encontrar dinero para hacerla, estrenarla en cines y que alguien pagase por ver una historia sobre abusos sexuales le parecía casi una quimera. En Sundance firmó su distribución con HBO.

La menos obvia, no obstante, nos habla del tratamiento que tuvo su guion que, en un principio, iba a narrar solamente la historia de su infancia de forma lineal y tradicional. Sin embargo, aquello fue evolucionando. Para entender qué significaba el abuso sexual y la manipulación emocional a la que fue  sometida, necesitaba retratar su yo actual. Este recaería sobre una Laura Dern cuyo poder interpretativo queda lejos de toda duda, y que sin embargo aquí alcanza unas cotas de franqueza ciertamente pasmosas.

Así, The Tale se convertiría en un artefacto íntimo con el que explicarse a sí misma. Con el que comprender mejor un pasado nunca olvidado pero si obviado consciente o inconscientemente. Por eso, a Fox no le tiembla el pulso al romper la narrativa para insertar pedazos de un documental imposible. Uno en el que ella, ahora adulta, le pregunta a los personajes de su pasado cómo dejaron que pasara lo que pasó. Uno en el que puede dialogar con la niña que fue.

A veces, el cine nos ayuda a sanar heridas. Algunas emocionales, otras de lo más físicas e incluso algunas que son ambas. También a veces, invita a la reflexión y la comprensión de las cicatrices que nuestro pasado va dejando en nuestro cuerpo. Recuerdos cuyo significado cuesta comprender. The Tale invita a hacerlo, a mirar atrás –mirarnos-, y redescubrirnos en el proceso. Aunque a veces duela.

Una fira tradicional japonesa al cor de València

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Si un festival com Natsu València se celebrara a alguna petita població de les regions de Hokkaido, Tohoku o Kanto, se la coneixeria com a matsuri (祭), una paraula lligada a la religiositat. No en va, deriva del verb matsu què en japonés significa esperar o convidar, però també ser submís. Per què? Perquè aquest tipus de festivitat se celebrava en honor o mostra de respecte a tot allò sobrehumà que habita en la naturalesa.

Els matsuri, tradicionalment, podien ser patrocinats per temples o santuaris locals i eren l’expressió de l’espera i l’acceptació –per respecte-, d’allò que escapava al control humà: les tempestes, els terratrémols o els esdevindres naturals com el fet de créixer de les flors a la primavera. De fet, aquestes festivitats abundaven als canvis d’estació primaverals o estiuencs.

Actualment, però, el significat religiós dels matsuri japonesos s’ha diluït en benefici d'esdevenir un lloc d’encontre i celebració associat a les festivitats locals i barrejat amb costums de tot tipus. Festes on els artesans i els restauradors trauen els seus productes a peu de carrer i els ofereixen a la població, que els ho recompensa amb exhibicions, concerts i balls tradicionals.

Natsu València va nàixer l’any passat amb la voluntat d’esdevindre una iniciativa que recuperara aquesta tradició cultural japonesa, allunyada de la filosofia comercial d'encontres mainstream com els que floreixen al panorama espanyol relacionats amb la popularització del manga i l’anime a la cultura pop. Lluny d’això, Natsu València ofereix un programa conscientment distint que aplega tot tipus d’activitats arrelades en l’art i la cultura nipona.

Bon Odori, Kyūdō i quimonos: un programa folclòric

El dissabte 2 i diumenge 3 de juny, el Complex Esportiu-Cultual de la Petxina aplegarà tot tipus d’activitats tradicionals de la mà de l'organització de Natsu València. El primer dia es podrà veure una exhibició de Kyūdō, art marcial japonés de tir amb arc. Una disciplina mil·lenària que significa literalment 'el camí de l’arc' i no té com a objectiu la dominació tècnica de l’atac més mortífer, sinó l’equilibri espiritual. Sense oblidar les demostracions de Bon Odori, danses folclòriques japoneses. 

El diumenge, hi podrem assistir a una exhibició de judo i una d'aikido, arts marcials tradicionals, complementades amb una altra al voltant de les arts militars amb la European Bugei Society. També una sessió divulgativa envers el quimono de la mà de Minna no quimono.

Ambdos dies, les activitats es complementaran amb concerts de RUKI, la primera cantant espanyola en debutar amb una discogràfica japonesa a través del gènere Anison –cançons associades a l’anime-, així com recitals de tambor, llaüt i flauta japoneses gràcies al Consolat General del Japó a Barcelona. També hi haurà sendes exhibicions d’art de la mà de Mitsuru Nagata, artista nascut a Kyoto que combina els seus talents amb el sumi-e –tècnica de dibuix monocromàtic- i el shodô -la cal·ligrafia japonesa-.

A més d’exhibicions, el vianant que passege per Natsu València podrà formar-ne part activa del mateix amb algun dels nombrosos tallers que es realitzaran al voltant de la fira. El dissabte hi haurà tallers de difusió de l’art del kitsuke –o com vestir quimono-, de sumi-e –dibuix-, kenjutsu –l’art del sabre-, o d’origami –la coneguda papiroflèxia asiàtica-. I el diumenge, a més, podrem aprendre a jugar a jocs tradicionals com el Shōgi, el Go, o el Hanafuda.

150 anys de relació institucional

Natsu València forma part del seguit d’activitats que el Consolat del Japó organitza arreu del país per a rememorar l'inici de les relacions diplomàtiques entre ambdós països. El 12 de novembre de 1868, Japó i Espanya signaven el Tractat d’Amistat, Comerç i Navegació que iniciava un tracte polític i cultural que arriba fins als nostres dies.

Aquest any, 2018, se celebra el 150 aniversari de l’efemèride convidant a institucions públiques i privades, així com a particulars, a participar en esdeveniments culturals de tot tipus. En aquest sentit, Natsu València és el primer acte commemoratiu d’aquesta envergadura celebrat al nostre territori.

'Cuadernos de Medusa' o cómo subvertir los idearios patriarcales desde el mundo editorial

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Medusa era la única mortal de entre las tres gorgonas. Antes de verse convertida en la bestia de cabellos de serpiente que conocemos hoy, había sido una joven sacerdotisa al servicio de Atenea. Un día, Poseidón la violó en el templo dedicado a la hija favorita de Zeus. La blasfemia la convirtió en el monstruo cuyo mito aún pervive, y cuyo aspecto se encargaron de retratar Rubens, CaravaggioBernini y tantos otros. Un día, Perseo le cortó la cabeza y la enarboló como trofeo por haber derrotado a un monstruo malvado de poder inconmensurable. La mujer violada sufrió el ostracismo, el castigo y la decapitación… por haberlo sido.

Una revisión histórica de los mitos clásicos leídos en clave feminista ha venido contestando a la herencia falocéntrica de su influencia actual. Hoy, como ayer, se nos plantea casi como una necesidad subvertir mitos como el de Medusa -rescatada como icono feminista por no pocas pensadoras en los años 70-. Lecturas distintas de quimeras culturales como la figura de la sirena o la de la bruja, sobre la que perviven hoy imaginarios truculentos de mujeres que, en realidad, no se sometían a determinados cánones estéticos y roles de género.

Cuadernos de Medusa nace con esa intención: combatir estereotipos, subvertir ideas preconcebidas en torno a lo que consideramos normativo, a lo que es porque nos han dicho que así son las cosas. Un libro formado por quince relatos escritos por autoras y autores feministas y comprometidos con la visibilización de colectivos LGBTI. A su vez, más que un libro podría ser una declaración de intenciones. Es el primer título de la editorial Amor de Madre, un proyecto cultural formado por una madre y una hija que pisan con fuerza en el panorama literario español independiente.

Cultura como herramienta del cambio

Antes de fundar Amor de Madre, Inmaculada Puche Romero y Victoria Irene Borrás Puche –madre e hija respectivamente-, trabajaban en la editorial Pezsapo. Se trataba de un proyecto que había iniciado la primera para canalizar su pasión por la edición, que le venía de haber trabajado como lectora profesional en una editorial y tras años de experiencia en el mundo de la literatura. Cuando la segunda terminó sus estudios en Crítica literaria y literatura comparada, se incorporó a la empresa para ayudar a su madre. Con el tiempo, aquel sello se convirtió en otra cosa.

"Nos dimos cuenta de que teníamos la necesidad de responder a nuestra propia ideología, y de que la editorial podía ser una especie de vehículo para moverla", nos cuenta Victoria. "Buscábamos autoras que respaldasen el movimiento feminista y necesitasen voz, así como a creadoras implicadas en colectivos LGBTI. Así que le propuse a mi madre, casi en broma, cambiarnos el nombre", explica la cofundadora de Amor de Madre.

"Pezsapo fue el modo tutorial, pero queríamos pasar al modo pro. Así que cambiar el nombre parecía lógico, en la medida en que también habíamos cambiado nosotras como editoras", explica.

Así nació Amor de Madre, una editorial que se precia de denominarse joven, feminista y LGBTI. Parto que vino con un libro bajo el brazo, Cuadernos de Medusa. "Queríamos dar herramientas desde la cultura para combatir una sociedad que no le pone las cosas fáciles a personas que pertenecen a colectivos LGBTI, a personas racializadas, o autores y autoras del ámbito del feminismo", describe Victoria. "Cuadernos de Medusa fue una especie de manifiesto de lo que íbamos a hacer a partir de entonces".

Recopilación de textos de autoras como Cassandra Vera, Eva CidHaizea M. Zubieta o Clara Morales. Coctel de ficciones de todo tipo, a cada cual más afilada, que transitan con total naturalidad paisajes de ciencia ficción y narrativas de elige tu propia aventura, género epistolar y hasta mitología hawaiana.

"Nosotras creemos firmemente en el papel de la cultura como motor de cambio de la sociedad", asegura Victoria. Según ella, durante demasiado tiempo se ha tenido a la "perspectiva heteropatriarcal y blanca como la perspectiva universal homogeneizada. Eso eliminaba todas esas multiplicidades de realidad que no cuadraban con dichos ideales: las realidades en primera persona de voces racializadas o pertenecientes a una de las letras de los colectivos LGBT+".

Para ilustrar el ideario de su proyecto, Victoria pone como ejemplo la escultura de El Pensador de Rodin: "Yo como mujer puedo sentirme identificada con esa escultura que representa el acto milenario de rallarse la cabeza, ¿no? Sin embargo, si la escultura representase a una mujer pensando, ¿los hombres se sentirían igual de identificados? ¿O esa escultura ya no estaría representando a la humanidad porque lo esculpido es una mujer y entonces es 'lo diferente' o 'lo otro'? Nosotras estábamos hartas de esto y reaccionamos a nuestra manera, con literatura".

Panorama cambiante y cada vez más diverso

El panorama editorial español de hace diez años y el de hoy tienen poco que ver. Junto a Amor de Madre, cada día nacen y se consolidan proyectos comprometidos con las realidades de nuestros días. Por un lado, las grandes editoriales lanzan ensayos y celebran la apertura de líneas editoriales feministas. Por otra, florecen proyectos independientes cada día más fortalecidos.

Desde la vanguardia y la innovación se asimilan en el mismo ADN editorial voces distintas, nuevos discursos. Así lo hacen sellos como La señora Dalloway, Hoja de Lata, Esto no es Berlín, :Rata_, BarrettDos Bigotes y muchas, muchas más. Tal vez porque quienes plantaron esa semilla literaria habían recibido ese 'golpe en la cabeza' con el que Lucía Lijtmaer describía el momento en el que te percatas de la desigualdad que sufre la mitad de la población del mundo.

"Creo que todas las mujeres en determinado momento de sus vidas han sufrido un golpe de esta sociedad heteropatriarcal. A lo mejor han sido más o menos conscientes del dolor, o a lo mejor el feminismo las ha ayudado a comprender lo que ocurrió", opina Victoria. Pero, "incluso si ese golpe no es algo drástico, sí es una cosa que se va fraguando con cierto malestar y que hace que llegue un día en el que dices: 'Joder, ya basta, ¿no?'. Ese día puede ser el día que leas la sentencia de la manada, el día en que un piropo te incomodó mucho, o el día que tuviste una discusión con tu padre", reflexiona la hija de Inmaculada.

"Gracias al feminismo yo fui consciente de que hay todo un movimiento de apoyo que te dice que no estás sola. Y cuando te das cuenta de que no estás sola, entonces eres capaz de cambiar las cosas. Justo lo que buscábamos transmitir nosotras con nuestro trabajo. Por eso fundamos Amor de Madre", resume la creadora de la editorial feminista.

Para ella, es bueno que muchas editoriales se hayan dado el 'golpe en la cabeza', pues es sinónimo de que el panorama se está diversificando y adoptando nuevas voces. "Este bullicio de discurso está surgiendo efecto y eso se ve en las estanterías de las librerías", opina. Algo que ocurre porque hay quien escribe, pero también quien publica. Editoras y editores que son "conscientes de la necesidad de discutir ciertas perspectivas".

Cuadernos de Medusa es algo más que un simple libro de relatos. Es la constatación de la diversidad de voces de nuestro país, y su necesaria aportación a un panorama editorial cambiante. De la misma forma, Amor de Madre es algo más que una editorial. "Para nosotras, publicar es un ejercicio de libertad en el que puedes conseguir que tu labor te represente y represente cosas en las que crees", sentencia Victoria.

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